Medellín no va a cambiar al mundo
Opinión

Medellín no va a cambiar al mundo

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abril 29, 2014
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Aprovechando que en mi columna anterior me tildaron de “rolo”, “papanatas”, y “antipaisa”, esta semana vuelvo a utilizar a Medellín como ejemplo para comentar sobre el futuro del mundo.

El martes de la semana pasada se celebró el Día de la Tierra. Una fecha que me encanta porque se activan mis amigos ecologistas a compartir fotos tiernas de árboles y vacas en su Facebook. Algunos de estos personajes realmente creen que pueden cambiar el mundo a punta de seguidores de Instagram, y además son dueños de una resiliencia admirable; no hay insulto de María Fernanda Cabal que los pare.

Pero este día de la tierra fue especial para Medellín, porque coincidió con el Día sin Carro. Para los que no saben qué implica esta otra piñata, les cuento: quiere decir que durante todo un día, no nos dejan sacar el carro, poniendo en peligro toda la normalidad de nuestro estilo de vida civilizado. Quiere decir que durante todo un día nos vemos obligados a usar/reflexionar sobre lo que significa usar bus, metro, bicicleta o caminata para movernos por un pueblo.

Como tanta gente está a favor del Día sin Carro, llegué a pensar que yo era el único revolucionario en contra de esos jueguitos. Busqué un comentario de mi senador—quien se ha convertido en un afamado comentarista de movilidad— pero no encontré nada. Me empecé a sentir viejo, dueño de un pensamiento anacrónico, incapaz de entender a estas nuevas generaciones, hasta que de la nada, llegó a mi pantalla un sabroso escrito que logró comunicar uno a uno mis sentimientos.

El señor Jaramillo Panesso nos invita a viajar desde los bosques de Finlandia hasta un futuro cercano cuando el Valle de San Nicolás por fin logre convertirse en un metastásico suburbio de Medellín. Con talento literario nos regala un poco de racionalidad en medio de tanta moda anticarro: nos recuerda que necesitamos “vías, puentes, túneles y carreteras para elevar la calidad de vida en movilidad”; ¡que frescura! Además, encuentra las palabras perfectas para estas ideas: “estas festividades ecológicas, como el Día sin Carro, son sentimentales y faltas de inteligencia”; ¡que perfección de lenguaje, que claridad de pensamiento!

Afortunadamente pasó algo muy positivo durante ese día. Las autoridades, coquetean con el maquiavelismo, aprovecharon para tumbar algunos árboles que estaban estorbando en la construcción de las nuevas vías, puentes y cemento que se siembran en el barrio El Poblado. Como esos árboles ahora se cambian por carros, entonces esa —sin duda— fue la mejor manera de combinar el Día de la Tierra y el Día sin Carro. ¡Bravo mi Medellín innovadora!

En el marco de lo que demuestran los datos académicos hay que hacer una claridad. Aunque los científicos han demostrado que la sostenibilidad de la tierra depende de la sostenibilidad de las ciudades, la cual a su vez, depende en gran medida de los sistemas de movilidad, insistir en que nosotros podemos hacer una diferencia no tiene ningún sentido.

Hagamos de cuenta que en efecto durante ese día, una gran cantidad de medellinenses dejan el carro en su casa. Luego, asumamos que muchos de los que prueban el bus y la bicicleta deciden volver a utilizarlo en un día ordinario. Para elevar más la fantasía, digamos que una buena parte de estos ciudadanos se dedica a presionar a sus gobernantes para que inviertan más en mejores sistemas de transporte colectivo y no motorizado. Finalmente, permítanme jugar con esta idea loca: esa ciudad (llámese Medellín, Curitiba ó Hangzhóu) se convierte en un modelo de buenas prácticas en el mundo en desarrollo. Ahora sí les hago la pregunta clave: ¿acaso podría eso implicar que otras ciudades busquen replicar esa estrategia?

En fin, unos días después me encontré con la terrible noticia de que Villavicencio celebró su primer Día sin Carro y sin Moto; una jornada de 6 a. m. a 8 p. m., durante la cual se prohibieron ambos vehículos motorizados. No hará falta el malpensado que diga que Villavicencio puede cambiar al mundo. No hará falta el malpensado que diga que un grupo de ciudadanos pueden cambiar el futuro de su propia ciudad.

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