Lo conocí hace unos años. Tocaba el León Pardo, el mejor trompetista de este país. El Anónimo no sólo tiene el misterio de su desnivel, de su espacio en forma de sótano que incita al desorden y a la rumba brava. Ya no hay bares así. En un mercado dominado por Bogotá Beer Company, cada vez los bares independientes, los bares realmente melómanos van desapareciendo y lo que queda es una filial, algo parecido al McDonalds en donde se vende una sola marca de cerveza, una imposición que aceptamos sumisos.
Pero yo me cansé y por eso abrazo este santuario donde toda la nueva música colombiana arrancó. Ahora en las Fiestas, repletos de conciertos, no queda otra que abrazar el Anónimo, abrazarlo hasta que su efluvio nos llene de buena energía.