¿Más razones para no comer carne?

¿Más razones para no comer carne?

'Por cuenta de nuestra ignorancia obtusa, la misma naturaleza se encarga de que también seamos víctimas de las salvajadas que cometemos contra ella'

Por: Leonardo Chacón
septiembre 03, 2015
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¿Más razones para no comer carne?
Foto: tomada de internet

Sin proponérnoslo, ya son varios los gatos que han vivido varias semanas en mi casa. Todos recogidos de la calle por mí o mis familiares, con solo semanas de nacidos y en condiciones deplorables. El ultimo, Félix, llegó con la cadera dislocada, una infección respiratoria y una herida en su nariz, todo esto con solo un mes de vida. No la tuvo fácil, todos los días había que suministrarle antibiótico y se vio obligado a comer alimento para gatos antes de tiempo, debido a que el veterinario recomendó no darle leche corriente porque le podría  perjudicar  el sistema digestivo; sólo es aconsejable la leche gatuna, pero como es cara, se optó por las “pepas”. Es injusto que se le privara del derecho de estar con su madre durante varias semanas,  alimentarse con su leche y compartir con sus hermanos.  En cambio, fue tirado a la calle, y más encima,  lo aporrearon (espero que el origen de esos golpes haya sido un perro, no concibo que una persona lastimara de esa forma a un gato que no alcanza el largo de una palma).  Aun así, Félix logró recuperarse, y ahora tiene unos nuevos dueños que lo quieren y cuidan. Tuvo mucha suerte. El azar le dio una gran segunda oportunidad. Pero lo importante ahora es que está en un buen lugar.

No comprendo por qué hay una especie de repugnancia irracional hacia los gatos. Claro, no digo que los perros, los otros animales domésticos por excelencia, no sufran mucho por cuenta de nuestra indiferencia, pero percibo que la estima hacia los perros es mayor.  Los gatos están rodeados de un halo de repulsión por cuenta de una ignorancia recalcitrante de las personas.

Personalmente, le soy más devoto a los perros. Son  más extrovertidos y demuestran más su cariño hacia su amo, pero no por ello los gatos me desagradan. Los gatos manejan unas personalidades taimadas y enigmáticas muy propias de los felinos, que me despiertan una intriga divertida, algo que  no podría conseguir con un perro.  Eso sí,  me pueden llegar a aburrir por la cantidad de horas que se la pasan durmiendo, y cuando están despiertos,  son ensimismados y taciturnos. Sus momentos de extroversión son más bien pocos, pero cuando ocurren son intensos y desopilantes. Es por eso que prefiero a los perros, son mucho más activos y demostrativos.

Aun así, no me cabe en la cabeza cómo alguien es capaz de meter a un gatico de meses en una bolsa plástica, para luego lanzarla a un terreno baldío desde una motocicleta en movimiento. Esta historia me la contó una prima que adoptó al gato en cuestión. ¿Qué clase de persona hace algo así? Lamentablemente no son pocas las historias así. También me parece inaudito que personas tan devotas y que profesan un amor desbordado hacia Dios y sus creaciones perfectas, como son los denominados cristianos y sus diversas vertientes, posean cierta animadversión hacia estos felinos. Lo he oído más de una vez: “ellos tienen algo que no me gusta”, “no los soporto” o “a ellos los utilizan en prácticas raras”. Al parecer ciertos fanáticos asocian a los pobres gatos con la brujería y el satanismo. Nos proponen que nos entreguemos al Señor y nos alejemos de comportamientos que nos acercan al demonio, pero más bien pareciera que son ellos los que se están ganando un buen lugar en el infierno.

