Tenía apenas 10 años, lo recuerdo como si fuera ayer. Yo, un niño inocente, que apenas acentuaba las palabras terminadas en on, que se peinaba de lado, ojiverde, de piel blanca y sonrisa tímida. Mantenía, por el calor de la ciudad, en pantalonetas y camisilla (esqueleto) blanca. No sabía nada del mundo, ensimismado en la casa de una tía de mi madre, cincuentona ella, que era quien nos cuidaba a mi hermana y a mí. Hacía mis tareas como un niño normal: sin ayuda ni tutoría de alguien. Me las arreglaba como podía.
En la casa nos visitaba, esporádicamente, una mujer de torso y extremidades abultadas, de 170 cm de altura, aproximadamente, con sus dientes blanquísimos y pelo encrespado. Se mostraba muy amable cuando iba a visitar a mi tía y llevarle algo que su madre o padre, amigos de mi familiar, le enviaban. Me sonreía al pasar por la sala de la casa, pero no decía palabra. No sé cuántos años tendría ella, pero estoy seguro que era mayor de edad.
Cierto día, como de costumbre, llegó a casa, la puerta mantenía abierta debido a la tranquilidad de aquellos tiempos por el barrio, entró resonante, alegre, sería para no levantar sospecha, imagino; llevó un porta rojo a su destinataria y ligeramente, se devolvió, me dijo: ¡papacito! y yo, taciturno, me sorprendí. Al ver mi asombro, me cogió del buzo, me metió a la fuerza a una habitación contigua a la sala, y me dijo: “¡deme un beso, papito!”, yo me rehúse, y ella, por ser más grande y fuerte, me apretó más, violenta, pero sin groserías, repitió: “¡deme un besito, no más!”. Recuerdo que saqué más fuerzas de las que pude tener y me le escapé.
Parece sacado de una novela o de un cuento, pero no lo es. Luego, no puedo decir que al otro día o a la otra semana, eso no lo recuerdo bien, la misma escena ocurrió. Esta vez estaba en camisilla y en pantalonetas, más vulnerable, supongo. A la misma habitación, casi que arrastrado me llevó. Volvió a repetir su fatídica sentencia, ahora con más agresividad: “¿hoy si me va a dar el beso, papito, o se va a hacer el rogado?”. Yo, tierno aquel entonces y muy callado, no dije nada. Era tan cálido que mi bisabuela, que crió a mi madre, me decía “mi doctorcito”, porque para ella tenía pinta de doctor (médico).
Prosigo. Ella, con ansias que saciar, me agarró fuertemente y me besó. Fue mi primer beso, ¡irrumpió mi cándida niñez! Me metió su lengua en mi boca una y otra vez. Me resistí, pero esta vez fue imposible escapar. Ella, después de asquerosamente entorpecer mi pequeñez, me agarró los genitales. Dijo unas palabras morbosas que no recuerdo debido a mi llanto. Me sentí abrumado, acongojado. No sabía por qué una mujer me hacía eso. Soltándome, pero no permitiéndome ir, exclamó: “¡esto lo repetimos, papito!”. Lloré insaciablemente. No dije nada. Mi familia: conservadora de ultranza, no me iba a creer y tampoco existía confianza alguna con mis progenitores para narrarles lo que había sucedido.
La historia se repitió dos veces. A la tercera quise impedir −de nuevo− el bochornoso acto, pero ella ganó en fuerza. A la cuarta vez, no le hice frente al acto sexual abusivo, me dejé llevar, no por gusto, sino porque sabía que era inútil luchar con tan corpulenta mujer.
La acción no se volvió a frecuentar porque ella se fue con el marido. ¡Ah!, es que eso no lo conté: ella tenía cónyuge. No sé para dónde se marchó. La volví a ver hace como 5 años y me dijo: “uff, ahora sí vamos a terminar lo que no pudimos hace algunos años”. Lo confieso: me intimidé, ya veinteañero la zozobra me acorraló y bajé del bus donde iba. Supe, por un pariente mío, que tiene 3 hijos y ha tenido el mismo número de compañeros sentimentales.
No sé qué haría hoy si la veo. Pero el miedo no se va, más de un niño que ha sido abusado sexualmente. No hubo penetración, por lo que creo que mi vida no se estropeó moral y psicológicamente.
Esta historia es real. La vivió el suscrito. Nadie la sabía. Me atreví a contarla para que la gente sepa por lo que padecí, para que se imaginen la angustia que pudo tener Yuliana Samboní, para que se concienticen y confíen plenamente con quién dejan a sus hijos.
Y, por supuesto, para que comprendan que los niños también son abusados sexualmente.
@Camuntor