Hay una percepción bastante generalizada en nuestro planeta sobre la seguridad y bienestar con los cuales se vive en Nueva Zelanda. Fundamentalmente anclado en dos islas al sur del Pacífico, a más de tres horas de vuelo de Australia, el país es considerado como un destino muy atractivo por su combinación de modernidad, civilidad, paisaje alucinante y de aventura.
Lo acontecido el viernes 15 de marzo, cuando en gran parte del mundo todavía era jueves o muy temprano viernes, se ha sentido como una gran cuchillada fría, grotesca y perturbadora de todo lo bueno que la tierra de la nube gris y larga ha construido para todos lo que vivimos en ella.
Un asesino armado, con el odio que nuestro joven siglo ha reencauchado del siglo pasado, decidió acabar con la vida de personas llegadas de muchas esquinas del mundo a este país acogedor en el preciso instante en que se entregaban a agradecerle al dios de su preferencia por sus vidas y fortunas. Indudablemente, muchos de ellos seguramente estaban pensando en la fortuna de haber llegado a una tierra donde podrían volver a comenzar, después de haber huido de pueblos y campos donde el terror se ha apoderado de la vida: Afganistán, Siria, Palestina, Irak. Basta mencionar estos países para pensar que cualquier ser humano proveniente de ellos tiene razones y razones para agradecerle a su destino que haya podido aterrizar en Nueva Zelanda para volver a empezar.
Sin embargo, el odio importado de la creencia demencial de que hay seres humanos superiores a otros, con derechos sobre otros por el simple hecho de haber sido engendrados por gente de pigmentación clara, les ha propinado una asquerosa bienvenida al terror esparcido por un supremacista.
La mentira más grande del siglo pasado, la que llevó a todo un continente a una nueva guerra, la más carnicera de la historia, se pasea por los rincones oscuros y a veces otros no tan oscuros de internet. Esta es entretenida por el hombre más poderoso del mundo y gobernante más ignorante y patético que haya tenido el país que tomó el estandarte mundial contra los nazis hace más de sesenta años. La ironía de los ciclos socio-políticos: a un costo y sacrificio de vidas humanas, Estados Unidos se unió a lo que quedaba de Europa no invadida para combatir y vencer a los nazis en el siglo veinte, solamente para tener en el veintiuno en su presidencia a un hombre que le hace guiños a los que creen en la “supremacía blanca” y a los nazis envalentonados por su deferencia.
Estos son días extremadamente tristes para Nueva Zelanda. Las imágenes desoladoras que los medios muestran nos siguen pateando el ánimo cada vez que nos encontramos con ellas. Nos azota el alma una rabia silenciosa. Posiblemente porque ya somos un poquito como la gente de aquí: amable, silenciosa, respetuosa de los demás, a veces un tanto aburrida, para nuestro gusto.
Las reacciones en el mundo a este abominable hecho tienen que contribuir a denunciar a esos que persisten en alentar y esparcir el odio. Ese odio que se ha importado desde otras tierras es el asesino de cincuenta personas en dos mezquitas de la ciudad de Christchurch, en la isla sur de Aoteaora.
Aotearoa es un lugar donde hemos aprendido que se puede convivir con otros que piensan y sienten diferente pero que al final son tan humanos como nosotros; donde, a pesar de que el Imperio Británico dejó su huella de invasión y opresión, se ha hecho un esfuerzo firme y respaldado por la ley y la constitución de compensar a quienes han descendido de aquellos que fueron agraviados.
Este es un país que nos enseña que ese el camino de la convivencia pacífica; que nos muestra que una sociedad tiene que mirarse y reconocer las injusticias cometidas y emprender reparaciones y comprometerse a llevarlas a justo fin; que nos deja saber que todos cabemos a pesar de los problemas de la vida diaria y la presión de sobrevivir en una economía destacada pero aislada. Este es un país que unido le ofrece a los sobrevivientes de la masacre y a los seguidores del islam la seguridad de que estamos con ellos, de que creemos en que esta es la tierra de ellos también, así en otras latitudes haya seres humanos que crean que su dios y el dios de los otros no caben en el mismo universo.