Si algo tenía Medellín era su Fiesta del Libro. Todos los primeros días de septiembre, durante muchos años, la capital paisa convocaba a escritores y lectores a estarse dos semanas conversando de libros, viendo libros nuevos o antiguos, pero sobre todo tomando conciencia de que, por encima del apetito antioqueño por el dinero y los negocios, las ideas tenían su espacio y había quien las pregonara.
Yo recuerdo haber asistido a muchas de ellas como conferencista, como partícipe de diálogos picantes o como simple visitante. Todavía se encuentra en YouTube, y con muchas visitas, una conversación que en una Fiesta del Libro de Medellín sostuve con Jaime Baily. Participar en ella imprimía carácter. Y como se diferenciaba radicalmente de la Feria del Libro de Bogotá porque en la capital antioqueña no se cobraba por la entrada y la noción de puertas abiertas contagiaba a los miles de asistentes, ese evento cada vez fue más nutrido. Hasta hace 4 años, cuando eligieron al nunca bien juzgado alcalde Quintero, y la Fiesta, como el Jardín Botánico, como el verde de las avenidas y sardineles, comenzaron a secarse.
A Medellín le han endilgado muchos calificativos, pero nunca le habían dicho que es una mala paga
Este año acaban de comunicarnos que la mataron del todo porque a estas horas de noviembre no les han pagado ni a los escritores que actuaron como conferencistas o panelistas y tampoco a quienes sirvieron de moderadores de las charlas o conversatorios. Y como ese gremio intelectual tiene una capacidad chísmica o una lengua viperina, el cuento está regado en todos los cenáculos literarios de Colombia, Estados Unidos, América Latina y Europa desde donde ya me han escrito protestando. A Medellín le han endilgado muchos calificativos, pero nunca le habían dicho que es una mala paga. Lo grave es que el nuevo alcalde no es amigo de los libros y dizque anda putísimo conmigo porque le pedí públicamente la semana pasada que leyera algunos libritos para que gobernara mejor.