Como resultado de la globalización que hace parte de la cotidianidad humana, la pandemia del COVID-19 ha viajado por casi todos los rincones del planeta, incluyendo lugares inhóspitos y de difícil acceso como la selva amazónica, donde conviven infinidad de culturas indígenas, entre ellas las comunidades indígenas del Guainía, en Colombia, que han tenido que enfrentarse a esta enfermedad haciendo uso de su saber milenario reflejado en el empleo de las plantas medicinales. Gracias al conocimiento ancestral de estas comunidades ha quedado sin piso la teoría del nuevo etnocidio por el coronavirus que, según algunos, iba a diezmar buena parte de la población indígena en un símil con la época de la llegada de los españoles, luego del descubrimiento de América, quienes trajeron consigo enfermedades infectocontagiosas como la viruela, el sarampión, la tos ferina, la gripe, el tifus, la gonorrea, la tuberculosis y la sífilis, entre otras, que redujeron considerablemente la población indígena en América por carecer de inmunidad contra éstas, al ser totalmente desconocidas.
La población indígena en el departamento del Guainía alcanza un 74.9%, según el censo de 2018, y está localizada en todos los barrios de Inírida, su capital, y en cada una de las 164 comunidades que se extienden hasta los lugares más remotos del departamento, cuyas fronteras están enlazadas por los portentosos ríos Inírida, Guainía, Guaviare, Negro, Atabapo e Isana-Cuiarí. En las riberas de estas arterias fluviales se asientan pueblos como los curripaco, puinave, piapoco, sikuani, cubeo y yeral, entre otros, cuya cultura se ha mantenido incólume ante el avance aculturizador de la sociedad occidental. Parte de la población indígena se ha desplazado a la capital, en busca de mejores oportunidades de vida, ya sea por estudio o por trabajo, por problemas entre familias, desplazamiento forzado y algunos sin horizonte definido, lo que ha generado más pobreza en esta ciudad que cada vez luce más cansada y sin cómo poder satisfacer las necesidades básicas de todos sus moradores.
El virus de la pandemia ingresó al Guainía en la última semana de agosto, invadió Inírida y con celeridad se extendió por la mayoría de las comunidades indígenas. Los payés, médicos tradicionales y chamanes estaban esperando este momento para poner en marcha su táctica defensiva contra el enemigo: una fuerte dosis de plantas medicinales y otros productos curativos combinados con reposo y oración. En algunas comunidades, atendiendo a la naturaleza del indígena, como ser social, no se practicó el aislamiento entre familias ni mucho menos entre personas sino que, por el contrario, hubo mayores manifestaciones de unión e integración para enfrentar en colectivo la pandemia y seguir recreando su cultura a través de los espacios de socialización como los eventos deportivos y religiosos (cultos, santas cenas y conferencias), las mingas y los encuentros cotidianos en el comedor comunal para compartir sus alimentos. Estas formas de expresión colectiva facilitaron el contagio masivo y pronto todos los integrantes de cada una de las distintas comunidades, fueron adquiriendo el COVID-19.
Fue entonces cuando ancianos, médicos tradicionales y chamanes comenzaron a utilizar las plantas medicinales que ya habían seleccionado y de las que estaban seguros podían contrarrestar toda clase de virus y, desde luego, esta pandemia. Ellos, desde tiempos inmemoriales, han convertido las selvas amazónicas en laboratorios naturales de investigación para encontrar la cura a tantas enfermedades que aquejan al hombre. De esta manera, concluyeron que plantas como el saracura, la limonaria, el açaí, el limón y la caraña, entre otras, asociadas a la miel de abejas y al agua de panela, serían la fórmula más apropiada para ello.
