La sola palabra Milonga encierra una alta sonoridad poética. Una música, un ritmo y cadencia. Una sutileza en su fonética que vibra tristeza y desencanto. Milonga para una niña que se va es el nombre del poemario de la escritora Mayra Díaz, quien resultó ganadora en 2020 del Portafolio de estímulos, Germán Vargas Cantillo que estrega la secretaría de Cultura de Barranquilla.
Son veinte textos de matices diversos, con la misma marca del dolor. Dolor de crecer, dolor de un Estado sordo, dolor de no encontrar respuestas. Es el goce y el sufrimiento de crear y revelarse como ser humano a través de la palabra que se cincela y se lija con rigor. Eso es lo que nos entrega Mayra Díaz en estos cantos de niña, de niña adulta aún. La que nunca se ha ido de ese cuerpo que cambió físicamente y que sigue cargando los pesares de la infancia en forma de versos: Quiero decir algo de una mujer que mañana no estará. Es el primer verso del poemario. Ahí están las claves de un relato cifrado que crece y se mantiene nervioso en intensidad. En ese poema titulado Canción pequeña suena una música ancestral, el bullerengue nativo que susurra edades de fertilidad. Lo reitera, lo reafirma, lo repetite como camandulera en pecado, un rosario mental, una plegaria que atraviesa otros versos:
Quiero decir algo de una mujer que mañana no estará. / Que zarpó de mi puerto triste con fiebres de bullerengue, cuando yo apenas empezaba a componer su canción.
Hay un constante sangrar de una niña que se resiste a abandonarse a sí misma, que se hace adulta, que construye su madurez con diversos placeres clandestinos; marcas eternas en su piel… Sin tiempo, sin piedad. Hay una fuerza adicional que la autora impone desde el poema La advenediza, en la que son posibles las imágenes de un erotismo que se junta con frutas agrias y aromas de eucalipto. En la que aparecen las flagelaciones desde la palabra: En algún tiempo fui la poeta puta más importante, que los poetas machos fornicadores. / La poeta hermafrodita que hace el amor con los dos sexos. / En algún tiempo fui la mujer, la puta, la niña-ave migratoria, libertina y libertaria. / La muchacha impúdica que no se reconoce más allá del poema. / La muchacha que rescata las palabras olvidadas en el fondo de las cosas. / “Todos los muros se hicieron para caer”, me dice la niña que grita desde el patio olvidado. Es su propia reafirmación como creadora y poeta.
En la estructura del poemario están las claves de instantes que duelen. Primero, Las reminiscencias, el paso imborrable de una cicatriz en la piel, la angustia de una niña, el espacio que no desprecia el olvido. Son las idas contantes a un pasado cuyos vapores están presentes, los vapores del tiempo que aun huele. Vuelve la sangre. La untuosidad que se multiplica más en la mente que en el cuerpo. La viscosidad eterna que se sufre antes de que aparezca el futuro. Fatalidad que se vela y valora, un crecimiento perturbador sin escapatorias ni sofismas.
En Mayra Díaz está la duda constante, el privilegio de preguntar sin que le sean dadas las respuestas. La insistencia de una mujer insatisfecha con las propuestas de un mundo que la reseca, le resquebraja su piel en espera de instrucciones que no llegan. Se atreve, vuelve a preguntar, especula ante la ausencia de un mundo de correctas estructuras ya fracasadas. Hay un cansancio en esa espera, de allí brota la mujer creadora. Son las palabras que selecciona y las guarda en una canastica. Las usa para abrir otros caminos, satisfacerse a sí misma con formas experimentales de la existencia. Ella dirige todos los experimentos.
En medio de tanta intimidad, está el poema titulado La resistencia, abre otros discursos. El de esos territorios que sufren sin poder huir. Como esa niña que no podrá escapar, la misma que ofrece milongas mientras huye, mientras se esconde o se protege en otros lugares de su cuerpo. Es la idea del cuerpo territorio, que se viola, se apropia, se abusa, se disfruta. Igual sucede con el titulado Navegar es necesario, vivir no. Este apartado del libro termina con Darle forma al llanto. Se expresa en esos versos las dolencias, las marcas sobre el cuerpo. Ella las maquilla con una singular añoranza, un ungüento inútil de una abuela muerta que sigue sanando desde el afecto como sobos permanentes de la memoria.
