Porque soy mujer: Hillary Clinton
El tercer libro sobre la vida de Hillary Clinton – Lo que sucedió (What Happened) - saldrá a la venta el próximo 12 de septiembre.
Desde hace unos días los medios han estado soltando apartes del tan esperado volumen.
El escrito es una radiografía de las pasadas elecciones de los Estados Unidos y resalta los eventos que le costaron a Hillary Clinton una derrota que para muchos pasará a la historia como una de las más dolorosas.
De una manera íntima y personal, Clinton reconoce sus fracasos y elabora sobre ellos.
Habla por ejemplo de no haber reconocido el momento político por el que atravesaba su país, sobre el golpe bajo que le dio James Comey, exdirector del Buró Federal de Investigaciones (FBI): el anuncio que señalaba que estaba a punto de reabrir la investigación por los famosos correos electrónicos que Clinton escribiera cuando era Secretaria de Estado, justo una semana antes de las elecciones presidenciales.
También se refiere al remordimiento que le causó no haberse defendido mejor de los ataques de su contraparte en el partido demócrata, Bernie Sanders, por temor a aislar a posibles electores.
Clinton hace un mea culpa por no haber reaccionado con más firmeza ante el entonces presidente de Rusia Vladimir Putin cuando se empezó a contemplar la posibilidad de que este gobierno pudiera estar involucrado en un posible fraude para que Donald J. Trump, entonces contendor de Clinton, ganará las elecciones. Sobre este tema también se pregunta cuál habría sido el desenlace si Obama hubiera intervenido en las investigaciones con más firmeza.
Todos, sin duda, eventos interesantísimos sobre los que quienes vivimos el proceso electoral de cerca queremos ahondar.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención de todos los apartes que salieron en los medios, fue aquel en donde al parecer, una noche cualquiera y de una manera muy íntima, Clinton se cuestiona con dolor por qué la odian tanto.
De pronto Clinton se encuentra de frente con un odio visceral.
Un odio sin límites.
Un odio como ninguno.
Por qué a pesar de la falta de preparación de su rival, sus ocho años como Primera Dama, sus otros ocho como congresista, sus cuatro como Secretaria de Estado, su vasta experiencia y sus conocimientos en política internacional entre otros, de pronto se encuentra de frente con un odio visceral. Un odio sin límites. Un odio como ninguno.
Según cuenta, concluye que todo se reduce al hecho de ser mujer.
Su reflexión que pareciera tratar de minimizar sus defectos, sus posibles errores tácticos, o su falta de ética en varios asuntos de estado deja, de todas maneras, ver el arraigo profundo que aún tiene en hombres y mujeres la creencia de que el sexo femenino no está preparado para liderar un país como Estados Unidos. Y va más allá. Sus ciudadanos, en general, no creen que las mujeres deban estar al mando del país más poderoso del mundo.
Y es que la manera como Clinton narra este momento de introspección pone a pensar al lector que puede que aun cuando la evidencia sobre la preparación y experiencia apunten con certeza a las manos de una mujer, es más cómodo y “sensato” darle el don de mando a un hombre.
Mis conclusiones se basan en meros apartes del libro plasmados en cortos artículos que la prensa ha ido soltando. Espero equivocarme.