Nació cerca al parque de la Libertad en Pereira. Entre el humo de los marihuaneros de la esquina y la estela del perfume que dejaban en su andar incansable las mujeres que hacían la calle. Nunca ha dejado de ser el hijo de Doña Alicia y Don Ovidio, un ama de casa que también era enfermera y de un zapatero que nunca creyó que su hijo se podría ganar la vida haciendo mamarrachos.
Esa pasión que arrancó mientras veía a Fontanarrosa en la Enciclopedia del Humor, lo convirtió en el caricaturista más importante del país. Su espacio en Semana TV, al lado de Vicky Dávila, lo pone de tendencia en redes sociales casi a diario. Su aversión a Bogotá lo ha hecho vivir en Pereira. Desde su casa en Dos Quebradas -ya no vive en Tulcán- ve como en un balcón, como cuando era niño veía la calle dura y cruda, al país. Si uno quiere enterarse de qué sucede en Colombia basta con ver las últimas diez de sus caricaturas.
Julio César González antes de ser Matador fue zapatero, taxista y mesero. Fue también el peor alumno que pasó por la Universidad Católica de Pereira de donde lo echaron en 1992 por parrandero. Cuatro años después se graduó en un instituto que funcionaba en una casa vieja como diseñador gráfico. No necesitó nunca el título para ser alguien.
Mamador de gallo de tiempo completo, Matador, cuando tuvo que dar la pelea por su papá, para evitarle el sufrimiento, demostró que tiene la piel dura
Don Ovido tenía 74 años y un tumor en la cabeza. Cuando los médicos lo desahuciaron se fue a vivir a su finca. Los dolores empezaron a los pocos meses del diagnóstico. Doña Alcira, su esposa, llamó a su hijo mayor Julio Cesar, mejor conocido como Matador, y le dijo que su papá no aguantaba más el sufrimiento. Desde mediados del 2014 el caricaturista tuvo que enfrentarse a las fuerzas del Procurador Ordóñez y sus huestes ultraconservadoras para ganarle el pulso al deseo de su papá: morir dignamente.
El 3 de julio del 2015 Don Ovidio partió en paz y Matador inmediatamente se convirtió en el principal defensor de la eutanasia en el país.