Es generalmente aceptado que el Gobierno de López Pumarejo produjo resultados positivos o benéficos para Colombia. En todo caso así lo ve el actual presidente Gustavo Petro y lo cita como ejemplo o como antecedente de lo que esperaría lograr.
Entonces es importante entender y caracterizar lo que entonces se llamó “La Revolución en Marcha”.
Lo que en realidad se logró fue una actualización de las instituciones al “Modo de Producción” que ya se había adelantado en el mundo y que se había demorado en Colombia.
El modo de producción siendo la forma en que se organiza una sociedad para producir y distribuir la riqueza, se caracteriza por unos factores de producción (capital financiero, mano de obra, tierra, tecnología, capital Humano, etc.), los sistemas que con esos se forman (según las épocas, esclavitud, feudal, de intercambio mercantil, capitalista industrial, o más recientemente hipercapitalismo o neoliberalismo), y las relaciones sociales que alrededor se establecen o se derivan ( esclavos y amos, señores feudales y siervos, empresarios y obreros, etc.).
En su momento lo que hizo ese gobierno fue poner al día al país —y más concretamente sus instituciones— con esos nuevos sistemas, factores y relaciones, características del modo de producción que ya regía en el mundo con las ‘revoluciones’ industriales. El reconocimiento de la ‘función social de la propiedad’, del derecho de asociación sindical, de la relación de quien trabaja la tierra con los derechos sobre ella, etc. fueron ajustes a las leyes para manejar las nuevas realidades que con la evolución del modo productivo se presentaban.
Tiene razón Petro en hacer la comparación con ese momento de la historia del país. Pero siempre y cuando lo entienda así.
El ciclo del capitalismo industrial, del capitalismo financiero y del hipercapitalismo tiende a su fin. Los problemas y los objetivos de hoy están más centrados en la supervivencia y la convivencia de los seres humanos que en la confrontación y la competencia entre ellos. La innovación y el cuidado del medio ambiente ocupan lo que fue la obsesión por los desarrollos tecnológicos para aumentar la producción. El problema de la injusticia social ya no es por la explotación de unos seres humanos por otros, sino por las desigualdades que entre estratos y entre países generó el modo de producción neoliberal.
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El problema de la injusticia social ya no es por la explotación de unos seres humanos por otros, sino por las desigualdades que entre estratos y entre países generó el modo de producción neoliberal
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Por eso se requiere algo más que un gran cambio; no basta dentro de los mismos esquemas cambiar normas y leyes. Es necesario un cambio de mentalidad, primero por supuesto en la dirigencia, pero también inducirlo en la población. Dejar de hablar y pensar en ‘revoluciones´ —tanto por quienes amenazan con que esto es lo que se viene como quienes defienden que esto es lo que se necesita.
Intentar seguir el mismo camino de los países más desarrollados nos condena a ser siempre comparativamente subdesarrollados. Es más, los resultados de los últimos años muestran que cada vez es mayor la brecha o sea que por ese camino vamos de mal en peor. Pobre satisfacción es decir que mejoran los indicadores que miden los avances del mundo de hace 50 años.
El paso necesario no es un simple cambio en las reglas que hoy rigen. Tampoco con una revolución social se lograría el salto cuantitativo que abriría la esperanza de un mejor Solo la comprensión de en dónde estamos y la claridad de con qué instrumentos contamos para manejar nuestro propio destino puede sacarnos del atraso, la violencia, la injusticia y otros males a los que de otra manera pareciéramos destinados.
Un ajuste al modo de producción del mundo actual es lo que debemos buscar. Hacer la transición de la era tecnológica a la era ecológica. Incentivar menos la competencia y más la solidaridad y la capacidad de acciones colectivas como base de la generación de riqueza. Buscar mecanismos para que la vocación y la voluntad de servicio más que la ambición de poder o al egoísmo individual sirvan para fundar en ello el orden político. Concentrarnos menos en el incremento de la producción y más en las mejoras en la distribución, poniendo el manejo de la economía al servicio de este propósito
Reconocer que el mundo y la humanidad han cambiado y abandonar la idea de que el orden político y social se aseguran con el desarrollo económico es lo que propone el retorno a la Economía Política como guía para un futuro más esperanzador.