Como era de esperarse, de nuevo ocurrió lo que nadie se esperaba. Luego de una vergonzosa campaña para un plebiscito nacido y muerto en medio de falsas expectativas, en el cual las personas que salieron a votar se expresaron con o sin huracán, con o sin haberse leído el contenido del acuerdo, con o sin apelar a sus emociones; produciendo un hecho rotundo, pataleable pero inapelable.
La mayoría democrática; esto es, la mitad más uno de los votantes, decidió por y para el resto de los colombianos. Este concepto puede resultar extraño o inconveniente para algunos, pero es una regla del juego que jamás ha estado en tela de juicio. Los mecanismos de la democracia, por imperfectos que nos puedan parecer, permitieron bajar el umbral de decisión al 13 % del censo electoral. Lo que nunca se modificó fue el principio de que la mayoría es la mayoría y que contra las matemáticas no hay discusión que valga. En todos los sistemas políticos existentes, 50,24 % siempre va a ser más que 49,70 %.
Creo que fue Borges quien dijo en una ocasión que la democracia no es más que un abuso de la estadística. Puede ser, pero es también un sistema de gobierno obligatorio, cuando es decidido por la mayoría. Aquellos de nosotros para quienes la democracia tiene algún sentido, la consecuencia lógica sería la de acatar esa decisión expresada en las urnas y luchar dentro de las reglas que el mismo sistema establece para ganar, en una futura ocasión, el favor de los electores hacia los propósitos de los perdedores de esta jornada.
Pero aquí vienen los peros. Que la campaña del otro fue la más sucia; que nos llovió más a los de esta opción; que los otros engañaron más a los unos; que los unos no dijeron la verdad. Todos esos argumentos macondianos no hacen más que retratar de cuerpo entero a quienes los esgrimen.
A propósito de Macondo. Cuando en 1982 la Academia Sueca le concedió su Nobel, ya hacía rato que Gabo había escrito sus más importantes obras literarias. El premio no le fue concedido por comprometerse a escribir Cien años de soledad; o porque los miembros del jurado se impresionaron con el borrador de alguna de sus obras. El premio fue otorgado por la calidad literaria, por la capacidad de crear mundos mágicos (aunque él mismo dijo después que no había creado nada. Que se sentía más un cronista de su época y de su gente que un novelista). Ojalá y al gobierno cubano no le vaya a dar otra vez por llenar un avión con cajas de ron de las Isla, para enviar a Europa el día de la ceremonia de entrega del premio, como en su momento hicieron con Gabriel García Márquez.
A nuestro presidente se le otorga el Nobel de Paz por sus esfuerzos en la búsqueda de una paz para Colombia. Si bien es necesario aceptar que la organización del Premio Nobel puede otorgar sus galardones a quien se le dé la gana, ya que no es un organismo propiamente democrático que obedece primero a sus propios intereses; también es importante entender el mensaje de apoyo a un proceso de paz en el que el gobierno noruego ha estado involucrado desde el comienzo.
El premio debería ser suficiente para el presidente Santos y su equipo negociador, quienes hicieron su mejor esfuerzo. Deberían en consecuencia hacerse a un lado y permitir que otras personas, aquellas que no se conforman con esforzarse sino que se comprometen con la obtención de resultados, encaren la tarea de hacer realidad el sueño de neutralizar a la guerrilla de las Farc y su accionar terrorista, en unas condiciones aceptables para la mayoría de los colombianos.
Hay una enorme diferencia ente el esfuerzo y el logro,
pero las luces de colores de la celebración
no nos permiten apreciar este hecho
Es que premiar el esfuerzo como un aliciente es algo encomiable, pero inútil. Hay una enorme diferencia ente el esfuerzo y el logro, pero las luces de colores de la celebración no nos permiten apreciar este hecho.
Un amigo, dueño de una empresa, me comentaba que su jefe de ventas le había pedido una bonificación en dinero, adicional a su salario normal. Mi amigo le preguntó: —¿Y por qué crees que mereces esa bonificación?
—Pues porque este mes me he esforzado muchísimo para cumplir con las metas de ventas de la empresa —respondió el empleado. —Ajá, —dijo mi amigo. Y cuéntame, ¿cuánto vendiste este mes? —Nada, —respondió el empleado. —Pero como hice un esfuerzo tan grande y tan sincero, creo que debería darme el bono que le pido—.
Sin la intención de caricaturizar, ya tenemos a suficientes personajes públicos haciendo lo mismo, considero que los esfuerzos solo valen cuando se coronan con el éxito. No es honesto recibir el reconocimiento por haber intentado algo que no llegó a ninguna parte. Lo honorable sería declinar el prematuro galardón y comprometer los esfuerzos en tratar de merecerlo. Para ello, es preciso dejar de engañar a la opinión interna y a la internacional con falsedades relativas al llamado proceso de paz. Comenzar por convocar sinceramente a los colombianos a presentar un frente común contra los violentos; en lugar de hacerse de su lado para atacar a quienes disienten de esta forma de convertir a un movimiento terrorista en un grupo respetuoso de las reglas de la democracia que tanto detestan.
POSDATA: Sería bueno preguntarles a los noruegos si aceptarían que Anders Breivik, el psicópata que asesinó a 77 personas en 2011 en la isla noruega de Utoya, pudiese ser elegido primer ministro de ese país.