El secuestro de Daniela Mora se suma a los actos abominables que suceden en este país. Las niñas y niños siguen siendo las víctimas absolutamente injustificables de una sociedad que no encuentra su norte. La verdad es que ser menor de edad en Colombia se ha vuelto un verdadero peligro, porque permanentemente sufren las consecuencias de todas las formas agresivas como se maneja esta sociedad. Desde la retención de menores en los grupos al margen de la ley, el descuido en las excursiones de menores —como sucedió en el Amazonas con un grupo de estudiantes donde una de ellas murió y nadie da explicaciones—,el permanente descuido en el transporte estudiantil, hasta las aberrantes violaciones, abusos, sumados al secuestro, conforman ese panorama oscuro al que se enfrenta permanentemente la niñez de este país.
Así como se están realizando movilizaciones ciudadanas para llamar la atención sobre el maltrato a la mujer hasta llegar a que la sociedad comprenda el concepto de feminicidio, una cruzada similar debe iniciarse para que esta sociedad cambie su actitud frente a los menores de edad. Ya no se trata solamente de los niños y niñas que mueren de desnutrición en la Guajira y en el Chocó; son todos los menores de edad, independientemente de su nivel de ingreso, los que viven en un mundo lleno de amenazas contra su vida, su integridad, su seguridad y su libertad. Solo una sociedad enferma se aprovecha tanto de la fragilidad de la infancia, la niñez y la adolescencia y, al mismo tiempo, del tremendo impacto emocional que actos de esta naturaleza generan en una familia y en la sociedad en general. Vengarse utilizando un menor de edad para ello, se tiene que volver realmente un acto que, además de las penas que ya existen en la legislación colombiana, provoque la reacción masiva de esta sociedad.
Esa fue la bandera de Gilma Jiménez quien murió siendo senadora de la República, sin haber visto resultados concretos de todos sus esfuerzos por defender a la niñez colombiana. Esas banderas deben ser retomadas por todos los ciudadanos de este país y no dejar que solo aflore el problema cuando se presenta un episodio tan dramático como la muerte de niños en la Guajira o el secuestro de Daniela. Una lección bien aprendida es que este es un país donde abundan las leyes pero también proliferan los delitos sobre los cuales se ha legislado. La razón: la ciudadanía no toma como propios muchos de nuestros problemas y las leyes terminan como letra muerta.
Se supone que en medio de estos difíciles momentos por lo que atraviesa la sociedad colombiana, se abre la luz de esperanza de cambios profundos que deben iniciarse de inmediato, para que avancemos hacia la reconciliación y hacia una sociedad que resuelva en paz sus contradicciones. Todo esto solo podrá iniciarse si aceptamos que se requieren cambios que no solo son responsabilidad de las tres ramas del poder publico, sino del comportamiento, de la conciencia de cada uno de nosotros para que dejemos de actuar como individuos y empecemos a ser realmente ciudadanos. Nada cambiará, no habrá ley que lo logre si seguimos, como hasta ahora, siendo insensibles frente a tragedias como este terrible asalto permanente a nuestra niñez.
Que el dolor de la familia de Daniela lo sintamos todos porque en esta niña están reflejados nuestros hijos y nuestros nietos, para los cuales solo deseamos lo mejor. Trabajemos para que libremos a nuestra niñez de todos los peligros que la amenazan. Volvamos este caso como todos los que afectan a esta población, un motivo para apoyar esa cruzada para proteger a nuestros menores de edad.
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