Sin embargo, los gatos, los perros y otros animales domésticos no la pasan tan mal a comparación de los animales que nos comemos. Como cualquier sector productivo, la industria alimenticia maneja variadas materias primas, pero algunas de ellas sucintan un conflicto que genera cada vez más polémica, ya que no se trata de pedazos de plástico o litros de químicos.  Son animales vivos. Al obedecer a prácticas de crecimiento económico, las empresas que producen y distribuyen carne (y otros derivados animales) someten a los animales a unas condiciones deplorables, indignantes y antinaturales antes de nacer, durante su crecimiento y al momento de su sacrificio. Los pollos, por ejemplo, una vez emergen del cascaron, se ven sometidos a manipulaciones de máquinas transportadoras y manos; luego mientras crecen están en un entorno de hacinamiento asfixiante, luz artificial y una comida y medicamentos que los transforma en animales enfermos. Todo esto en aras de producir la mayor cantidad de carne, en el menor espacio y con los costos más baratos. Todas las industrias, supongo, están en el derecho de decidir cuál es su mejor estrategia financiera para obtener las mejores ganancias aplicando planes para el uso eficiente de los insumos. Pero con las industrias cárnicas es necesario imponer una gran objeción: simplemente por producir carne a nivel industrial, nunca será posible asegurar una vida digna y sin torturas a los animales, y al tiempo conseguir carne barata y en las ingentes cantidades actuales. O es una cosa o es la otra.

De acuerdo con la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el consumo de carne per cápita a nivel mundial experimentó cambios importantes en las últimas décadas, pasando de una media de 26 kilos en 1970 a 41 kilos en los últimos años. Pero varios países superan el promedio anterior con creces. De acuerdo con el documento “Atlas de la Carne” de la Fundación Heinrich Böl, los alemanes consumen hasta 60 kilos de carne per cápita al año, lo que representa el doble de la cantidad que se consume en los países en desarrollo y seis veces más que en los países más pobres. O dicho en otras palabras, este mismo informe agrega que, cada alemán come en promedio 1094 animales al año, es decir, 4 vacas, 4 ovejas, 12 gansos, 37 patos, 46 cerdos, 46 pavos y 945 pollos;  un 85% de la población come casi a diario carne, desde el desayuno;  el consumo se ha cuadriplicado desde el siglo XIX.   Todo indica que la demanda de carne a nivel mundial seguirá incrementándose gracias a que más países consiguen mejorar sus indicadores económicos-industriales. Un ejemplo claro es China;  desde que cayó la “Cortina de Bambú” la economía del país se abrió al resto del mundo y más de mil millones de personas pasaron a conformar un nuevo mercado para ser captado por las ávidas corporaciones globales, incluidas, por supuesto, las de la industria de alimentos.  Según Jonathan Safran Foer en su libro “Comer Animales”, los productos animales sólo representan un 16% de la dieta de los chinos, pero ante una globalización homogeneizante es claro que esa cifra ira aumentando de forma gradual. Por ejemplo,  McDonald’s, la compañía insignia del capitalismo americano, logró incurrir con éxito en China continental en 1990. Los chinos acostumbrados a el arroz, las verduras y los fideos pudieron degustar de una vez por todas el sabor de una carne entre dos panes embadurnada con salsas,  lechuga y tomate.

Con la globalización, la economía y el comercio mundial se han dinamizado a escalas sin precedentes en la historia de la humanidad. La riqueza crece con celeridad en unas cuentas manos. No obstante, gracias a estas circunstancias, nunca antes habíamos estado en unas condiciones de vulnerabilidad ambiental como las que presentamos hoy en día. El hecho de que la dieta de los chinos y la del resto del mundo industrializado, en “vías de desarrollo” y postindustrializado demande mayores cantidades de carne, pone en graves aprietos a los ecosistemas planetarios. ¿Cuáles serán las consecuencias si  todos los seres humanos, o más bien, si todos los seres humanos de la naciones con los mejores y medianos índices  económicos se alimentan como los estadounidenses? Ya son varias las que se están empezando a notar.

