Siempre, en todos los gobiernos de Colombia, los tres o cuatro cacaos –que ahora pueden ser cinco–, han tenido el privilegio de llegar a la Casa de Nariño para tumbar todo lo que les perjudique la acumulación de sus, ya inmensas, fortunas. Son tan astutos que cuando el resto del país atacaba al entonces presidente Ernesto Samper, los superpoderosos del momento, ni cortos ni perezosos, le brindaron su apoyo que fue definitivo. Pero como siempre sucede con ellos, no hay ningún almuerzo gratis. Todos lo que hemos sido ministros y no nos hemos sentido nombrados para complacerlos, nos hemos enfrentado a la llamada del cacao de turno a 'sapearnos' en Presidencia por algo que dijimos. Inmediatamente recibimos el jalón de orejas respectivo y algunas, no muchas, cartas de renuncia se han presentado aunque no se sabe cuántas se han aceptado.
Pero según las últimas noticias presentadas por Las 2 Orillas, ahora sí llegamos al colmo de los colmos. Como afirma este portal, fue retirado del Plan de Desarrollo el artículo que propuso el ministro de Salud en el cual se regulaba la publicidad y venta de gaseosas como parte de su sana política de reducir la obesidad en el país. Uno de los cacaos del grupo Ardila ya no necesitó llamar al presidente Santos, sino que fue suficiente visitar al ministro Néstor Humberto Martínez para tumbar la norma que le hacía daño a su negocio y a otros similares. Se temió, desde su nombramiento en un puesto tan clave, que, dada su brillante historia profesional donde el vínculo con los superpoderosos era una de sus cualidades, este tipo de hechos se darían.
Nadie duda de las capacidades de Néstor Humberto Martínez y de su generosidad cuando los colombianos no cacaos han requerido de sus eficientes servicios. Por ello, es muy difícil criticar su actitud, sobre todo, porque no se sabe si parte de sus funciones en el Gobierno es evitar que los cacaos se rebelen. El tema debe plantearse a nivel del gobierno mismo. Nada difícil es imaginar la frustración del ministro de Salud para aquellos que hemos pasado por situaciones similares estando en el gabinete o en el Senado. Claro que sí podemos medir lo que siente.
La verdad, señor ministro Alejandro Gaviria, es que en este país –contrario a lo que muchos creen–, no son los políticos los que mandan. Estos oscuros personajes, con brillantes excepciones, son solo instrumentos de los cuatro o cinco poderosos para asegurarles que sigan acumulando riqueza, viviendo mejor que los millonarios de los países ricos a costa de decisiones que perjudican al grueso de la población colombiana. No en vano somos el séptimo país más desigual del mundo según el Banco Mundial y el primero de América Latina, nivel que compartimos con Haití en la Región y en el mundo con Angola y Sudáfrica. Por ello es que pedirles real solidaridad y crecimiento compartido, y no Responsabilidad Social Empresarial, es una pérdida de tiempo.
Este tipo de realidades no solo inciden en la profunda desigualdad de nuestra sociedad, sino que dan los elementos que muchas veces son tan difíciles de comprender como, por ejemplo, el que ellos se sientan superiores al resto de los colombianos. Claro que tienen razón, son superiores y lo seguirán siendo mientras logren frenar lo que les reduzca, en algo, sus ganancias o limite el mercado de sus productos. ¿Quién de nosotros es recibido de inmediato por el superministro y además logra tumbar lo que quiere sin mayor esfuerzo? Con razón algunos de ellos, no todos, se comportan como si fueran los reyes de esta sociedad y miran a los demás como inferiores.
¿Cuánto puede durar un reinado como este sustentado en bases tan endebles como el solo hecho de ser superricos? Por la experiencia colombiana, pueden ser eternos. Ojalá una democracia realmente más abierta y una sociedad más crítica los coloque en su lugar adecuado: ricos y no más.
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