“No hay nada tan peligroso como la impunidad, amigo mío, es entonces cuando la gente enloquece y se cometen las peores bestialidades, no importa el color de la piel, todos son iguales”
Isabel Allende.
"Yo quiero saber la verdad, pero en la justicia no creo un carajo”
Pepe Mujica.
A Villarrica llegaron en los años “sin cuenta” las "guerrillas de paz” (paramilitares), confabuladas con mercenarios y esbirros y pájaros adiestrados para reemplazar a la policía de régimen. Todos licenciados por el gobierno de facto para perseguir campesinos enmontados, y asesinar, torturar y desaparecer a quienes no se acogieran a sus macabros designios. Ser liberal era una maldición de dios, como los comunistas, y había que desaparecerla de la fas de la tierra.
Poco antes, Eduardo Gerleyn Gómez, un fatídico conservador laureanista de Barranquilla, nombrado director de la Colonia, recorría las veredas de Villarrica con matones a caballo haciendo “limpieza social” de liberales y pobres acusados de ser ejes del mal. Todo con el beneplácito de los curas que desde los púlpitos lanzaban críticas incendiarias y oraciones apocalípticas contra el liberalismo, el comunismo y el socialismo, así como contra la libertad de las mujeres, quienes no debían vestir de pantalones ni montar a caballo.
“Que el liberalismo ya no es pecado, se viene diciendo; nada más erróneo, pues lo que es esencialmente malo jamás dejará de serlo, y el liberalismo y el comunismo son esencialmente malos”, se comentaba. "Matar liberales y comunistas no es ningún pecado", decía el clérigo antioqueño Miquel Ángel Builes. También lo repetía desde el púlpito Pedro María Ramírez, el cura de Cunday asesinado por una turba liberal enloquecida en la ciudad de Armero.
Los curas y pastores y militares se habían vueltos conservadores anticomunistas y comenzaron a matar inocentes, como en la época de la Inquisición, en nombre de dios y la patria. El 15 de febrero de 1953, afirma Mercedes Sáenz, viuda de Peralta, fueron asesinadas unas 130 personas previamente seleccionadas en el caserío de San Pablo, todos hijos de Villarrica, entre ellas su esposo y su suegro.
La denuncia fue presentada en un juzgado de la localidad de Cunday y después de un año de ocurrida la masacre, dice “no he sido llamada a declarar bajo juramento para ratificarme de la denuncia y creo no se ha abierto ninguna investigación”. Un tribunal militar no dio mérito a la denunciante aduciendo supuestas equivocaciones. Nunca más volvió a saberse de este acto criminal que enlutó a decenas de familias liberales de Los Alpes, Cunday y Villarrica. Esta es mi patria.
Afirma Simón Wiesentha, “la historia del hombre es la historia de los crímenes y la historia se repite, así que la información es una defensa. A través de esto podemos construir, debemos construir una defensa contra la no repetición”. Años después, alguien más escribiría:
Bella y triste ciudad mía, paraíso encantado de los ríos y la jungla, hija de Zeus y los Cuindes, musa de la memoria desplazada, acepción eterna del cansancio bombardeaba por el sino, heme aquí otra vez con estos versos dispares que deambulan y se juntan como fantasmas heridos en los postigos del odio y los vacíos. Andalucía, impoluto sueño mío, sagrado corazón de la espesura, he vuelto en el alma de los niños que se fueron con su llanto a morir dolidos de abandono en los hilos espectrales de la historia. Y no fui capaz de morir. Sacudí la tristeza y mis desvelos en las galerías del miedo y el desangre en los días cansados de nostalgia, limpié mis heridas y las heridas de los otros, mis hermanos en el hambre y me quedé dormido para abrazarte y atrapar los sonidos que se cruzan como cadáveres desiertos, que nos miran y se ocultan en las boscosidades del tiempo y el olvido.