La situación de la mayor parte del millón y medio de hermanos venezolanos en Colombia es alarmante. El volumen de migrantes en tan poco tiempo, sin antecedentes en la historia del país, representa un reto que abarca distintas dimensiones de la política pública colombiana.
Sin duda, un paso que debe reconocerse al gobierno Duque fue el de permitir el otorgamiento de la nacionalidad colombiana a niños hijos de venezolanos nacidos a partir de agosto de 2015, con vigencia de dos años a partir de agosto de 2019. Se dice que aproximadamente 25.000 niños podrán beneficiarse de la medida y, por esa vía, de los servicios de atención y protección de los que, en principio, gozan, por ley, los infantes colombianos.
Sin enfoque integral en las políticas públicas, es muy probable que estemos asistiendo al deterioro progresivo de una situación en la que la asistencia humanitaria y la caridad ciudadanas se queden pequeñas frente al drama social que afecta a los migrantes.
Mas allá de las familias venezolanas que consiguieron instalarse en Colombia, invertir en negocios, de jóvenes que ingresaron a las universidades, el drama es palpable en los semáforos de cualquier ciudad grande e intermedia, en las sedes de los supermercados, en las calles, en las orillas de ríos que cruzan ciudades de clima caliente.
La riqueza del “sistema”, la red de conservatorios y de orquestas juveniles, creado por el maestro Abreu (fallecido el año pasado) hace más de 40 años, está a la luz del día en las calles colombianas. Cellistas, arpistas, saxofonistas, grupos de cámara, interpretando sus piezas musicales por monedas para la subsistencia. Hombres y mujeres con grados académicos que tuvieron que dejar sus pertenencias para huir de la asfixia económica, sometidos a la caridad.
La crónica roja de los asaltos ha venido aumentando
en detrimento de la reputación de la mayoría de los venezolanos migrantes.
Los prejuicios van también en alza
Y, lo que vemos a diario, parejas de jóvenes, con hijos pequeños, en la mendicidad. La crónica roja de los asaltos ha venido aumentando en detrimento de la reputación de la inmensa mayoría de los venezolanos migrantes. Los prejuicios van también en alza. Que los venezolanos “se venden” por cualquier precio, que son los preferidos en el mercado de la informalidad.
Valga la oportunidad para una observación de magnitudes: Alemania, un país de cerca de 83 millones de habitantes, con un ingreso per cápita de US $52.000, recibió en el 2015 algo mas de un millón de refugiados, la mayoría sirios, hecho que le valió a la canciller Angela Merkel la crítica y el auge de movimientos de extrema derecha, con la correspondiente solidaridad de parte de los populistas nacionalistas de todo el continente. ¡Ah!, y eso que la tasa de desempleo alemana, en la actualidad, es solo de 3.1 %.
Aunque en Colombia el ingreso de venezolanos ha tomado mas tiempo, contamos con menos de 50 millones de habitantes, un ingreso por persona de USD 14.000... y más de 10 % de desempleo abierto. Una observación que puede explicar el fenómeno de xenofobia en crecimiento.
La acción del estado debe trascender el marco humanitario.
En materia de política exterior, no tiene sentido seguir la tónica de quema de naves con Venezuela, recurso invalidado por los tozudos hechos. Maduro se tiene que ir, pero eso no ocurrirá en la forma en que el gobierno de Colombia y el Grupo de Lima lo pretendieron. La salida, como se ha insistido, deberá ser negociada. En el asunto de los migrantes, se requiere de una política fronteriza y unas relaciones internacionales sensatas que permitan acuerdos sobre mínimos, es decir, generar espacios de conversación con el gobierno venezolano con el simple fin de ejercer algún control sobre los flujos migratorios, incluida la posibilidad de planes de retorno bajo determinadas condiciones.
La política de infancia, la educativa y la de salud tienen enormes desafíos. Muchos de los niños venezolanos menores de cinco años no están recibiendo educación inicial y los más grandecitos no asisten a la escuela. No son vacunados como corresponde a los niños de su edad. Si la situación se prorroga por algunos años, se alcanzará una brecha social de mayor magnitud a la que caracteriza la situación de los haitianos en República Dominicana o la de centenares de miles de nicaragüenses en Costa Rica, vía para la informalidad crónica, la delincuencia juvenil, el embarazo adolescente.
En materia de política laboral, es claro que en un ambiente de alto desempleo y subempleo como el colombiano, no resulta fácil la vinculación formal de los migrantes. Aún así, son muchas las personas de gran talento que están en las calles y de las que la sociedad colombiana pudiera beneficiarse por sus conocimientos. Para ello, hay que salir del esquema humanitario.