Foer afirma que “los animales de granja suponen más del 50% del consumo chino de agua”, cifra que muy seguramente se puede extrapolar a otras naciones, y que se da en un momento en que es de conocimiento público que las fuentes de agua dulce alrededor del mundo están escaseando por cuenta del calentamiento global y la deforestación. Por otra parte, la elaboración de piensos también suscita diversas preocupaciones; la soja,  una de sus materias primas más comunes, es el producto agrícola de mayor crecimiento de los últimos años. De acuerdo con el portal argentino especializado en comercialización agropecuaria, Fyo, en la temporada 2001/02 la oferta mundial por esta leguminosa fue de 185 millones de toneladas, mientras que para el periodo 2015/16 se espera una producción de 317.58 millones de toneladas, según estimaciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA). El cultivo de la soja se hace cada vez más intensivo y extensivo, por lo que en muchas zonas del mundo el suelo presenta signos de sobreexplotación y empobrecimiento nutricional. Al ser un monocultivo, las cantidades de herbicidas y pesticidas necesarias son ingentes, y trae como consecuencia la contaminación no sólo del suelo, sino también de las aguas subterráneas y superficiales. Cada año la agricultura industrial requiere nuevas tierras cultivables, y por consiguiente acrecienta los problemas de deforestación, pérdida de biodiversidad y erosión. Además, la gran cantidad de agua utilizada y desperdiciada para mantener sanos los cultivos, disminuye el acceso del líquido  a las comunidades aledañas e incrementa las sequias en ciertas regiones del mundo. Eso sin mencionar las dudas que han surgido a raíz de los mono cultivos genéticamente modificados, que en el caso de la soja representa dos terceras partes del total mundial cultivado. Aun no se conocen con exactitud cuáles serán las consecuencias ambientales de la producción industrial de cultivos transgénicos. ¿Qué nos podría pasar a largo plazo al comer animales que son alimentados con soja genéticamente modificada?

Foer asevera que en el año 2050 el ganado mundial devorará tanta  comida como 4.000 mil millones de personas. Según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), para ese año la población mundial será de 9.600 millones de personas, por consiguiente la agricultura mundial deberá producir los alimentos para un equivalente de 13.600 millones de personas. Una cantidad descomunal. A lo anterior hay que agregarle la cantidad de alimentos que se desecharán; según un informe de la ONU, en la actualidad cerca de un tercio de la comida para el consumo humano se desperdicia, unos 1.300 millones de toneladas, junto con toda la energía, agua y químicos necesarios para producirla y venderla. En el mundo industrializado, gran parte de este derroche es ocasionado por los consumidores que compran demasiado y tiran lo que no se comen, mientras que en la naciones en desarrollo “es principalmente el resultado de una agricultura ineficiente y de falta de instalaciones apropiadas de almacenaje”, agrega el informe. Lo más probable es que en el 2050 el derroche de comida sea a raudales, ya que se espera que más sociedades consigan los niveles económico-industriales de los países del “primer mundo” y el número de personas en los países “subdesarrollados” siga creciendo.  La producción de alimentos siempre ha superado con creces la cantidad de personas que conforman la humanidad, pero aun así millones de personas padecen hambre en un sin número de lugares. Y Monsanto, empresa líder en el sector de la biotecnología, asegura que la solución del hambre en el mundo radica en la fabricación de semillas transgénicas y su posterior siembra en cultivos extensivos e intensivos. Al parecer en el futuro los extremos se tocarán: es  probable que en muchas ciudades las personas  hambrientas se rebusquen su comida en los sobrados de la basura de los obesos de clase media y alta.

