Más hinchas que ciudadanos

Más hinchas que ciudadanos

Votar es cuestión de principios, de valores, de visión del mundo. En Colombia esto muchas veces no aplica, hay más fanáticos que militantes

Por: Wilfredo Ortiz
junio 07, 2018
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Más hinchas que ciudadanos
Foto: Tookapic

En Colombia la gente vota como si estuviera en el estadio: no les importa si su equipo hace trampa, o si uno de sus jugadores es un asesino que lesiona al rival más talentoso, o si el árbitro es un completo inepto que los beneficia sin ni siquiera darse cuenta. Lo único que importa es que su equipo salga campeón. Y si no ¿cómo explicar que una gran parte del país vote por un candidato que tiene en su equipo a tramposos, asesinos e ineptos? ¿No son pues estos los responsables de este desastre de realidad social, política y económica que es Colombia, al menos por estos últimos 30 años?

Fanático, el elector promedio colombiano es un fanático, que vota por defender sus ídolos, que pueden ser de muy diversa índole: el partido, la región, la nación, la religión,  y cada cual puede crearse el propio: habrá quien vote porque el candidato es hincha de su mismo equipo. Nada es más importante que aquello que representa, a sus ojos, un ideal superior. Un ideal por el cual está dispuesto a hacer contorsiones de su propio espíritu, de su propia moral, para adecuar los horrores más espantosos a la defensa de lo que él considera inamovible y sagrado.

Sería realmente ingenuo pensar que el país va cambiar de un golpe, como también lo sería decir que está estático y que no pasa nada. El país sí cambia, indudablemente hay una buena parte de la ciudadanía que es consciente que un cambio político es necesario. No puede Colombia seguir siendo una de las peores democracias de América Latina. Sin alternativas en el poder, sin justicia independiente, sin verdad, sin responsables de nada. Pero esta porción de país que se dice progresista, también tiene tendencia a defender su pedazo de manta y a no dejar que otros también se puedan cubrir. Y la razón es simple: seguimos esperando el caudillo que nos salve a todos. Y todos y cada uno de los responsables políticos esperan poder convertirse en ese caudillo.

Por el momento lo más probable es que todo siga igual. Pasará el 17 de junio y volverá cada uno a lo suyo, al rebusque, a pelearla diariamente sin hacer ninguna cercanía entre su cotidiano y su voto. En cuatro años volverá a apoyar otro candidato, y con fervor lo defenderá, haciendo lo que siempre ha hecho: cerrando los ojos ante lo incómodo.

El panorama es pesimista, basta con ver la historia. Colombia es capaz de todo: de desapariciones, de exterminaciones de partidos completos, de secuestros con todos los fines, de masacres, de falsos positivos, de elegir mafiosos, de matar defensores de derechos humanos, futbolistas, humoristas, pensadores y no pasa nada, nunca ha pasado nada. Lo más lógico es que todo siga igual, lo atesta el resultado de la primera vuelta.

La única forma de optimismo que podemos permitirnos es la educación, pero no cualquier educación, la educación para pensar, la educación para la libertad, para que la persona humana sea consciente de sí misma. Y para darse cuenta de que cualquier cadena, por brillante que sea, no deja de ser una cadena.

La educación tal vez sea la única forma de lucha verdaderamente eficaz, capaz de cambiar el mundo en donde se debe cambiar: en la cabeza de los seres humanos. Pero, ¿cómo educarnos? Es cierto que no todo el mundo tiene acceso a la misma educación y que en países como Colombia un libro es un objeto raro, considerado casi que de lujo por los más pobres. Sin embargo no podemos quedarnos solo en lamentaciones, tenemos que proponer algo.

A mi modo de ver dos principios fácilmente aplicables podrían ayudarnos mucho: compartir el poco saber que tenemos con los demás, y tratar de ser siempre lo más crítico posible consigo mismo, es decir, nunca pretender que se sabe lo suficiente. Y no se trata de dar lecciones, es simplemente ser consecuente consigo mismo.

Un ejemplo concreto es regalar libros. Qué mejor regalo que un libro para abrir nuevas puertas en el pensamiento. Si en vez de inundar a los niños con juguetes de plástico les regalamos libros y les enseñamos a ser lectores, ya estaremos dando un paso para tener una sociedad más educada, con una mejor capacidad crítica. No podemos seguir peleando por una sociedad más justa sin intentar construirla al mismo tiempo. No basta con discursos y con votos, está probado que Colombia es un país conservador y mojigato, con el crucifijo en una mano y el machete en la otra, para defenderse del diablo y de los liberales, o de los comunistas, o de los castrochavistas, y de quién sabe cómo se les dé por llamar a los que piensan diferente en el futuro. No lo vamos a cambiar de un golpe, hay que hacerlo de a poco, desde la base. Y solo la educación de las generaciones futuras nos brinda esa oportunidad.

Precisamente por este panorama tan negro es que hay que salir a votar en la segunda vuelta. Yo personalmente no votaré por Gustavo Petro, votaré por lo que representa su candidatura: un cambio.

Si no gana no me importa, las ideas que representa seguirán ahí, y seguiré apoyándolas con él o con otro candidato, o sin candidato, porque considero que la justicia social, la igualdad ante la ley, la fraternidad y los valores democráticos no se defienden y promocionan solo durante las elecciones. No votaré por Petro la persona, votaré por los excluidos de ahora y siempre, por los indígenas desposeídos, por los campesinos sin tierra, por las madres de los jóvenes vilmente asesinados por el ejército, por los ancianos que han trabajado toda su vida sin consideración y sin pensión, por los desaparecidos, por los niños desnutridos, por los huérfanos de la violencia y por todas aquellas víctimas de esta Colombia que ya es justo dejar en el pasado.

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