Los carteles de las tardes dominicales anuncian mano a mano entre toreros de Colombia, España y México, países que concentran la mayor afición. Entre los matadores que se niegan a cortarse la coleta por causa de la censura legal se encuentra Mauricio Barajas, un diestro que en su época no solo hizo prestigio con sus verónicas y chicuelinas.
Entre los aficionados y entre quienes no lo son Mauricio es conocido también como uno de los odontólogos profesionales más exitosos de la región cundinamarquesa. Todos los días alterna sus faenas en su consultorio, entre fresas y procedimientos complejos, con las del capote, en intensas jornadas de entramiento para mantenerse en forma, aunque su retiro, después de 30 años, ha estado siempre anunciado.
Su agenda se programa entre sus dos artes porque con el cierre de la plaza de toros de la Santamaría -donde el ruedo luce desierto- y las temporadas que tienen a hacerse cada vez más esporádicas, él está dispuesto a jugarse sus mejores suertes para no dejar apagar la fiesta. Por eso es el promotor de Marruecos y el encargado de organizar las temporadas.
En el ruedo se enfrenta toros jóvenes que embisten esa fiereza y casta que alguna vez llevaron al nobel de literatura Mario Vargas Llosa a decir que un toro de lidia jamás aceptaría una muerte más digna y heroica que aquella que enfrenta ante los tendidos llenos.
Al doctor Barajas, para sus pacientes, y al diestro de la sabana, para su afición, lo acompañan con fidelidad en su esfuerzo la Barra Taurina Cinco, una de las peñas más famosas y con mayor historia de Bogotá, fundada en 1953. Enfundado en su suéter rojo y con su gorra adornada con sus escudos emblemáticos, Hernán Arciniégas, su presidente, se duele de que aquellos que se llaman animalistas quieran dar un puntillazo a la fiesta que aquellos que en realidad saben de toros está lejos de ser un culto al maltrato que ellos pregonan.
En el ruedo se enfrenta toros jóvenes que embisten esa fiereza y casta que alguna vez llevaron al nobel de literatura Mario Vargas Llosa a decir que un toro de lidia jamás aceptaría una muerte más digna y heroica que aquella que enfrenta ante los tendidos llenos.
Al doctor Barajas, para sus pacientes, y al diestro de la sabana, para su afición, lo acompañan con fidelidad en su esfuerzo la Barra Taurina Cinco, una de las peñas más famosas y con mayor historia de Bogotá, fundada en 1953. Enfundado en su suéter rojo y con su gorra adornada con sus escudos emblemáticos, Hernán Arciniégas, su presidente, se duele de que aquellos que se llaman animalistas quieran dar un puntillazo a la fiesta que aquellos que en realidad saben de toros está lejos de ser un culto al maltrato que ellos pregonan.
Con su sombrero de ala ancha y su capote elegantemente envuelto en su brazo, el odontólogo y diestro barajas luce siempre dispuesto a enfrentar las duras embestidas del prohibicionismo.
La barra, la misma que durante la faena pide música a la banda cuando el torero luce inspirado e incide en la decisión del jurado, cuando este se debate entre una o dos orejas y vuelta al ruedo, lo respalda en la intención de evitar que el arte de Cúchares sea arrastrado alguna vez hacia los ruedos de la clandestinidad.