Dígame usted qué puede sentir un cartagenero nacido o no en Cartagena cuando le anuncian que un día equis, en una tarde de viernes cualquiera habrá “un bando”, y que además será algo popular y que recorrerá la avenida Santander. El mismo espacio, dígame usted, donde se realiza la tradicional Batalla de Flores o desfile de la Independencia del 11 de Noviembre.
¡Vale! Algo no cuadra aquí.
Como si faltara algún detalle, se amalgama el asunto y se precisa que es el Bando Independiente con Batalla de Flores del Concurso Nacional de la Belleza, que para un buen minimalista y acuñador de palabras se dirá “Desfile de Rai”, sin titubeos. Rai… ni Barreto ni Charles, sino Angulo, el hijo de doña Tera.
Otros preguntan acalorados ¿Bando de qué? ¿Cuál es el mandato solemne? ¿Cuáles los anuncios reales? ¿Qué proclama se avecina? ¿Bando de qué? ¡Nojoda! Estallan algunos ya neurotizados.
La pregunta es necesaria: ¿Cómo se relaciona el Desfile de Rai con la Independencia de Cartagena para una fecha que no es ni de bando ni muchos menos de independencia? ¡Papa!, ¿Qué es lo que pretendes?
Los indicadores festivos
Hay varios indicadores para medir la calidad del Desfile de Rai.
A la mayoría, incluso a la prensa local, le interesaba la afluencia de público para determinar su éxito, como si la medida considerara solo el número de convocados y no el sentido y la conexión con la vida cultural de la ciudad.
Quizá el indicador festivo más relevante es el Índice de Satisfacción de Vendedores Ambulantes. ISVA. El Desfile de Rai registró el nivel más bajo de ese indicador en lo que va corrido de la historia de la humanidad.
“No hermano, es que ese desfile pasó fue volando”, me dijo un vendedor de raspa’o en cercanías de las tenazas. “La gente no alcanzó a tener sed, cuando ya todos estaban de recogida, vale, qué enhuesada (pelao’s como un hueso)”
Quejas parecidas, le escuché al vendedor de cerveza helada, al de la rosquita ‘e queso, al del diabolín, al de la butifarras con bollo de yuca, al del chorizo “nomeolvides” con bollo limpio, y al vendedor de bebidas energizantes, cuya energía bajó a cero al ver la pobreza del desfile.
En 27 minutos, toda la “banda” de candidatas pasaba antes sus ojos. Ellas, las reinas, hacinadas en unas pequeñas carrozas, acompañadas de un grupo insignificante de bailadores, que en la mayoría de los casos no superaba las 15 parejas. Había más organizadores del reinado nacional de la belleza que músicos para alegrar el Desfile de Rai. Todos estaban estresados para que no hubiera baches. La palabra que más repetían eran ¡avancen! ¡avancen! ¡avancen! Pero en realidad ahí no hubo avance, el Desfile de Rai, irradió mezquindad, improvisación y ausencia de creatividad.
“Eche, ya… esa era toda la bulla”, exclamó un policía, al paso de la octava y última carroza. “Más bacano quedó el reinado que hicieron en el colegio de mi hija”.
La cultura del reinado
Se pregunta uno cuán importante es la cultura del país para el Concurso Nacional de la Belleza. Viendo el Desfile de Rai se da uno cuento que se pierde la oportunidad de hacer el gran bando de la nación. Delegaciones como Meta, Huila o Atlántico, para citar tres, lucieron esplendorosas. Pequeñas, pero suficiente para darse uno cuenta que ahí hay una idea que Rai soslaya y atomiza. Eso sin contar los premios ofrecidos a las comparsas para que participaran en el Desfile de Rai. Con el valor de tres entradas a la velada coronación se pagaba un premio a la mejor comparsa. ¡Mira tú, no aguanta! Presencia local, muy, muy baja. Punto aparte será analizar los apoyos en dineros y especies de las gobernaciones para que un evento privado como el Bando de Rai no haya quedado peor de lo que fue.
En la elección y coronación, el anuncio del grupo Herencia de Timbiquí generó alegrías iniciales, y desconcierto real al escucharlo en la lejanía, sin ningún protagonismo, amenizar el desfile en traje típico, mientras presentador y presentadora hacían sus comentarios tan sonsos como imprecisos. Luego se presentó una seguidilla de artistas de moda y no moda, que interpretaron una sola canción. Ahí el poder de RCN se evidencia, y el desprecio por la cultura del territorio, raya en el esnobismo pop y la estética alardeante.
La influencia local de RCN sobre la cultura de la ciudad se propaga, alentada por las ideas de Rai, ni Barreto ni Charles, sino Angulo, que es el defensor de la ciudad con sus ideas heroicas y fantásticas.