Uno de los libros que más impactó a Oscar Tulio Lizcano fue uno de Robert Antelme llamado La especie humana. El escritor francés fue rescatado entre una montaña de cadáveres en Auschwitz por su esposa, Margarite Duras y su mejor amigo, Francois Miterrand, miembros de la Resistencia. Antelme pesaba 40 kilos, la piel forrada en los huesos, tenía tifus y todo tipo de piojos y liendras, pero aún vivía.
Cuando lo rescataron no podía hablar con nadie. Era 1945, la guerra acababa de terminar. Durante dos meses se recuperó en un hospital. Cuando tuvo alientos pidió una resma de papel y un lapicero y empezó a escribir La especie humana, un libro demoledor en lo que primero que hace es escribir un capítulo llamado Mi hermano el SS. Perdonaba a sus diablos, era lo único que podía hacer. Ese perdón le quedó grabado en el alma a Lizcano y sabía que algún día tenía que usar esa fuerza para olvidar la atrocidad que le habían hecho.
Tenía tres meses de haber sido escogido como representante a la Cámara por Caldas con 48 mil votos cuando el 5 de agosto del 2000, mientras estaba en una vereda en Riosucio, el lugar donde nació, este político conservador fue secuestrado por orden de Manuel Marulanda Vélez, líder máximo de las FARC. Era el primer político secuestrado. Tenía 54 años y un amor que lo fortaleció cuando estaba amarrado de pies y manos, la poesía.
La poesía y su vocación de maestro. Como no tenía guerrilleros interesados en recibir clases entonces se las daba a los árboles. Estuvo tan aislado que, en los ocho años que duró secuestrado, apenas tuvo contacto con 20 personas. Fue tan profunda su soledad que, cuando se fugó en el 2008, los soldados que lo recogieron se impactaron al verlo con problemas para comunicarse: había perdido la capacidad de hablar.
Fueron innumerables los campamentos en donde estuvo. Según el diario El Tiempo recorrió tres departamentos, Caldas, Risaralda y Chocó. Las marchas se prolongaron durante días. Era un hombre mayor cuando lo secuestraron, tenía 54 años. Mientras caminaba se reconfortaba con los poemas de Miguel Hernández y Mario Benedetti.
Lizcano fue profesor de economía y matemáticas de la universidad de Manizales y la universidad Nacional. Para hacer más real la sensación de que daba clases de verdad, les ponía nombres a los árboles, los marcaba en un papel.
Los insumos para mantenerse vigente entre sus alumnos imaginarios se los daba los programas de Diana Uribe de Historia del Mundo. Entonces refrescó su memoria en los viajes de la profesora de los Andes por la Ruta de la Seda, por Viena, Praga y Budapest, el antiguo imperio Austrohúngaro. Lizcano, gracias a los recursos interiores que tenía, pudo sobrevivir al tedio de la soledad en la selva.
La llegada al campamento guerrillero de un guerrillero indígena al que llamaban Isaza. Lizcano le había gestionado una casa a la mamá de él años atrás y esto hacía que el insurgente estuviera agradecido con el congresista.
Isaza estaba designado para ser su carcelero, pero terminó siendo su libertador. El 27 de octubre del 2008 lo levantó antes de que el sol irrumpiera y le dijo que se iban a fugar. “Póngase las botas que nos vamos, usted se va a morir acá”. Lizcano lucía enfermo como se ve en esta foto, justo la que le tomaron en el momento de su liberación:
Durante tres noches anduvieron por ríos, cañones, desafiando los bichos de la manigua de la selva chocoana. En el caso de que los encontrara de nuevo la guerrilla solo se podrían defender con lo que tenían, un fusil y una granada. Tres días se demoraron para encontrar una cuadrilla del ejército y ser rescatados. El milagro se había dado.
El milagro además fue haber encontrado la paz del perdón. Como Antelme, uno de sus escritores favoritos. No sólo volvió a la política, lanzándose al congreso en el 2018 sino que estudió una maestría en Filosofía y letras y su tesis fue sobre el perdón. En España, en la universidad Santiago de Compostela, también hizo una especialización en filosofía con énfasis en el perdón. Las heridas en su alma hace rato están cerradas.