¿Más razones para no comer carne? ¿O por lo menos la carne ofrecida por la industria alimenticia? Podría seguir mencionando los problemas generados por la sobrepesca en todos los océanos. La resiliencia de los ecosistemas marinos se encuentra al límite. Las poblaciones de diversas especies se han visto muy disminuidas en las últimas décadas. A lo anterior hay que añadir,  que las concentraciones de sustancias contaminantes en las aguas oceánicas  han aumentado desde que comenzó la revolución industrial.  Una que causa gran preocupación es el mercurio, ya que es de fácil acumulación en los seres vivos y su contenido se  magnifica a medida que avanza en la cadena alimenticia, por lo tanto nosotros al comer pescado ingresamos a nuestros organismos la cantidad más elevada, aumentando el potencial de padecer enfermedades crónicas en el futuro. Eso sin mencionar que desde el 2011, al océano Pacífico se le han vertido cantidades desconocidas de agua radioactiva proveniente de la destruida central nuclear Fukushima en Japón (accidente generado por el colosal  tsunami que asoló al país el 11 de marzo de ese mismo año). Sólo en contadas ocasiones se ha informado al mundo sobre las fugas en Fukushima, como en agosto del 2013, cuando se supo que ingresaban al mar 300 toneladas de agua radioactiva por día. Pero en general el hermetismo del Gobierno japonés ha sido imperante. Mientras tanto sus ciudadanos no se detienen a pensar por qué pagan un precio tan caro por un sushi de atún de aleta azul del pacífico. Sólo lo engullen y quedan satisfechos.

Algo muy  frustrante es la doble moral que tenemos los occidentales con respecto a comer animales. Muchos hemos puesto un grito en el cielo al saber que en China comen perros. Dicha actividad  se da en la ciudad sureña de Yulin, en un festival para celebrar la llegada del verano. El descuartizamiento y cocción de los perros ocurre en plena calle, algo que los forasteros hallan muy chocante. Desde occidente se afirma que el comercio de carne de perro es ilegal, cruel, antihigiénico y no está regulado. Incluso se ha asegurado que muchos de los perros que se comen son robados o callejeros. ¿No les parece cruel comerse al mejor amigo del hombre? “Es más  cruel comer ternera, el ganado ayuda a arar la tierra”, responde una defensora de esta práctica a la anterior pregunta, en el documental “El festival de la carne de perro de Yulin”. ¿Qué acaso esta mujer desde su perspectiva no tiene la razón? El perro es un animal privilegiado en la cultura occidental, al que nos hemos enlazado de manera fraternal desde hace milenios,  pero ¿y las vacas, cerdos, pollos, peces,  patos y pavos? También nos hemos unido a ellos desde hace milenios, pero para saciar nuestros requerimientos nutricionales ¿Solo por qué sus crianzas y muertes tecnocrueles ocurren fuera de nuestra vista y no los tenemos lamiéndonos la cara no merecen nuestra preocupación? En realidad son pocos los que se preocupan. La verdad que el placer de su sabor lo anteponemos a su bienestar. Desde hace rato que no los comemos para subsistir en un medio ambiente hostil.

Otro ejemplo de doble moral es la caza de ballenas piloto en las lejanas Islas Feroe (ubicadas en el Atlántico norte), una tradición efectuada desde los primeros colonizadores nórdicos, en el siglo X.  Durante la caza, los isleños obligan a las ballenas a dirigirse a la costa a través de embarcaciones. Una vez las ballenas se ven impedidas para seguir nadando al encontrarse cerca de la orilla, docenas de personas clavan  ganchos metálicos y cuchillos  en su medula espinal para provocarles la muerte en 30 segundos o simplemente desangrarlas por las profundas heridas. Las frías aguas de la costa quedan teñidas de rojo por los galones de sangre derramada, una imagen que ha generado consternación alrededor del mundo. Los feroeses defienden sus acciones,  debido a que las condiciones climatológicas y edafológicas de las islas no permiten una agricultura adecuada, por lo que su sociedad depende de manera directa de los recursos del mar. La caza de ballenas no la efectúan como un acto deportivo o de esparcimiento, obedece a su subsistencia básica. Según los isleños esta actividad es económica y ambientalmente sostenible, ya que así evitan importar alimentos y aceite (necesario durante los meses de invierno) y sólo matan 1000 ballenas al año (menos del 1% de la población total), además forjan lazos comunitarios porque a todos los habitantes se les asegura una porción de carne gratuita, sea que participen o no en la matanza. De nuevo ¿qué acaso los isleños no tienen buenas razones para justificar este baño de sangre? Aun así, el futuro de la  caza de ballenas piloto es incierto; se ha identificado presencia de mercurio en la carne de ballena. Por cuenta de nuestra ignorancia obtusa, la misma naturaleza se encarga de que también seamos víctimas de las salvajadas que cometemos contra ella.

