Salidos ya del berenjenal de las elecciones y superados los sustos iniciales del mundial de fútbol, es hora de regresar a la poesía.
Marlene Zertuche, poeta, periodista y editora mexicana vino desde Guadalajara en 2013 para hacer parte de la sexta versión del Festival Internacional de Poesía en el Caribe, PoeMaRío. Y trajo con ella un breve libro titulado Mazo de Hércules, su primer poemario.
Un libro que, apenas leídos sus versos iniciales, te siembra una extraña incomodidad en el espíritu; un malestar lejano a la suave complacencia del poema que te concesiona la experiencia de hacerte sentir bien. Estos poemas son un inventario de la destrucción del amor, de su imposibilidad, de la desesperada estación en la que el amor se refugia en el sexo, y queda después resumido en la palabra.
Son estos poemas escritos con dura belleza, sin ese reblandecido dolor del que se queja. Zertuche dice, califica, presenta, exhibe las heridas pero lejana a toda conmiseración. Todo lo contrario. Jugando con el mito y el azar y cabalgando sobre un discurso desprovisto de efectismos poéticos deja relucientes sus dolores logrando una poesía que interpela profundo y cuestiona en el lector la cómoda tentación del verso complaciente.
Mazo de Hércules deja la percepción de que está precedido por un trabajo de días; poemas que son el resultado de una empeñosa lidia con las palabras y con las ideas, sentidas hondamente, y rodeadas de un misterio al que no se llega fácil. Un misterio de las asociaciones, de las claves secretas y de las referencias a un poderoso erotismo que sin embargo se extravía, se atenúa, se asoma y se elude, como sucede en este libro en el que huyen más de una vez los sentidos del poema para esconderse detrás de la belleza.
El libro está arreglado estructuralmente como una partida de cartas. Son breves partes propuestas al lector fundamentalmente como juego, y con esta administración de la baraja, queda claro que el mazo —y compartimos esa lectura de Neri Tello en la nota de presentación de este poemario— no es solamente el paradigmático instrumento mitológico de Hércules, sino, también, el mazo de cartas con el que la Zertuche quiere poner sobre la mesa el juego de saber qué sucede con “ésta locura que presagia fuerza devastadora en todas sus cartas”. El mazo de cartas es uno de los territorios semánticos pretextuales en el que se explican los signos de este libro: el azar de la vida y la poesía regirán lo que sucede en este territorio del poema.
Pero en la certeza de que somos “mito, ciencia y calostro”; es decir, mito y ciencia y poesía mamada en la luna de un pezón, sensualidad e instinto mamífero, para ansiar el espantoso abismo de la gloria a través del combate de los cuerpos, volvemos al destino del lenguaje. Es decir, la palabra nombrando la experiencia, el verbo como punto final, como destino. La instancia en la que se resuelven los conflictos, no en la que se alcanza la felicidad, de ningún modo. Aquí el lenguaje empieza a proponerse por encima del instinto fatalista del sexo; diríamos que el destino del poema por encima de “elorgasmo simulado o el heredado espejismo conyugal”.
Desde este momento del juego en adelante el mazo de Hércules se hace de plástico, su avasallante fuerza masculina sucumbe al dominio del amor y la palabra poética domina entonces el poema en señal de libertad de lo que se siente y se dice.
Es entonces el desafío de la palabra poética, más allá del mazo de Hércules y del mazo de cartas. La suerte está ya echada. El pulso del poema es la fuerza para llegar ante Dios o ante Zeus; para escribir en el espacio que dejaron Drummond de Andrade, Pessoa y Ulalume González de León; para dedicarle un poema muy personal y misterioso a Rilke, que murió en el 26, “ese día la poesía se equivocó / con ella misma /como el día en que viré para encontrarte”.
Y aparece de nuevo el amor, lleno de rastrera cotidianidad y ensueño. Como siempre. Y los tres poemas finales de este libro: Grandes planes para la esperanza, Zoo y Marlen-to, parecieran ser textos liberados del juego del libro; no porque no quieran pertenecer a esta reunión, sino porque parecieran ser los textos que ganaron la partida. Porque certifican la inutilidad de la pugna entre los sexos, los que recomponen el orden en el que la batalla se reinstala en la normalización del desencuentro. La inconformidad de los amantes es la metáfora de la pelea del poeta y las palabras. Y a la visconversa. Y allí comienza todo de nuevo. Los tres poemas son nuevamente un canto con los mismos dolores. Dura belleza que no aspira a conceder.