Las Operaciones Destructor I y Destructor II, los más grandes enviones del Ejército Nacional contra las Farc a fines de los años 90, terminaron en una gran frustración para sus planificadores. Las guerrillas, dirigidas personalmente por Manuel Marulanda y Jorge Briceño, consiguieron impedir el paso de las tropas a las selvas del Yarí, pese a los bombardeos aéreos y terrestres y a las enormes patrullas que intentaron una y otra vez doblegar la resistencia insurgente.
Varios años después, asesores norteamericanos, británicos e israelíes se unieron a estrategas colombianos para diseñar el Plan Patriota, con el que un Ejército robustecido en pie de fuerza, armas, apoyo aéreo, tecnología de punta y engrandecido ante la opinión por una campaña publicitaria sin antecedentes, se propuso penetrar a las selvas del Yarí, destruir la retaguardia guerrillera y cobrar las vidas de sus jefes principales.
Desde el sur, la operación contempló el avance de las tropas al norte de Remolinos del Caguán, con el objetivo de apoderarse del inmenso manto de selva que separaba este río del Yarí. Otro sinnúmero de brigadas móviles partieron de San Vicente del Caguán para dominar la inmensa sabana y penetrar a su vez a la selva. Desde La Macarena partió el tercer contingente hacia el sur, tan poderoso como los otros y con la misma meta de exterminar las Farc.
Desde el norte y el occidente las tropas tardaron por lo menos seis meses para alcanzar la selva. Los combates con las compañías móviles de la guerrilla se repetían uno tras otro de manera incesante, sin que la fuerza de los helicópteros y aviones cazas resultara determinante para dominarlas. Las brigadas móviles que apenas cruzaron el río Caguán se hundieron en la selva, se toparon con la resistencia indomable del Bloque Sur que frenaba de modo aguerrido su avance al norte.
El presidente Uribe vociferaba a diario contra las Farc y vaticinaba su inminente derrota. Pero los generales que dirigían las operaciones comenzaban a dudar de su eficacia. La verdad era que selva adentro, en los campamentos guerrilleros, la vida transcurría en una normalidad casi absoluta. El Mono siempre encontraba un motivo para celebrar alguna fiesta, las escuelas de básicos, medicina, comunicaciones, informática y demás funcionaban sin ningún tropiezo.
La guerra de guerrillas
parte de que el enemigo siempre terminará llegando
a donde se propone
La guerra de guerrillas parte de que el enemigo siempre terminará llegando a donde se propone. Así que se trata de hacerle lo más caro posible ese objetivo. Al tiempo que se lo resiste y golpea de manera sorpresiva y contundente, hay que planear el siguiente movimiento, preparar la ruta segura de retirada y a la vez concebir el próximo escenario de la lucha. El adversario, que lo apostó todo a su campaña de exterminio, descubrirá que su presa se le desvaneció en el aire.
Al fondo, detrás de la resistencia, estuvo siempre Manuel Marulanda Vélez. Pero a su vez al viejo comandante le resultaba indispensable alguien capaz de interpretar con fidelidad su pensamiento, un hombre que poseyera la energía y el talento suficientes para llevar a cabo sus ideas de manera creativa e incluso agigantada. Ese personaje de fábula fue El Mono, sin duda el más grande guerrero que haya producido la tierra colombiana a lo largo de su historia.
Su audacia no conocía límites. Recuerdo su risa divertida, cuando el comando que perseguía a un desertor por la carretera que había construido la guerrilla bajo el manto de la selva, descubrió el trillo de la emboscada que había mantenido el Ejército durante más de una semana. Era obvio que el esquivo objetivo había sido él, que transitaba con frecuencia por aquella vía. Eso significaba que la tropa ya había pisado la selva y que lo hacía de modo clandestino.
Unos días después nos ordenó evacuar Casona, un campamento que le pareció demasiado expuesto. Un pequeño grupo que quedó asegurando algunas cosas, descubrió al día siguiente unos soldados y combatió con ellos. Así que estaba claro. Sin embargo, solo aceptó moverse cuando un comando se presentó a contarle de un gran trillo descubierto, y a enseñarle las papeletas de fresco que habían dejado los soldados, a unos centenares de metros de su campamento.
No iba a marcharse sin antes combatirlos, así que preparó velozmente a su gente para el inminente enfrentamiento. Y luego aplicó la movilidad absoluta que impedía conocer su ubicación. En menos de un año estuvimos en el río Caquetá, a este lado del Putumayo, se hizo la guerra en el Caguán durante una temporada y finalmente marchamos al alto Guayabero. El Plan Patriota se convirtió en otro fracaso del Ejército Nacional. El Mono lo hizo.
¿Por qué no un homenaje a ese símbolo de la Colombia perseguida, ultrajada y calumniada por los grandes poderes, a ese gigante que luchó hasta morir? La otra Colombia conquistó sus derechos, adiós a los odios y discriminaciones, es en serio.
Publicada el 22 de septiembre de 2017