En variados rincones de Latinoamérica he visto surgir diversos grupos neonazis que solo causan mofa entre los demás pues su color de piel no corresponde al estándar que se supondría debería llevar un miembro de tal partido.
Aparentemente no hay nada extraño e incluso podría considerarse bueno que la sociedad no tolere desde un inicio dichos comportamientos fascistas y los sancione socialmente partiendo de la burla, pero más allá de esto se esconde un racismo exacerbado, esa parte de lo que es el verdadero pensamiento sudamericano, servil y ‘sub-desarrollado’.
¿Cómo puede una actitud antifascista ser aún más racista? en tanto se acusa al otro de no ser lo ‘suficientemente blanco’, el blanco está tan arraigado en nosotros como arquetipo racial, como ese ideal de pureza y virtuosismo que le asumimos como el principal obstáculo de la mayoría para llegar a tener comportamientos fascistas. No la disolución de todo derecho por ejemplo, no se acusa al neonazi de fascista, de querer imponer una política del odio a lo diverso sino de que no cuenta con el color de piel necesario para sostener ese discurso.
En estos términos, me atrevería a afirmar que existen comunidades indígenas que cuentan con un material genético de mayor ‘pureza’ pues han restringido radicalmente los matrimonios con personas de otras razas. Me atrevería también a afirmar que resultado de la segregación racial, los negros se casan en su mayoría con negros lo que daría como resultado un menor mestizaje comparado frente a los que se ufanan de tener tez blanca y ojos claros.
Son estas actitudes racistas que se han desligado totalmente de ese conjunto de pensamientos fascistas las que más peligrosas resultan fuera de dicho contexto, igualmente, no se le puede achacar todo al nazismo, los colonos también pusieron su grano de arena, esto es innegable a la hora de analizar aspectos tan comunes como la lengua y especialmente los dialectos que usamos a diario, es increíble ver como el racismo se presenta de la forma más inocente; términos como “mona” en Colombia o “Güera” en México que significan ‘bonita’ son utilizados a diario para referirse a personas de raza blanca y en específico a gente rubia.
Y la cosa no para ahí, en algunos casos hemos entendido que la lengua trae segregación y prejuicios y decidimos omitir o utilizar eufemismos ‘dignos’ para referirnos a los miembros de otras razas, en suma, convertimos en pecado referirnos a una persona como negro o negra. No desligamos el término negro de la ofensa que traía consigo sino que la evadimos o utilizamos diminutivos como negritos que resultan aún más peyorativos. Ahora es casi una regla referirse a un negro como afro o afrodescendiente, pero me pregunto entonces, ¿por qué puedo llamar blanco a alguien sin que se sienta ofendido? ¿Debo entonces llamar a un blanco, ario descendiente?
Y la respuesta que llega es que es totalmente innecesario, son las personas las que deben cambiar de posición en este caso y no las palabras.Las actitudes fascistas y ultra-nacionalistas tampoco son la respuesta, ya no podemos considerar en la mayoría de los casos a las naciones como grupos étnicos o razas por separado. Los grandes movimientos migratorios han difuminado los colores y sostener discursos raciales más que ridículo es imposible.
Todo esto es resultado de esa constante necesidad de vernos con ojos de blanco, los negros, indígenas, mestizos y demás, ya no ‘tenemos que’ si no que necesitamos vernos con ojos de blanco para entender lo que somos, detrás de las burlas contra los “morenazis” se esconden toda clase de prejuicios sobre lo que creemos y quisiéramos ser.