Que a uno se le derrumbe la casa no es un chiste, sobre todo si se tuvo la posibilidad de salir a presenciar cómo se viene abajo ese castillo de naipes en que se convirtieron repentinamente los ahorros de toda una vida. Porque una vivienda, sin importar si es de estrato 1 o 10, es el sitio que se escogió para llegar todas las noches, el rinconcito donde se amanece protegido por esa sensación de seguridad que le da pensar “esto es mío”.
De manera que la tragedia del edificio Space en Medellín es dolorosa precisamente porque era una torre de viviendas, como mucho años atrás lo fue Villa Tina, un barrio popular en el que muchos hogares rodaron en medio de barro y piedras. Amanecieron siendo casas y en un instante pasaron a ser escombros, llevándose consigo vidas y recuerdos.
Las ciudades, más que de centros comerciales, avenidas, parques o negocios, están hechas de hogares y de familias que los habitan, de esa ciudadanía que conforma la “urbe”. Personas que apuestan su vida a convivir en determinado lugar, con un clima, una cultura, un medio ambiente y un rinconcito propio donde está el lecho, la ropa y la familia. Esto, más que los ladrillos, es lo que tiene que preservarse y lo que estamos obligados a pensar en los Planes de Ordenamiento Territorial.
No se hacen planes de ordenamiento para negocios, ni para ríos o montañas, ni para el medio ambiente natural. Se hacen los POT para organizar las gentes que moran en determinado lugar y para construir en torno a ellos un modus vivendi que garantice la reproducción de la especie y la felicidad de sus habitantes.
Pero cuando nos enfrentamos a tragedias como la de las torres Space en Medellín empezamos a mirar nuestro entorno con desconfianza, a preocuparnos por lo que casi nunca nos preocupa, las normas urbanísticas y de construcción. Solo entonces nos damos cuenta que nadie puede estar seguro de que los gobiernos municipales se están tomando en serio aquella tarea de planificar.
Claro, es entonces que nos entra la paranoia de mirar en detalle si las normas que nos rigen son adecuadas, si existen o no controles para garantizar calidad en las edificaciones y si estamos o no en el lugar adecuado. Lastimosamente, con el paso de los días nos olvidaremos del susto y volveremos a ejercer la ocupación como una horda salvaje que solo busca apoderarse de un bocado de terreno sin pensar en los elementos que implican calidad de vida. Todo, hasta los riesgos de que se nos venga abajo la vivienda, se olvida y la construcción vuelve a ser apenas un negocio y las curadurías urbanas agencias de trámites donde la ganancia es para curadores y constructores.
Planear las ciudades, en serio, a corto, mediano y largo plazo, no parece ser una prioridad en nuestros municipios. Los alcaldes se topan con unos POT que los embisten, sin que en toda su vida eso haya sido algo que le interese o conozcan. Y entonces se enfrascan en peleas inútiles con los concejos municipales que saben tan poco sobre planificación como los burgomaestres y terminan en un ejercicio de improvisación y lobby para cumplir plazos e imponer obligaciones que nadie está interesado en cumplir. De manera que los POT o PBOT o como les quieran llamar se convierten en peajes para conceder licencias de construcción pero casi nunca en un ejercicio sensato de ocupación.
Que si densificamos, que si hacemos vías, que si un centro o muchos centros, que si áreas metropolitanas, que si vivienda en altura o expansión, que si mil o diez mil metros, que si corredores verdes... La planificación es improvisación y negocio. O me van a decir ustedes que los POT que se están discutiendo por estos días en nuestras ciudades ¿son algo más que eso? No lo creo, para mí los POT son como los porteros de futbol: hechos para tapar pelotazos que nunca saben desde donde van a llegar.
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