Antes de que Duque decretara la cuarentena estricta el 22 de marzo, en Antioquia ya se venían dando pasos en ese sentido. Daniel Quintero y Aníbal Gaviria habían acordado una cuarentena por la vida el fin de semana del 20 al 24 de marzo. Por esos días, la cifra de contagiados por la COVID-19 en el departamento resultaba insignificante frente al total nacional; sin embargo, la medida se consideró oportuna en la estrategia conjunta de ganar tiempo para avanzar en la ampliación de la capacidad hospitalaria y fortalecer un enfoque preventivo desde la plataforma Medellín me cuida.
En principio, esa cuarentena fue asumida por la ciudadanía con expectación y a la vez con respeto y atención. Pocos dudaban de su importancia. Salió a relucir aquella cacareada cultura paisa y Quintero sacó pecho ante los medios internacionales como el alcalde que mejor venía manejando la pandemia en el país. Pero con el pasar de los días esa cultura fue perdiendo impulso y se abrió paso al relajamiento, el irrespeto a las medidas de autoprotección, la proliferación de rumbas clandestinas y las aglomeraciones.
Ahora, Antioquia va a la cabeza en la cantidad de contagiados (por debajo de Bogotá) y se prepara para la llegada de los días más difíciles. Tal vez el punto de inflexión en la expansión de la pandemia en el departamento se traza a partir del primer día sin IVA. Un día antes Quintero invitó a la ciudadanía a “hacer patria” sin medir el fuerte impacto de sus palabras. Aunque en Medellín no se presentaron las aglomeraciones que si se dieron en Cali o Bogotá, a partir de aquel 19 de junio la cifra de contagios empezó a incrementar y desde hace algunos días se viene doblando con cada reporte nacional.
No obstante, el incremento acelerado en la cantidad de infectados es multicausal y no solo consecuencia del primer día sin IVA. Ese día solo fue un catalizador de la poca cultura del autocuidado que ha ganado espacio entre quienes le perdieron el miedo a la enfermedad (dudan de su existencia) o que ante el desempleo y las carencias económicas no encuentran más alternativa que salir a la calle a rebuscarse la comida.
Ante ese relajamiento que se refleja en la intervención de la Policía en miles de rumbas clandestinas o el irrespeto a la medida de pico y cedula, Quintero no encontró más alternativa que decretar la cuarentena en el centro y las cuarentenas “acordeón” en el resto de la ciudad cada fin de semana durante un mes. Se busca ganar tiempo para continuar avanzando en la adecuación de la red hospitalaria, ensayar los respiradores diseñados por la iniciativa Innspiramed y reforzar un mensaje ciudadano de promoción del autocuidado ante el inminente colapso de las UCI.
Quintero sabía que se enfrentaría a ese panorama y en razón de ello insistía en la importancia del autocuidado. Pero el alcalde no contaba con que la cultura paisa se iría desgastando, pues la estructura socioeconómica de un país tan desigual e informal hace imposible una cuarentena a base de pequeños subsidios. El retorno de muchos a las calles también era inminente. Medellín dejó de ser ejemplar en el manejo de la pandemia, pero no es responsabilidad exclusiva del alcalde, solo era cuestión de tiempo para que pasara y ya está pasando.
