Los médicos y sus familiares se complican con más frecuencia en las cirugías o las enfermedades que los pacientes sin ese vínculo. Si influyen emociones que cambian decisiones y obnubilan el juicio cuando estamos frente al colega, sus padres, esposa o hijos, ¿cómo no será si son los propios? Los “nervios” para acertar diagnóstico y tratamiento nos pueden traicionar. Claro está que esto no siempre sucede, tal vez ni con mucha frecuencia, pero acontece y por eso hay que estar más atentos. Cuando un médico nos consulta para sí mismo o un familiar cercano, es un voto de confianza y un reconocimiento a nuestra labor; así es cuando un familiar lo hace, pero ojo, influirán otras circunstancias.
Hoy en la mañana mi esposa —cuando le conté que estaba escribiendo este artículo— me regañó porque consideraba que una conducta tomada en días pasados con su hermana había sido negativa, y que los tres familiares médicos que la tomamos nos habíamos cerrado en nuestra postura y no habíamos escuchado a la paciente. Esto refleja que por más confianza que se tenga entre familia y sus familiares médicos, surgen desavenencias al seno de la misma por cosas muy simples. La credibilidad sin “peros” se da más fácilmente con profesionales externos.
En la facultad de medicina fuimos instruidos: “No tratarás a tu familia”. A veces cedemos ante la necesidad, circunstancias apremiantes, o la presión, el ego, y bienvenido: ante la sensatez. La urgencia es un imperativo, luego del parto de mi primer hijo tuve que entrar de ayudante del ginecólogo —no había quien más— a reparar laceraciones que se habían producido. Cabeza fría y adelante.
Cuando la decisión es entre la vida y la muerte, solo queda expresar nuestra postura firme, honesta, directa y esperar que el resto de la familia y el médico de cabecera hagan su trabajo. Con mi padre la decisión de no aplicar eutanasia, pero de quitar cosas que prolongaran inútilmente la vida, fue así.
Curiosamente el conflicto, los enfrentamientos, las desilusiones vienen con la enfermedad curable, tratable, aun la crónica controlable, con el día a día sencillo. Es en la enfermedad simple donde salen las emociones reprimidas que hemos tenido en familia. No somos solo médicos, somos ante todo: padre, esposo, hijo, con historia de peleas y reconciliaciones; de amores y desamores; de admiración y disgustos. Emociones opuestas nos cohabitan, construidas en el seno de la familia, emociones que necesariamente salen a flote ante el estrés de la enfermedad. El acto médico logra ante el familiar enfermo que recriminaciones guardadas, inseguridades, ganas de poder-control, la sumisión no deseada, entre otras, sean expuestas ante el malestar y la debilidad de la enfermedad.
También se da la dualidad de creer en nosotros y dudar al mismo tiempo: nos consultan y salen a verificar nuestra opinión con otro médico. Existe, como es obvio, el familiar que “solo confío en usted”; así me decía mi madre, y así actuaba.
Podemos ser a quien menos caso nos hagan. Conozco de una situación cercana donde la esposa tiene la sensación de que el esposo-médico quisiera “controlarla” con sus consejos, siendo el control lo que la esposa menos desea en esta relación de pareja. Produce el rechazo de recomendaciones médicas, aun cuando son solo un recordatorio de las dadas por su médico de cabecera.
Como médicos es difícil callar cuando vemos un manejo inadecuado de la enfermedad y la salud por parte de nuestro familiar. Se contraponen la ética del respeto con la ética del ejercicio de la profesión. Esto cuando los familiares no quieren escuchar nuestra versión y el temor les gana. Temor a curar. Lograr que el padre diabético haga un buen control no es tenor de la hija médica, es responsabilidad del padre mismo. Creo en la necesidad imperiosa de respetar las conductas de nuestros familiares, aún si deterioran su salud, luego de haber expuesto con claridad nuestros argumentos. Imponernos, o tratar de hacerlo, es mala forma de manejar la vida.
Por cultura y formación, los médicos estamos acostumbrados a dar órdenes y que se cumplan a cabalidad, lo cual no es ni mucho menos lo mejor en las relaciones personales, menos en las familiares. Por salud mental, del mismo médico, no debemos atender familiares. Si todo sale bien, vale. Pero si sale mal la culpa puede hacer estragos…
Entonces para redondear la idea de si ejercer o no con nuestra familia, la respuesta es: NO, en lo posible. Ya que no es asunto de confiar o no en mis conocimientos médicos. Tampoco es que yo tengo el conocimiento y por lo tanto me deben hacer caso, no. Es el de asumir un solo rol, el de familiar y no el de médico. Es el de saber hacerse a un lado y ceder la guía al colega.