Las recientes elecciones no parecen haber despejado el panorama político y legislativo. Por el contrario, son bastante más las incógnitas y nuevas inquietudes que se presentan.
Una primera dificultad, la de distinguir la ‘Unidad Nacional’ que venía gobernando de la nueva unidad nacional —que podemos llamar ‘reeleccionista’— que se formó alrededor de la candidatura de Santos. La primera tenía el cuasimonopolio del Congreso con solo unas minorías no alineadas (el Polo), mientras la de ahora tiene en principio solo tres partidos —la ‘U’, el ‘Partido Liberal’ y Cambio Radical— mientras el Centro Democrático y el Partido Conservador están oficialmente por fuera de esa coalición. En la práctica se formó una tensión entre el antes y el después de la candidatura Santos.
Esas alineaciones a su turno no son claras pues parte de la ‘U’ es uribista (o sea hoy antisantista) y parte del Partido Conservador es santista.
Queda pendiente además el pronunciamiento respecto a la validez de la Convención Conservadora con sus diferentes escenarios; si prospera la impugnación, queda la duda sobre la situación de la candidata Marta Lucía Ramírez pues habiendo sido inscrita mientras no se había tumbado la Convención debería ser en principio una candidatura válida; en tal caso tocaría buscar un mecanismo para resolver si los elegidos quedan libres para apoyar a quien quieran, o si incurren en doble militancia si respaldan otra candidatura —sea la de Santos o la del uribismo—. Por supuesto esta situación existe independientemente de la impugnación, pero queda cobijada por diferentes normas según uno u otro escenario.
La candidatura verde de Peñalosa no cuenta con el beneplácito de la dirigencia de ese partido —o por lo menos de los ‘progresistas’— y se dedicará a ‘comer’ de las otras candidaturas de derecha, sin saberse si le quita más a Santos o a las ramas uribistas. La predicción más generalizada es que terminará dándose una convergencia entre las tres —Peñalosa, Marta Lucía y Oscar Iván— para enfrentar la reelección.
Para temas como las conversaciones de La Habana, el caso es que la oposición en cabeza de los seguidores de la línea Uribe (entre ellos los del conservatismo, Centro Democrático, parte de los de la ‘U’, de los de Cambio Radical, de Opción Ciudadana) pueden tener tanta fuerza como los que apoyan la negociación del Gobierno. Hasta dónde será efectiva la ley de bancadas puede ser una incógnita, pues por los antecedentes predice convertirse más en un nuevo motivo de confusión y de polémica que de claridad.
Respecto a las reformas urgentes y sobre las cuales hay consenso en cuanto a su necesidad pero no en cuanto a su contenido, el panorama es aún más turbio. Con una mayoría parlamentaria de más del 80% el gobierno no pudo sacar adelante la reforma de la Educación, la cual quedó en unas mesas con el Mane de las que hoy nada se sabe; no ha podido construir una propuesta de reforma de la Salud que cuente con la aceptación de los involucrados en el sector y es la hora que después de cuatro años de mandato sigue pendiente; la reforma de la Justicia que aprobó el Congreso tuvo que ser reversada y vetada por el presidente por inconveniente; la ley de baldíos que presentó el ministro de Agricultura fue retirada aparentemente por no haber sido ‘socializada’ en el Gobierno mismo, no se sabe si con el ministro de Hacienda o con los negociadores de La Habana. Muchas vicisitudes puede tener un nuevo trámite de estas leyes con la nueva y disminuida mayoría.
Ante los resultados (los votos que recibieron efectivamente los elegidos ronda apenas el 35% del censo electoral) se puede decir que se adiciona la necesidad urgente de una reforma política y sobre todo electoral.
Más se la tiene que jugar ahora el presidente al acuerdo de paz; y le queda como mejor carta el sentar en la mesa al ELN. Ya que solo respecto a eso hay claridad, esperemos que no se ahoguen esos propósitos en la confusión reinante.
