Con la retina aún encantada, después de apreciar el imponente y colorido desfile de silleteros, cargando consigo a las flores más hermosas de la región; quise caminar por esa otra Medellín; la Medellín de la ignominia, la capital de la tierra que vio nacer al narcotráfico, al paramilitarismo, a la cultura traqueta y a las convivir.
Pase por el éxito de san Antonio, punto de encuentro, de los chocoanos que visitan o viven aquí; por La Plaza Minorista, el Bronx y por debajo del metro elevado, hasta llegar al vetusto edificio, primer centro de operaciones de Pablo Escobar, ídolo de gran parte de la juventud paisa y que está ubicado, en cercanías a la estación del Parque Berrio.
Sin temor a equivocarme les aseguro que, de cada tres transeúntes, uno es drogadicto; conforman un enjambre de hombres y mujeres, abandonados por la voluntad de dios, el gobierno de los hombres y sumidos en un viaje sin retorno, sin futuro y sin esperanza; deambulan como sonámbulos, mientras los expendedores a plena luz del día y ante la mirada cómplice de las autoridades, ofrecen todo tipo de alucinógenos.
Los parroquianos del sector me comentan que, a pesar de lo impresionante del sitio, allí es seguro; pues está vigilado por las *convivir*, que son las dueñas del surtido criminal, que envenena a esos pobres desgraciados y de paso, cobra una cuota por esa seguridad, a cada comerciante formal o informal.
La expansión de esta criminal práctica, ha avanzado a pasos gigantescos en Medellín, pero también, se ha expandido a Barranquilla, Cúcuta y Quibdó e intenta penetrar sectores como María Paz en Kennedy o san Bernardo en Bogotá; estos carteles, viven de todo lo ilícito y van penetrando en las ciudades, apoderándose del *negocio* barrio por barrio y avanzan de tal manera, que parecen imparables, dado su gran renta.
Los consumidores que caen a la edad 13 años, pueden pasar unos 40 años de su vida llevando dinero, día a día a estas mafias; así mismo, los comerciantes, transportadores y hasta los vendedores de arepas, deben de pagar por distribuir sus productos y agregado a ello, cuentan con un buen número de jóvenes que prestan y cobran los créditos gota a gota, a los mismos comerciantes y vendedores informales que extorsionan; de tal manera, que la empresa asegura sus ganancias a toda costa; hasta en la de condenar a miles de familias a tragedias indescifrables.
La miseria y el caos de estos lugares, contrasta con los lujosos hoteles del barrio el Poblado, desde donde partió el desfile, pero desde donde también, se ofrecen los más completos paquetes turísticos sexuales, que incluye un diverso portafolio de drogas; niños y niñas menores de edad, que son los preferidos por los degenerados gringos y otros turistas.
Todo ello tiene una misma gerencia y un mismo propósito; convertir a la juventud colombiana en una especie de esclavos, con la mirada complaciente de las autoridades, y de una sociedad adormecida por el discurso de políticos corruptos y el bombardeo inmisericorde de los medios de comunicación, que apuntan a la anulación de la capacidad de análisis del individuo, sumado a un reducido número de agentes del estado que agranda sus capitales con las coimas que reciben de los pillos.