Mayo de 1968 a la colombiana

Mayo de 1968 a la colombiana

Es evidente que Colombia no es Francia, pero sí que el país ha estado inmerso en los últimos cien años en conflictos y violencias

Por: Alejandro González Santafé
junio 01, 2021
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Mayo de 1968 a la colombiana
Foto: Natalia Prieto / Las2orillas

Mientras un cohete chino le da vueltas al mundo a gran velocidad en mayo de 2021, en Cali, la ciudad más grande del suroccidente colombiano, los habitantes de algunos barrios, entre ellos Puerto Resistencia, soportan, a pesar de que ya han perdido a varios de los suyos, detrás de barricadas artesanales la embestida de la fuerza pública. El tiempo pareciera no corresponderse, pareciera que Colombia recién está en su mayo del 68.

La constante de estos días ha sido la de miles de personas, en su mayoría jóvenes, marchando en las calles. A las nuevas generaciones no les ha quedado de otra que echarse este viejo país sobre sus hombros, en muchos casos a pesar de las balas que reciben. Decimos “viejo” porque hay una parte que se niega a abandonar la corrupción como medio para conseguir el poder político en beneficio propio. Por eso es que en su defensa no dudan en optar por la peor de las salidas: la violencia. Es la muestra fehaciente de un gobierno carente de ideas.

Una vez que cae la noche, muchas de estas personas regresan a sus barrios, y allí continúan marchando, haciendo que la protesta sea más local. Este tipo de marchas espontáneas se empezaron a dar en noviembre de 2019 luego de un rotundo cacerolazo nacional. Hay momentos en que da la impresión de que Colombia avanza por un camino parecido al de Chile. De hecho, en los enfrentamientos nocturnos ya es común el uso de los láseres como forma de limitar el avance de los antimotines. Los jóvenes se protegen con escudos de cartón, lata o madera. Arman pequeños puestos de avanzada para ganarle unos cuantos metros a las tanquetas policiales. Es la eterna lucha de David contra Goliat, del pequeño que se aferra a la fuerza que le da el saber que su causa es justa.

Durante décadas, a este pueblo se le pidió tranquilidad, que fuera manso, que se replegara en los quehaceres del día a día. Así, se le condenó a ser un pueblo sumiso. Pero ocurre que la búsqueda de la paz requiere de dinamismo, de ilusión y creatividad, porque la violencia no será derrotada por la pasividad. Pues esa nueva forma de ver esta realidad colombiana es el gran aporte que estas nuevas generaciones traen. Su deseo de un país mejor es una continua fuente de ideas y propuestas; es la utopía del hoy que teje los mañanas.

Hay generaciones que adoptan, casi de forma automática, no solo los problemas de las anteriores, sino también las formas como ellos intentaron solucionarlos. Esta nueva juventud colombiana quiere romper con ese ciclo de pesimismo político. Y lo hacen porque esto que le han puesto en frente como presente les desagrada, porque tienen la impertinencia propia de su edad; incluso esa es una forma de sensatez.

Estas juventudes quieren que ya no sean marginales los barrios y que los pueblos puedan hablar sin miedo a ser callados. Quieren que no les apliquen las diferencias, que no se sustenten en calificativos de “gente de bien” y “gente mala”. Quieren que la “patria” no sea más un grito de guerra, sino de paz. Quieren que este lugar del universo, este pequeño mundo dentro del mundo no se siga construyendo sobre la base de la mentira. Quieren que la palabra “resistencia” se conserve como el eslogan de un tiempo en el que les tocó cambiar la forma de ver el país y de entenderse a sí mismos, y no que sea solo el grito de un joven a quien le acaban de dar un disparo y lucha por sobrevivir.

Es evidente que Colombia no es Francia, pero sí que el país ha estado inmerso en los últimos cien años en conflictos y violencias. En contrapartida, este despertar juvenil quiere darle un vuelco a este pasado-presente. Hay una clave, una lógica, que les da la razón, y es el hecho de que son ellos los que habitarán este país gran parte del resto de este siglo. Tal vez por eso a los demás nos cuesta entender que ellos no estén pidiendo permiso, que no estén suplicando favores, sino dándose a sí mismos el espacio para adentrarse en la historia colombiana por todo el centro de la sala.

* Autor del libro Desmurisiones, cuentos y relatos.

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