¡Qué manera más tenaz de recibir la mañana!: La noticia saltó del receptor de radio hacia mi estupor y me dejó paralizado e impotente para cualquier reacción: "Hace pocos minutos fue asesinado el periodista y humorista Jaime Garzón".
Una abismal tristeza me invadió y un sentimiento de impotencia, de derrota, de vacío, me llenó completamente. No pude comprender tampoco, como más tarde, algún locutor despistado e insensible comentó sobre la muerte de Garzón como quien recita una aburrida tarea que ya conoce de memoria.
Desde la oscuridad de la intolerancia, un ser anónimo, que quizá nunca había conocido quién era Jaime Garzón, disparó -sobre el mejor humorista-periodista del país- las balas que silenciarían para siempre jamás los personajes que él había creado y que sabían burlarse, criticar y ponernos a pensar acerca de esa triste realidad que vivimos los colombianos diariamente.
Allá en esa esquina siniestra de la Capital de la República un hombre oscuro, desconocido, anónimo y amparado por la soledad del amanecer, descargó su sinrazón convertida en balas contra la humanidad de Garzón y terminó en fracción de segundos con la vida de uno de los seres por quien los colombianos sentíamos más afecto ya que se había convertido en nuestro representante, nuestro interprete, nuestra voz, nuestra conciencia.
Con el asesinato de Jaime Garzón no han sacrificado a una sola persona sino a todas las que él representaba gracias a su capacidad creadora, a sus caracterizaciones, a su ingenio, hasta llegar sin lugar a dudas al mas elaborado, querido y popular de sus personajes: "Heriberto de la Calle" quien logró convertiste en la conciencia de la gente de Colombia.
Aquel personaje que desde su humilde posición de lustrabotas le presto la voz a quiénes no la tienen para decirle al país lo que la gente piensa, lo que la gente humilde, aquella que no tiene representación alguna, hubiera querido decirle a esos que son las figuras destacadas de este martirizado país, los que detentan el poder, los que tienen la posibilidad de ofrecernos una mejor oportunidad de vida y que no lo han hecho porque sus ansias personales y sus apetitos desmedidos no se los han permitido.
Dentro del vehículo que Jaime Conducía quedaron reducidos al silencio: Emerson de Francisco el despistado presentador del noticiero que emitía Zoociedad y que era una
caricatura de muchos de nuestros presentadores.
Dioselina Tibaná, la indiscreta lengua suelta y verborréica cocinera del palacio presidencial durante el gobierno de “Don Gordito”.
Néstor Heli, el portero que todo lo sabía sobre el deteriorado y ruinoso edificio Colombia.
Heriberto de la Calle, el lustrabotas irreverente, preguntón y mordaz que en más de una ocasión puso en aprietos a quienes se sentaban a recibir la lustrada en su caja de embolar y que más parecía un detector de mentiras.
Allí en su vehículo quedaron los cuerpos sin vida de William Garra; del macabro reportero Frankestein, del locuaz brillante revolucionario Lenin, y más allá: don Cínico Caspa .
¿Sí sabría el hombre que apretó el gatillo en contra de Jaime Garzón que más que un asesinato, lo que cometió el martes 13 de agosto de 1999, fue la peor masacre ocurrida en los últimos tiempos en la historia de la irracionalidad de esta Colombia triste y bañada en la sangre de miles de inocentes?
A todos los colombianos nos dolió en lo más profundo del alma la masacre de los Garzón y cuando lo enterraban, asordinada por los gritos de los adoloridos participantes del sepelio, una como última y sarcástica voz desdentada parecía escucharse en el ambiente: ¡eso fue una güevonada!