Matador, Julio César González el sobresaliente caricaturista, atraviesa ahora el desierto, el “oscuro abismo de la incertidumbre eterna”; lo rondan aves esperando a que termine de caer en estas vueltas irónicas que da el destino.
Sobre los hechos que han desencadenado su duro tránsito, los análisis ético – jurídicos son interminables, incluso no ameritarían matices: se ha hecho público un asunto personal e intrafamiliar de maltrato del que fue ejecutor, según se dice, hace unos 10 años, cuestión de la cual en su oportunidad tuvo conocimiento y decisión la Fiscalía.
Si ese tipo de acciones sin alguna duda graves son irredimibles, imperdonables, insuperables; si el tiempo no cura o si el pasado no se absuelve, da para reflexiones que no son en este momento materia de esta columna.
Lo que resulta curioso, y eso sí es sustancia de este escrito, es que quien haya hecho público toda esta trama sea el polémico abogado Abelardo de la Espriella, un abogado en efecto controversial por las causas que defiende o ataca, por su figuración mediática como una especie de canal de televentas del derecho y la justicia, por la circunstancia de que muchos o algunos de sus representados hagan parte de la memoria sobre hechos que han lesionado u ofendido a la sociedad colombiana.
Se cuenta que Moisés era tartamudo, recibió el encargo de las tablas de la ley y de allí en cierto modo se simboliza la figura del abogado; aquél que habla por otro desde una gracia o un conocimiento especial.
De la Espriella, volviendo al asunto, puede representar las causas que considere, incluso si ellas involucran a gente execrable; nada se lo impide legalmente. La ética o la conciencia, por supuesto, son consideraciones bastante más subjetivas.
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¿Podía él traer a la palestra personajes como la propia compañera de González, quien en su momento fue la víctima? ¿Significaría esto un acto de “revictimización”?
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Pero la pregunta que uno se formula de inmediato es si en un caso como este puede alguien hacer públicos en una movida propia, hechos de la vida privada de otras personas (desde luego los expedientes son públicos, pero amplificarlos en la vida pública con una motivación personal es un poco distinto); ¿Podía él traer a la palestra personajes como la propia compañera de González, quien en su momento fue la víctima? ¿Significaría esto un acto de “revictimización”?
Desde luego, considero que habiéndose salido con la suya en esto y prácticamente habiendo conseguido el deceso civil de Matador, el comportamiento del abogado de la Espriella no es salubre, es más bien salobre; no creo que sea admisible hacer de las redes una hoguera de condenas, sobre todo cuando allí quedan involucradas personas que no tendrían por qué ser expuestas públicamente (como la mujer que fue víctima de los hechos que ella misma denunció hace 10 años).
Con seguridad esto tendrá más capítulos. Pero así funciona la rueda. En cuanto a los actores del episodio en avance, Matador, Julio César González, se las verá con su pasado (que insisto no es materia de esta columna), quizá incluso con excesos que desde la voz de su caricatura haya podido cometer. De la Espriella, por su parte, agrandará por ahora el aviso luminoso de sus alcances y más clientes por seguro lo querrán para que hable por ellos.
Eso sí, lo que produce profunda molestia es que gente espantosa con rastros de sangre y corrupción a quienes Matador evidenció en su caricatura habitual, en este momento celebren su defunción, o más bien, su larga agonía.