En materia musical nadie tiene la verdad, Despacito es chévere

En materia musical nadie tiene la verdad, Despacito es chévere

"Prefiero ser una persona con gusto de pordiosero y sincera y no una remilgada señorita de élite. Quédense con su elitismo musical de escuchar música solo para dioses"

Por: Fernán Avid Medrano Banquet
julio 07, 2017
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En materia musical nadie tiene la verdad, Despacito es chévere
Foto: Youtube

Las canciones de Juana Emilia Herrera, más conocida por el nombre artístico de la Niña Emilia, parece que fueran cantadas en un idioma diferente del español, tal como Despacito y las canciones de otros ritmos afrocaribeños.

En Despacito, por ejemplo, a una muchacha muy simpática se le dice ‘beba’, en lugar de llamarla bebé.

No se sabe a ciencia cierta si fue un acto de rebeldía de esta cantante y compositora colombiana de música folclórica de la región Caribe contra dicha lengua por considerarla insuficiente para su expresividad. O tal vez fue una actitud de desprecio hacia el castellano, de negarlo.

Hay un canto bullerenguero suyo en el que alude al órgano reproductor masculino como ‘el pájaro picón’ y al femenino como ‘el nidito’.

Las canciones tienen estrofas que se repiten una y mil veces. Pero – ¡oh, sorpresa!– ocurre algo mágico y es que ninguna se parece a la anterior.

Cada entonación la hace diferente. En estas composiciones se puede apreciar el importante talento musical de la Niña Emilia. Su voz bullerenguera trae la frescura de los vientos del mar Caribe.

Es de resaltar también que ninguno de sus cantos tiene doble intención. Sus canciones no son vulgares y sí les asiste mucho humor, gracia e ingenio sonoro.

El reguetón es uno de los parientes musicales del burellengue y es a su vez uno de los más rechazados, aceptados, cuestionados, subvalorados, hipervalorados, cosificados, masificados y mercantilizados.

No obstante, no deja de ser uno de los ritmos afrocaribeños más importantes en la actualidad.

Yo creo que el fenómeno del reguetón demuestra la vitalidad y la riqueza musicales de los países y lugares afrocaribeños.

Contra el reguetón se han utilizado los argumentos más felices y sesudos, pero ninguno de los que critican han compuesto una sola bendita canción.

Yo no voy a defender a Daddy Yankee ni a Luis Fonsi y su éxito Despacito, pero Calle 13 y René Pérez merecen otra tratamiento y otra consideración.

Yo encuentro mucha simitilitud entre la música afrocaribeña.

Escuchen Se va el pájaro picón, de la niña Emilia

Los críticos quieren que las letras reguetoneras sean un poema compuesto por Borges y Dios y para dioses, o sea, para ellos. Eso no es así.

¡Váyanse al Monte Olimpo! ¡Váyanse al carajo!

Ya sé que van a decir que se me salió lo indigente. Me importa cinco centavos.

Prefiero ser una persona con gusto de pordiosero y sincera y no una remilgada señorita de élite.

Quédense con su elitismo musical de escuchar música solo para dioses. Sean felices en su alta torre.

Supe que el tenor Luciano Pavarotti intentó más de una vez hacer conciertos al aire libre, para todo el mundo, y la lluvia de críticas no se hizo esperar.

Yo me he enseñado a desarrollar otros gustos musicales, gracias a la ayuda Carlos Cotes Molina, quien me mostró el trabajo de Alejo Durán y el de Ludwig van Beethoven.

Me fastidia ser cursi y ver la cursilería ajena.

No les niego que hay composiciones de música clásica que me hacen llorar tanto o más como un vallenato de Diomedes Díaz o un porro de Pablito Flórez Camargo. Y por la misma razón, por el recuerdo de un hecho; no por ninguna valoración estética.

La vitalidad y las ganas de vivir de la música y de las gentes jóvenes es así. Los mozalbetes quieren crear, hacer, aunque el resultado sea  un esperpento.

Héctor Lavoe decía que si el merengue pudiera acabar con algo, acabaría consigo mismo. El cantante lo dijo con un tono desagradable, pero en realidad era un elogio y una gran verdad.

La fuerza sonora del Caribe, repito, hace que aparezcan nuevas propuestas de todo tipo; tal vez, porque  la música le da sabor a nuestras vidas.

Somos gentes de esas que no podemos disimular nuestras nostalgias y nuestras penas. El dolor de haber sido arrancados de la madre África sigue vivo.

Somos tristes y nuestra música también lo es, pero le cantamos a la alegría con un estilo vívido. Nos gusta ahogar la melancolía.

Nos inspira el bramido de la vaca, el cacareo de la gallina, la hierba que crece.

Somos rústicos, somos campechanos.
Eso somos y es lo que no podemos dejar de ser.

El problema de Colombia es que no tiene colombianos; la gente se cree estadounidense, mexicana o europea o caucásica, señalaba Jaime Garzón.

¡Ni qué agregarle!

El quiera escuchar a Mozart que lo escuche. El que quiere escuchar a Luis Fonsi que lo escuche.

En materia musical nadie tiene la verdad o todos la tienen.

Nuestro nivel de arrogancia y delirio de superioridad son insondables.

Sin embargo, somos humanos, somos como una hojita de árbol, que en cualquier momento ya no seremos más.

La mayoría de nuestras necesidades fisiológicas son las mismas que las de cualquier animalito rastrero.

Charles Darwin no pudo humillarnos más cuando postuló su teoría de la evolución.

Lo que quiso decirnos con su tesis salpicada de ciencia es que apenas somos larvas; o peor aún: gusanos cuadrúpedos.

Diógenes el cínico era más optimista y dijo que éramos pollos implumes.

¿Qué tal que fuéramos Dios? Gracias a Dios no somos Dios, ya que de lo contrario no habría quien se soportara a esa gentecilla con dejo de superioridad. Creen que al despreciar el reguetón, automáticamente se hacen intelectuales.
¡Bah! A otro con ese cuento.

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