Muchos conocemos y sabemos del matoneo en los colegios. Entre adolescentes y menores. Entre jóvenes.
Pero es poca la difusión que se le hace al matoneo laboral.
No es fácil identificarlo. Es una de esas prácticas que se confunde con el ejercicio de poder y la autoridad de las personas en sus empleos.
Pero existe y genera problemas de salud y a veces daños irreversibles en la vida profesional y personal.
Según un estudio realizado por Sandy Hershcovis de la Universidad de Manitoba y Julian Barling, de la Universidad Reina de Ontario, este tipo de matoneo genera altos índices de estrés y ansiedad, y una gran pérdida de productividad en las empresas.
De acuerdo al último reporte del Instituto de Matoneo Laboral (WBI por sus siglas en inglés), esta práctica es cuatro veces más común que el acoso sexual o la discriminación racial.
En Estados Unidos las mujeres constituyen más del 60 % de las víctimas tanto de hombres como de mujeres bullies (o acosadoras) en el trabajo.
Y aunque la legislación laboral ha avanzado mucho para proteger a los trabajadores en este tipo de situaciones, cuando los casos involucran a mujeres bullies en contra de otras mujeres, la posibilidad de defensa es menor.
Dado el carácter y el tipo de las ofensas, es muy difícil probar que existe, o determinar sus causas.
Parecería que una de las razones más prevalentes del matoneo laboral entre mujeres es precisamente la inequidad de género en las empresas. Por eso, de acuerdo a WBI, el 30 % de los bullies en las oficinas en Estados Unidos, son mujeres.
La falta de oportunidades para que las mujeres suban por la escalera laboral hace que cuando finalmente logran cierta autoridad crean que deben anular a la competencia usando principalmente el matoneo como herramienta.
¿Y cómo lo practican?
El abuso verbal, la intimidación, la falta de atención, la exclusión, la minimización de esfuerzos, la clasificación de empleados entre ganadores y perdedores, las falsas expectativas o expectativas desproporcionadas, el robo de autoría, y la manipulación, son algunas de las formas de matoneo.
El abuso verbal, la intimidación, la falta de atención,
la exclusión, la minimización de esfuerzos, el robo de autoría,
la manipulación, son algunas formas de matoneo
Otras más directas incluyen la descalificación por la manera de vestir, la crítica a la libertad sexual, los chismes, los calificativos denigrantes y la difamación.
Todos factores con los que las mujeres se hacen las cosas mucho más difíciles, pensando que pueden alcanzar mejores oportunidades.
Nada más alejado de la realidad.
Según lo citaba la revista Forbes hace unos años, estas dinámicas tienen explicaciones sicológicas.
De acuerdo a algunos, “son comportamientos aprendidos”, derivados de la necesidad de control, la inexistencia de amor propio o las inseguridades y los miedos.
Los sicólogos evolucionistas afirman que usamos esta forma de comportarnos y referirnos a nuestras pares para ganar en la competencia por los recursos que creemos escasos. Algo bastante más primitivo y propio de seres humanos incompletos, necesitados de constante validación externa.
Y aunque se dan de manera muy sutil, según un estudio realizado por VitalSmarts una corporación dedicada al entrenamiento y desarrollo de liderazgo, quienes practican matoneo lo hacen durante meses o incluso años afectando no a una sino hasta cinco o más personas de su entorno.
Según el mismo estudio, la paradójico es que muchas empresas son permisivas a este tipo de actos pasivo- agresivos al punto incluso, de premiar a quienes los practican.
Muchos jefes o administradores los usan para sacar o mover personal y evitar demandas o problemas legales. Y como por lo general ocurre con más frecuencia entre directivos y subalternos, quien lo sufre no lo cuenta por temor a ser despedido.
El matoneo laboral le roba capacidades profesionales a los empleados que por lo general terminan costándole a la empresa horas de productividad.
No es solo la capacidad del empleado la que se afecta y cuesta, si no su salida o traslado.
En lo que nos compete, no podemos dejar de luchar contra nuestras propias falencias femeninas que impiden la equidad y el desarrollo de nuestras pares.
La pregunta entonces es ¿hemos aceptado que nosotras somos nuestras peores enemigas?
La aceptación es el principio de cualquier cambio. Y no es fácil.
Si queremos mejorar nuestras condiciones laborales, erradicar el abuso y la violencia sexual, y generar un ambiente equitativo, no se nos puede olvidar que nuestra maravillosa naturaleza femenina tiene grandes debilidades. Y contra ella también debemos levantarnos.
El cambio viene de adentro.