Empezó diciendo que la secretaría de tránsito era “la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones” deslegitimando así la autoridad de los guardas, lo que posiblemente ha derivado en los múltiples ataques a los patrulleros que vemos en redes sociales.
Luego afirmó, sin ningún sonrojo, ante la oleada de violencia y atracos callejeros en que se ha sumido la ciudad que “no hay que dar papaya”, dejando a merced de los cacos a la ciudadanía de bien.
Sin estar satisfecho con las súbitas declaraciones dijo que se aplazara un partido de fútbol del América de Cali en el estadio Pascual Guerrero, porque “Cali es una ciudad muy explosiva, una ciudad donde tenemos un millón de negros”.
Ni qué decir de las obras del terminal del sur, del zanjón del burro, la Sagrada Familia, que han generado gran polémica en la ciudadanía. Igual, la inseguridad en zonas como San Fernando, El Peñón y Granada donde instala un retén al día siguiente del hecho delictuoso y a la semana siguiente lo retira.
Prosigue diciéndole a líderes indígenas que protestaban a las afueras del CAM “ahorita, traigan la flecha”, lo que generó encono en la comunidad Nasa que habita alto Nápoles.
Ahora sale a los medios diciendo: “tomen jugo de papaya y no alcohol” justificando su medida de “ley seca”, teniendo regulares —por no decir malos— resultados en baja de homicidios, y afectando el rubro de salud y educación al no ingresar recursos por la suma de 7.200 millones de pesos en licor de la ILV.
Por eso el malestar que tiene la ciudadanía, que evalúa siempre mal su gestión.
Veamos:
Al inicio de su periodo en el año 2016, cuando la explosión multicolor, volcánica, alumbraba la esperanza de quienes votaron por él, y cuando el ciudadano del común no conocía los desaciertos del alcalde Armitage, su imagen favorable se mantuvo entre enero y marzo de ese año del 66% al 73%.
Al año de haber sido elegido, su imagen empezó a decaer a un 61% de favorabilidad, pero pasaba el año, como se dice comúnmente.
Iniciando el año 2017, ya enseña una desfavorabilidad del 56%. Por lo general obedece a los ecos de la feria de Cali, donde casi siempre los alcaldes se rajan y son mal evaluados en el mes subsiguiente.
En octubre tuvo una puntuación del 38%.
A finales del año 2017, la encuesta Gallup Colombia, publicada en El Tiempo, lo “raja” con una calificación del 43%.
En el mes de febrero de 2018 la imagen desfavorable del alcalde fue del 55%.
Es decir, que su evaluación promedio no supera el 50% y siempre está por debajo de ese porcentaje. Lo acompañan los alcaldes que se rajan en el país, por mala gestión.
Luego de venir de un emprendimiento extraordinario bajo las administraciones de los médicos Jorge Iván Ospina y Rodrigo Guerrero, se cae en este marasmo del que debemos salir con el nuevo gobernante local que se elige en año y pocos meses más.
Hay que agradecer a quienes eligieron a Maurice Armitage porque con él se demuestra que no todo empresario es buen dirigente de la administración pública. Son dos esferas distintas. Sus entramados legales, burocráticos y políticos, son abiertamente opuestos. Por eso el discurso que se sostuvo que un buen empresario debe ser un buen alcalde, pierde con él su contenido.
Le he dicho a amigos accionistas de empresas importantes del Valle del Cauca que si nombrarían a un político como gerente de su sociedad, ninguno de los consultados respondió positivamente. Entonces ¿por qué lo público sí se deja, irresponsablemente, a un empresario para que estanque a la ciudad y peor que eso, la haga retroceder?
No es sino comparar cifras relacionadas con el índice de violencia en Cali, los hurtos a celulares y vehículos, para detectar que el apocalipsis está tocando a la puerta.
Los impulsos casi frenéticos del inicio de su gestión, incluso de la campaña que lo llevó a la alcaldía, relacionados con la denominada “cultura ciudadana” no ha tenido el impacto proyectado. No olviden que trajo al hoy senador Antanas Mockus para mover un sillón de un lado a otro, mostrando un ejemplo de ese civismo, pero de nada valió.
No todo son tomates y silbidos. Acaba de recibir la administración municipal un reconocimiento internacional como una “ciudad comprometida”, pero analizando el contexto ¿al ciudadano de a pie, del común, le impacta ese logro? ¿Está en el marco del plan de desarrollo?. Dicen los medios que es por el compromiso de reinserción de jóvenes pandilleros.
Pero a pesar de todo este panorama, el alcalde —al parecer— ni se inmuta. Lo único es que sale y llora ante los medios y en conferencias, y grita y se exalta, pero sigue subido en su moto viajando como un “Harlysta”; también recorre los barrios de Cali, y registra cuántas visitas ha efectuado a esa comuna con su equipo de gobierno, pero los resultados son pocos y la gente le reclama y él tranquilo, como un hombre descomplicado que se muestra al público.
Armitage o “Armitach” (dígalo como quiera) es algo así como un hombre básico, festivo, que no va a cocteles, ni a eventos nocturnos (supongo que a los de cultura menos), pero ahí va, esperando tal vez a que llegue el fin de su período para tener el “ex” del primer cargo de la ciudad y quizá narrarlo en un libro sobre su vida, y seguir así, como si nada hubiese pasado.
Ese es Maurice Armitage, un alcalde tan raro como su apellido.