Esta frase la escuché varias veces ayer en la calle, en Transmilenio, en las redes sociales. En algún momento del día el grito era unánime. Una señora le decía por teléfono a Sánchez Cristo “Julio, no sabes lo horrible que es que un niño de doce años te apunte con una pistola, te mata”, otro joven hablaba de que el ejército tenía que llevarse por delante cualquier cosa de diez años que esté armado, un jubilado sentenciaba que esos ocho niños campesinos que cayeron en el bombardeo de San Vicente del Caguán no eran más que “bajas aceptables”, una joven en la fila de Carulla lo veía claro: “Mátenlos de niños que de grandes serán guerrilleros”. En el país de los buenos muchachos los niños pueden decir que no nacieron para semilla.
La indolencia hacia la muerte es propia de las sociedades en guerra. Cuando se justifican ocho niños muertos en un bombardeo queda claro que la sociedad no solo está en guerra sino que está enferma moralmente. Estoy mamado que los llamen héroes de la patria al ejército. Héroes para los que son los dueños de la tierra, el pueblo solo se come sus bombas. El personero de Puerto Rico Caquetá había advertido cuatro veces al Ministerio de Defensa que el campamento de Gildardo Cucho no se podía bombardear porque allí había niños secuestrados. El alcalde de San Vicente del Caguán y el defensor del pueblo de Caquetá también advirtieron. Pero no, el ejército de Duque, como el de los tiempos de la Seguridad Democrática, solo se mueve por resultados. Los números son lo que importan y los partes de victoria. Por eso el presidente el 30 de agosto, sin constatar nada, preso de la desinformación, le dijo al país que el temible disidente de las Farc había caído en una operación “impecable”. Esas ganas de mostrar resultado, esa premura, ha hecho que el país conozca una versión kids de los Falsos Positivos.
Sí, en cualquier país que respetara los derechos humanos
el presidente hubiera renunciado ayer
Sí, en cualquier país que respetara los derechos humanos el presidente hubiera renunciado ayer. Son las 6 de la mañana del jueves 7 de noviembre e Iván Duque no ha hecho comunicación formal alguna. Lo único que ha hecho fue responderle a un periodista en Barranquilla ¿De qué me hablas viejo? cuando le preguntaron por el bombardeo y lamentar la partida del Ministro Botero. Queda en el ambiente la sensación de desgobierno, algo que hasta Vicky Dávila reconoce. Lo descorazonador es ver los cientos de miles de colombianos justificando una masacre, amparados en la indiferencia de Duque, en el cinismo del Gran Colombiano y su inmoral "qué supone uno". Otra vez el odio polarizador de la guerra, el que tan magníficamente ha sabido manipular Álvaro Uribe para convertirse en el personaje político más importante del Colombia en el Siglo XX, aflora en las redes. El odio al campesino, al pobre, el desconocimiento total de la historia del país. Como en tantos países del cuarto mundo un niño a los 14 años en Colombia ya es un adulto y muchas veces los colombianos de bien están en la obligación de darlo de baja por vago, por marihuanero, por ser reclutado a la fuerza, por sapo, por soldado, por no estudiar, por no tener amor, por ser hijo de alguien al que le quitaron todo. La facilidad con que este país de cristianos ha juzgado a los ocho menores de edad que murieron en San Vicente del Caguán vuelve a hablar de la bajeza moral de buena parte de los 10 millones que votaron por el que dijo Uribe movidos por el odio, por la necesidad de venganza, por la incapacidad de olvidar.
Terrible es que ocho niños mueran en un bombardeo del ejército, macabro es que cientos de miles de colombianos, orgullosamente uribista, lo justifiquen y hasta lo celebren.