Los matrimonios por conveniencia pocas veces empiezan bien y casi con seguridad, terminan mal. Esa es precisamente la característica de las designaciones que el presidente Santos ha hecho con sus vicepresidentes. En el caso de la primera campaña presidencial, el nombre de Argelino Garzón como su coequipero, tenía un claro sentido de mostrarle al país ese lado de pueblo y de preocupación social que claramente no tiene Juan Manuel Santos. Ese matrimonio empezó bien pero muy pronto se empezaron a evidenciar las profundas diferencias entre estos dos personajes que muy poco tenían en común, y fueron claros los esfuerzos del Gobierno para sacar a Angelino del escenario colombiano.
Como fracasó el intento de llevarlo a la cabeza de la Organización Internacional del Trabajo, (OIT), Angelino que no es manco ni sordo, empezó a dispararle al gobierno desde adentro, lo que es sano si se hace en recintos cerrados, pero que demuestra fisuras cuando las diferencias se hacen públicas. Claramente nunca se ha visto durante este período presidencial, que el vicepresidente, en caso de necesidad, reemplazaría al presidente Santos con sus lineamientos de política, como se supone debe ser. Conclusión, ese matrimonio entre Santos y Garzón buscaba calmar a quienes querían más pueblo, porque los votos estaban asegurados. Si no creen, pregúntenle a Álvaro Uribe que no se repone, según él, de la volteada de Santos cuando llegó a la Presidencia de la República.
Pero como si no se hubiese aprendido la lección, para su reelección, el presidente Santos usa la misma fórmula: otro matrimonio por conveniencia. Ya las diferencias no son de clase social, como se diría en este país desigual. Tampoco son de partido, porque como el Liberalismo no tienen ideología sino oportunismo, ambos caben en ese partido así lo nieguen o lo acepten a medias. Es más, su similitud en origen, bogotanos los dos, en estrato social y político dado que ambos pertenecen a las familias que siempre han estado en el poder, para algunos es un vínculo de unión que facilitaría que el Vice reemplace al Presidente.
Sin embargo, a pesar de lo que los une, que para el resto del país es fuente de crítica al sentirse excluidas las regiones, la razón de su unión puede ser el punto de su ruptura. Se trata en este caso no de meterle pueblo a la campaña por la reelección porque ninguno lo tiene sino de asegurar los votos que tiene Germán Vargas Lleras para que el presidente Santos no tenga que pasar a la segunda vuelta. Oportunismo político, más que otra razón. Por consiguiente, esta fórmula presidencial es de nuevo un matrimonio por conveniencia.
¿Se imaginan, si esto resulta verdad y el presidente Santos le queda debiendo el favor a Germán Vagas Lleras, que no es ni el más humilde ni el más generoso de los políticos colombianos? Recuerden que Vargas Lleras es el más joven representante de la vieja política, con todas sus pocas virtudes y sus innumerables defectos. Le va a costar caro al presidente Santos este apoyo. Pero, si como se dice, ya decidieron que Santos solo gobernaría dos años para que lo reemplace Vargas Lleras y así asegure también seis años de Presidencia, sería bueno recordarle al pueblo colombiano, que nuestro país no es una finca, y que los 46 millones de colombianos tenemos derecho a decidir cómo y sobre todo quién nos gobierna.
En resumen, si esta fórmula presidencial no termina en garrotera por el poder que se ve desde orillas distintas, Santos por la paz y Vargas por la guerra, su convivencia estaría determinada por uno de esos pactos secretos de repartirse el poder, que el país del siglo XXI no estaría dispuesto a aceptar como si fuéramos borregos. De todas formas, como sucede en toda celebración de matrimonio, sea por amor o por conveniencia, nuestros mejores deseos. Es este caso, no por la pareja sino por el país.
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