Indudablemente actividades como la casa de ballenas piloto en las Islas Feroe o el festival de la carne de perro en Yulin son actos infames, al igual que la masacre de diaria de millones de animales para la alimentación del mundo occidental o las corridas de toros, que muchas personas defienden. No obstante, los aspectos culturales,  tradicionalistas y de raciocinio se imponen como justificación a la tortura y muerte de un animal. Alrededor del mundo a los animales se les niegan derechos que los seres humanos se otorgan a sí mismos. Si se supiera que existe una comunidad en alguna parte del mundo, “primitiva” o no, que descuartiza y escalda  a, por ejemplo,  niños vivos para luego comérselos,  con seguridad  la humanidad entera se pronunciaría en contra de tales prácticas y, tal vez, se desplazaría al lugar un buen número de ONG’s con el fin de rescatar a los menores de edad. No sé si lo que voy a decir es demasiado políticamente incorrecto, pero enserio ¡qué soberbia! Si están involucrados los humanos en algún hecho horrendo, ahí sí es una tragedia ¿Por qué creemos que somos tan especiales e importantes? Algo sin igual en dolor y miedo sufrió el animal que ahora es un pedazo de carne en tu plato. Es este antropocentrismo al que le somos fieles y creemos que funciona, el que no nos permite comprender que la cucaracha que termina con sus órganos internos desparramados a su alrededor, resultado del aplastamiento con la suela de tu zapato, tiene tanto derecho a vivir como los hipotéticos niños descuartizados y escaldados. Y por cierto, las cucarachas cumplen un rol fundamental en la naturaleza al alimentarse de desechos ¿entonces quién es la plaga? ¿Los que producen los desechos o los que se los comen? Se han atado a nosotros porque tienen asegurada su alimentación, desde sobras de comida hasta pegamento.  La naturaleza algo iba a hacer para limpiar nuestra suciedad.

Las formas actuales de producir alimentos y de comer no persistirán para siempre, ya sea porque nos volvamos conscientes y modifiquemos nuestras acciones, desde un nivel, que se podría denominar psíquico-espiritual,  hasta el nivel de la gran aldea global que conformamos; o porque sigamos siendo consentidos y condescendientes hacia nosotros mismos, para luego llegar a un punto de no retorno, en donde las muertes sean de millones -de humanos y otros muchos animales- a la semana. Tal vez sólo así sentemos cabeza, pero ya será tarde. Con seguridad todos sufriremos (eso sí, unos más que otros), desde campesinos desplazados en busca agua hasta el CEO de Tyson Foods, cuya compañía colapsa junto con todo el sistema que ayudaron a crear, ante la inexistencia de “materia prima”. Sólo hay un planeta y no hay otro lugar a donde ir. He llegado a pensar que podría ser lo mejor, que desaparezcamos y le dejemos vía libre a las cucarachas. El planeta no volvería a conocer el ruido de máquinas y bombas y de una vez por todas engulliría nuestras antiguas infraestructuras. Pero tal vez este resultado sería demasiado facilista. Somos humanos ¿llegamos tan lejos sólo para desvanecernos por culpa de nuestra ceguera? Cometemos errores, pero estamos en capacidad de caer en cuenta de ellos para no repetirlos y tratar de solucionarlos. ¿Qué es lo que decidimos a partir de ahora?

La decisión de comer carne no debilitará la industria cárnica, ni evitará el maltrato animal generalizado en todo el mundo, no por los menos a nivel individual, pero si no estoy de acuerdo con algo no tengo por qué hacer parte de ello. No comer carne es solo una pequeña parte. Se puede hacer mucho más, siempre se pude hacer mucho más y nunca será suficiente, pero valdrá la pena al momento de entender sin prejuicios lo que es verdaderamente justo. Por lo pronto me queda la satisfacción de que Félix es feliz.

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