En estos días de horror donde la política y el destino del país es tan incierto, me acuerdo de Bernardo Salcedo, un ser que manipula la realidad. Lo aprendió desde su infancia en el barrio La Soledad en Bogotá, donde jugaba solo con un teatro de marionetas y construía las escenografías para contar sus propias fábulas increíbles. El mundo de la creación solitaria, la imaginación y el rito de transformar historias, de inventar ficciones, de reírse de los demás —y de sí mismo— es inventar un mundo estético donde la personalidad del artista consagró en Colombia la tendencia objetual en el arte, al lado de Beatriz González. Y fue mucho más lejos.
Bernardo Salcedo realizó obras que giraban entre lo lúdico y lo irónico. En un intercambio de los materiales, creó formas misteriosas donde dejaba siempre el margen de la duda. Así como cuando buscamos en un diccionario una palabra y la descripción que se adapta a la apariencia, sale de contexto; Bernardo Salcedo nos descontextualiza la apariencia de las cosas para armar su mundo inusual. Las obras de arte las construyó con cosas olvidadas para sus series de fotos compradas en un mercado de pulgas en Praga, que, al agregarles unos objetos distintos, realizan su propia versión del retrato conceptual de la cotidianidad.
Inventó una serie de cajas blancas con pedazos de muñecas-bebés que encontraba en sus investigaciones de terreno en el centro. Con los fragmentos de los muñecos, creaba geométricas cajas blancas donde nos mostraba su manera claustrofóbica de acercarse a la figuración.
Como un luchador y con la imaginación del niño antes de ser dueño del uso de razón, más la experiencia de creador surrealista, Bernardo Salcedo logró dominar su complejo idioma, donde ejercía la práctica continua de duda metódica con la impertinencia sarcástica de una inteligencia audaz. Cuando conversaba con él, nunca tuve la certeza de si lo que Bernardo Salcedo me estaba contando era una verdad a medias, un chisme transformado o su versión metamorfoseada de los acontecimientos. Con su risa a carcajadas iba de periódico La Prensa a contar historias. A mí me llegaba tarde porque vivía cerca. Además, mientras hablaba, soltaba unas repentinas carcajadas que creaban un doble desconcierto con hilaridad mientras trataba de venderme sus obras.
Lástima que no se las compré todas. Pero sus obras son objetos herméticos y en la lectura queda siempre la sospecha de que algo secreto ha quedado enclaustrado. Esa sensación de incertidumbre que deja su trabajo es la magia de su poesía.
Como diría Heráclito, todo en el mundo de Bernardo Salcedo estaba siempre en la continua fluidez de inventar lo insospechado. Y sus trabajos tan milimétricamente calculados, les dejaba insinuada una apariencia de lo posiblemente inconcluso. En un calculado orden desordenado, Bernardo Salcedo confronta la subversión de los valores y encuentra su armonía interna. Como lo dice la estética idealista, la invención y la creación son la expresión del espejo interior del espíritu creador.
Alameda, en Bosa, Bogotá
Como los posmodernos, Bernardo Salcedo descontextualiza cada elemento para organizar sus obras. Máscaras del olvido, mares con olas de serruchos de acero; flores de metal. O bosques de árboles en hierro o acero, son su propuesta para acercarse al paisaje donde su irreverencia es la fábula de su estética.
Las obras de Bernardo Salcedo, en su gran mayoría solo conocen el carácter de lo frío. El blanco y sus materiales industriales nos marcan una distancia entre la obra y el espectador. Su frío del filo de una navaja crea la sensación de desapego, la provoca la intención física de la obra.
Sus mundos de amalgama y alquimia nos permiten pensar en la neurosis maniquea de que “realidad” no es más que un remedo. Ahora, más que nunca, cuando nos dejó por fuera de sus mundos consagrados el 21 de enero de 2007.