En 1616, al pie de la quebrada de Aná, fue fundada la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria, pues la pureza de las aguas de ese afluente permitía un óptimo abastecimiento de la naciente población. Tres siglos después cambiaron los nombres y las circunstancias: la otrora cristalina quebrada está sepultada y es una cloaca, se llama Santa Elena, la pequeña villa ahora es la caótica ciudad de Medellín.
La idea de modernidad trajo industria y un crecimiento desbordado que llenó de basura industrial los ríos, el carro se convirtió en prioridad y a algún “genio del progreso” se le ocurrió sepultar a Santa Elena en una bóveda de cemento que se convertiría en la Avenida La Playa.
Sin embargo Medellín una vez más demuestra su capacidad de renacer y hacerle frente a sus lastres del pasado. La ciudadanía ha decidido intervenir esta Avenida proponiendo reflexiones en torno a la relación de la ciudad con sus recursos hídricos, la proporción del espacio público dedicado a automóviles, peatones y bicicletas, la manera en que los ciudadanos hemos perdido lugares de encuentro en el centro de la ciudad.
Así como la ciudad se reinventa las maneras de protestar también, tirar piedras y hacer barricadas en las calles quedan obsoletas frente a la acción creativa, masiva y pacífica de los ciudadanos, que proponen una construcción alternativa de la ciudad a través del poder de los símbolos.
La ciudad cambia peatonalizando La Playa por un mes y demostrando que Medellín es viable con menos espacio para los carros particulares, con una playa de arena real que evoca el nombre de la avenida y que permite que los ciudadanos nos volvamos a encontrar en el centro, que nos recuerde que sepultamos un río que ahora está moribundo por nuestras acciones.