Es curioso ver cómo nos cambia la vida… después de que durante varias décadas las élites en el mundo se dedicaron a denigrar del Estado para ganar elecciones, desmantelarlo y apoderarse de las más rentables empresas públicas, ahora, en cuestión de días, todos quieren que él nos salve de la crisis global y que garantice el bienestar para, ricos y pobres. De suerte que la gente espera que hoy haya suficientes pruebas diagnósticas y camas en los hospitales, millones de desamparados reclaman alimentos y los empresarios, aquellos que no se cansan de hablar de la libre competencia, salen a seguir pidiendo subsidios, préstamos y nuevas exenciones tributarias.
En este país, no se necesita ser muy viejo para recordar que han sido millones de votantes los que en las urnas, una y otra vez, vienen respaldando a los que se dedicaron a la tarea de privatizar, entre tantas otras entidades, las que tenían que ver con la salud, la educación, los servicios públicos, el sistema de pensiones y los Ferrocarriles Nacionales. Las consecuencias de esa insensata actitud, que se profundizó a partir de la constituyente del 91, ya la vienen sufriendo los afiliados a las EPS, los que se quieren pensionar, los jóvenes que aspiran a tener una educación de calidad, y los que tienen que pagar la factura de los servicios públicos. Algunos políticos tratan de decir que se ha avanzado mucho en cobertura de la salud con la ley 100, pero sin recordar que con sus prácticas corruptas en el Instituto de los Seguros Sociales, como en Telecóm y el Idema, desangraban las entidades nacionales y nunca han estado interesados en ofrecerle al conjunto de la población bienestar real.
Mucha tinta regaron los teóricos del neoliberalismo o neoconservatismo para demostrarnos que como el Estado era paquidérmico e ineficiente debía dejar de atender directamente las necesidades de las personas que lo pagan, para reducirlo a su mínima expresión; es decir, encargarlo únicamente de los órganos de represión-legislación o fiscalización y dejar que la “mano invisible” de los “emprendedores” se encargara de la producción económica y del bienestar sociocultural. Sin embargo el resultado lo tenemos a la vista porque los empresarios-políticos se dedicaron a concentrar la riqueza en sus manos, corrompiendo las instituciones, como las que tienen que ver con la alimentación escolar, la construcción de vías (Odebrecht), la salud (Saludcoop), los servicios públicos, la formación universitaria etc. Y cuando la gente pensante se molesta por esas cosas, entonces los demócratas que se apropiaron del Estado, utilizan su “prensa libre” para tildarlas de “castrochavista” y les mandan los escuadrones antidisturbios.
Pero la peor consecuencia de la aplicación de la receta neoliberal fue la destrucción del sentido de comunidad, pues el Estado al darle la espalda a las necesidades sus ciudadanos y endiosar la iniciativa individual o la avaricia, ha destruido los sindicatos, las cooperativas y los lasos solidarios. Es por eso que bajo la ley de “sálvese quien pueda” la gente salió hace poco como loca a comprar papel higiénico, alcohol y tapabocas, dejando sin esos elementos a quienes realmente los necesitaban.
Puede que los tipos como Donald Trump, Boris Jhonson o Jair Bolsonaro sigan pensando que las grandes corporaciones lo solucionarán todo con sus juegos de dinero, pero los hechos están ahí de manera contundente, para decirnos que: sin la intervención del Estado, sin la organización de la comunidad en lazos de solidaridad y democracia participativa y sin el sentido de humanidad será imposible lograr lo que debería ser nuestro verdadero anhelo: la vida buena.