En 2003 Gilberto Ávila Llano sintió que su cuerpo ya no le respondía más. Se había reventado. Durante todo el último tramo de la época del noventa y principios de este siglo, durante el gobierno de Andrés Pastrana, tres veces por semana se montaba en una avioneta a acompañar al piloto que, desde el aire, arrojaba sobre la selva el glifosato.
Él no sabía que este veneno no sólo mataba las plantas sino que, sin quererlo, se estaba haciendo un harakiri. A pesar de su juventud poco a poco vio como la salud iba menguando. Pronto su mano derecha empezó a temblar.
No había cumplido los 35 años cuando las alertas salían a borbotones de su cuerpo: el rostro se le volvió inexpresivo, a pesar de que salía a trotar cuatro veces por semana empezó a presentar rigidez en los brazos, no se movían cuando trotaba. El primer diagnóstico fue contundente, sufría de Parkinson juvenil. Su trabajo, rociando glifosato, era la razón del mal.
En Colombia, fue el gobierno de Julio César Turbay el que primero que estuvo de acuerdo en rociar glifosato. Fue contra los plantaciones de marihuana en la Sierra Nevada de Santa Marta durante la fiebre marimbera. Paradójicamente fue en el gobierno del humanista Belisario Betancur donde el glifosato se volvió política de estado. El ministro de Salud, Jaime Arias, ante las críticas de ambientalistas, pidió realizar un informe que dictaminó lo siguiente: usar el glifosato equivalía a “experimentar con seres humanos” a pesar de esa advertencia se siguió usando.
César Gaviria también hizo caso omiso a las advertencias que hablaban sobre efectos “colaterales” de la sustancia, Samper tuvo que ver como el Guaviare se le levantaba en marchas de hasta 200 mil campesinos, cultivadores de coca, se le pararon al gobierno y, después de decenas de manifestantes muertos, terminaron con “El pacto de Orito” que apuntaban a crear un plan de desarrollo alternativo para el sur del país.
Con Pastrana y en pleno Plan Colombia Estados Unidos aprobó un fondo para apoyar a los afectados por glifosato. Sólo el 1% de ellos fueron atendidos en 10 años del programa. Uribe hizo un estudio con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en donde se afirmaba que no revestía peligro.
Uribe aguantó marchas de cocaleros en Policarpa Nariño, Puerto Rico, Meta, La Hormiga, Putumayo. 8.000 campesinos marcharon y Uribe les bajó el pulgar diciendo que eran marchas pagadas por las Farc. Santos cerró las fumigaciones. Pero el daño ya estaba hecho. El Sargento Ávila no era más que otra víctima.
Durante 17 años el sargento Ávila peleó con la policía para que le reconociera el tratamiento a su enfermedad. Él no estuvo solo. De los 25 policías que lo acompañaban cinco resultaron muy enfermos. Por eso, hastiado con la vida, decidió que este 26 de septiembre se convirtiera en el tercer colombiano en someterse a una eutanasia sin estar diagnosticado oficialmente como paciente terminal. El evento se realizará en una clínica en Armenia, su ciudad.
El paciente le dijo a un periódico del Quindío, titulado Mi oriente, afirmó: “Si el glifosato fuera inofensivo para la vida y salud no estaría prohibido en varios países. Lo obtenido con las fumigaciones son victorias pírricas, ya que no se ha logrado reducir la cantidad de hectáreas cultivadas”. No dudó en decir que fue el glifosato el que lo está matando.
El caso de Ávila se suma al de Víctor Escobar, quien tenía una enfermedad pulmonar obstructiva EPOC, hipertensión y sufrió dos infartos y el de Martha Sepúlveda, paciente paisa que sufría de esclerosis lateral amiotrófica.