Que exista un veedor o una veeduría ciudadana es toda una hazaña. En una sociedad compuesta por individuos con intereses egoístas, donde el bien común no es de nadie, y la ética pública es una materia de las universidades que por lo general es costura, encontrar una persona que dedique parte de su vida y, sin ningún interés económico, a vigilar la gestión administrativa, y contractual del estado es un casi que una utopía.
Por eso duele el vil asesinato del veedor de Cucuta que vigilaba las actuaciones administrativas y contractuales del sector de la salud de Norte de Santander, y especialmente de los hospitales públicos.
Este sector ha sido tomado en todas las regiones del país por la clase política de cada región para sus intereses. Capturan la contratación pública, y la vinculación de toda clase de personal. Es un botín muy apetecido para toda clase de fines noc santos y especialmente para ganar elecciones.
Los organismos de control son totalmente ineficientes en el control de este sector. Lo extraño es que en cada hospital hay cualquier cantidad de sindicatos que parece que no van más alla de las narices de buscar la estabilidad laboral y, la mejora salarial.
Así las cosas ser veedor o, ser sindicalista honesto y, comprometido además con la ética pública, es un heroísmo que puede costar la vida. Pero los hay.
El sindicalismo europeo con el apoyo de la ISP ha promovido la formación de veedores al interior de las entidades públicas garantizando su anonimato y protección. Ojalá esas propuestas sean acogidas pronto antes de que sigan robando el estado y matando los veedores.
De otra parte si de todos los gobiernos es conocido las cuevas de rolando que hay en los hospitales públicos, como será una reforma a la salud con estos actores como prestadores de la salud de los colombianos que son controlados por la clase política de todos los colores con las anteriores consideraciones.