Las milongas que dan título al poemario, están en la segunda parte del libro. Abre con un epígrafe de María Mercedes Carranza: “Y se desviste como para poder tocar toda la tristeza que está en su carne”. En el poema La huida se revela la mujer de la urbe, el citadino pensamiento que rememora la ajenidad, cantos ancestrales, las melodías raizales de la infancia. Ella crece en la hostilidad del cemento: En el metro, un par de mujeres jóvenes murmuran historias imposibles donde ella es la responsable de eclosiones, hogares rotos y suicidios. / Su nombre va por ahí, danzando de boca en boca como una premonición, un cántico ancestral, una añoranza. / He huido a ciudades pequeñas, más propias para el corazón y su nombre sigue ahí, persistente, anunciándose en otras lenguas. /
Hay momentos en este apartado en que se presentan textos que prometen en su intensidad, Quizá haya un lector que espera o imagina más. Es una provocación de autora. El deseo que truncado. Las ansiosas ganas de leer más, solo la coqueta palabra… No hay acciones:
La nostalgia de ser joven y estar muerto
Ah, la prematura nostalgia de ser joven y estar muerto.
Ah, el prematuro dolor de pudrirse antes de tiempo.
Ahora que tu cuerpo, liviano y hermoso, reposa en esa mesa fría.
Y que todas las luces de la habitación han sido apagadas.
Ahora que estás ahí, y no corres descalzo dejando tras de ti una legión de tierra,
Y no me miras con el disimulo trémulo de tus 12 años.
Me pregunto:
¿Fuiste lo suficientemente amado?
¿Alguien besó con devoción toda la dulzura de tus manos rústicas?
Igual sucede con:
El huésped
Pero de pronto, como si también pudiera llevarte dentro de mí, con sangre y vísceras.
Y te aferraras a mi vientre, como si mi útero fuese tu único refugio.
Como si, dentro de mí, estuvieras a salvo de todo.
A salvo de ti.
Tú, que eres huésped e invasor.
Tú, a quien espero.
Hay mucha música revelada o insinuada en los versos de Mayra Díaz. La indescifrable trompeta de Chet Baker con sus ojos lagrimosos, los bullerengues ancestrales de tambores afinados al azote. Pasan los olvidos y los olvidados, los embriones fracasados, las almas de los hijos inexistentes que se revelaron como fluidos dolorosos. Hay una autora desesperada. De que alguien sea en la palabra aquello que no pudo ser en la vida. Está la ambigüedad, las oscuridades, las penumbras, los misterios, la escritura que encripta pesares, la escritura que duela sobre las pieles que aún no hemos tocado. Los tiempos imposibles, el subjuntivo doloroso, donde las penas se hacen posibles sin arrepentimientos.
El poema con el que finaliza este libro, en el tercer apartado titulado Memorias de naufragios, potencializa el desenlace:
Anuncia Mayra Díaz en el último poema:
Memorias de las palabras y de las cosas:
¿Para qué sirve la poesía? Se pregunta Alejandra Pizarnik un 30 de diciembre de 1962.
“Tal vez la poesía sirve para esto, para que en una noche lluviosa y helada alguien vea escrito en unas líneas su confusión inenarrable y su dolor”.
¿Para qué sirve la poesía? Se pregunta, aún sin respuesta, la niña que fui un 30 de diciembre de 1999.
Somos los facilitadores de la muerte, fracasamos en la aventura precoz de vivir sin miedo y amar.
Alejandra, aún no estoy lista para ti, pero ya te pertenezco.
La necia pregunta de siempre ¿Para qué sirve la poesía? “Para conocerte mejor”, susurran algunas bestias al acecho. Ahí va la escritora con su canastica de palabras. Ahí va una poeta de dolorosas urbes. La transita aeropuertos en los que moja su labios con whiskies (single malt) para luego volver al lugar de sus ancestros y beber con desespero ese trago hechizo destilado de conchas fermentadas y frutas manías. Ambos tragos, la poeta los disfruta con el mismo placer, de ese gusto es la poesía de Mayra Díaz.