El saracura mirá o “cerveza del indio” (ampelozizyphus amazonicus ducke), que ostenta propiedades revitalizadoras, depurativas, diuréticas, antisifilíticas, antimaláricas, energéticas, cicatrizantes y afrodisíacas; la limonaria o hierba limón (cymbopogon citratus), que tiene propiedades carminativas, febrífugas, antisépticas y bactericidas; el açaí o manaca (euterpe oleracea), con propiedades nutritivas y antioxidantes, previene el cáncer, disminuye el colesterol y fortalece los sistemas inmunológico y nervioso, entre otros, además de que científicos canadienses estudian sus posibles efectos en la reducción del proceso inflamatorio causado por el virus del COVID-19; y el limón (citrus × limon), que mantiene el PH del cuerpo, fortalece el sistema inmunológico, mejora la circulación sanguínea, es antiséptico, antibacteriano, desintoxica el organismo y es fuente de vitamina C, entre otros, se han constituido, entonces, en productos de uso obligado en cada una de estas comunidades para inmunizar el cuerpo, fortalecerlo y, si la enfermedad ya está presente, combatirla.
Los pueblos nativos de la Amazonía difícilmente podrán sucumbir ante cualquier enfermedad o pandemia que se pueda presentar, gracias al conocimiento ancestral que poseen basado en la medicina tradicional, al contacto permanente con la naturaleza, a la sana y equilibrada alimentación, al desarrollo de su actividad cultural y a que el grupo sanguíneo que presentan puede generar menos riesgo, en este caso, ante la presencia del COVID-19. La alimentación de los pueblos indígenas del Guainía está basada en productos naturales extraídos del conuco, la selva o el río que no están contaminados con químicos, pesticidas, hormonas o sustancias conservantes como sales, colorantes y demás aditamentos que sí contienen los productos que consume la civilización occidental. El consumo habitual de pepas y frutos extraídos de la selva como el seje, el yuri, la manaca, el cucurito, el moriche, el camu camu, el aviña, el copoazú y el arazá, entre otros, ricos en flavonoides, antioxidantes, fenoles, omega 3 y diversidad de nutrientes, proteínas, vitaminas y minerales, sumado esto al consumo de variedad de pescado fresco, insectos, quelonios, aves y mamíferos silvestres, además del empleo en sus comidas del ají, ha terminado por blindar su sistema inmunológico de manera envidiable.
De esta manera, la ingesta de productos saludables por parte de la población indígena difiere en buena medida a los hábitos alimenticios de la población occidental que está sujeta al consumo de alimentos que contienen grasas saturadas y grasas trans, estas últimas presentes en alimentos procesados y ultraprocesados, azúcares refinados y exceso de carbohidratos. Comidas rápidas, embutidos, enlatados, snacks, papas fritas, bollería industrial, gaseosas, bebidas energéticas y bebidas alcohólicas, entre otros, han terminado por generar enfermedades como hipertensión, diabetes, obesidad, cáncer e hiperlipidemia que, al estar asociadas entre sí, pueden derivar en comorbilidades, que menoscaban las defensas del organismo y hacen más susceptible al individuo de perder la batalla contra el coronavirus. Por otro lado, las comunidades indígenas no están sujetas, como si lo está la población occidental, al continuo estrés, depresión, ansiedad y otros trastornos mentales que, sumados a la ingesta de fármacos, el uso de sustancias psicoactivas, el alcoholismo, el tabaquismo, la contaminación ambiental y el sedentarismo, terminan por deteriorar la salud y las defensas del cuerpo.
Son envidiables las condiciones de vida que presentan las comunidades indígenas amazónicas al estar ubicadas en el “pulmón del mundo”, un hábitat natural privilegiado que les aporta todo lo que ellos necesitan para vivir, en armonía con la naturaleza y para el desarrollo de una cultura única, plagada de saberes y conocimientos ancestrales. Con la medicina tradicional, los pueblos indígenas del Guainía están logrando contrarrestar los efectos del COVID-19, si tenemos en cuenta que ya un grueso de la población se contagió y el número de decesos se ha dado, más que todo, en Inírida, siendo casi nulo en las comunidades.