Más allá del realismo mágico

Más allá del realismo mágico

El desarraigo e indiferencia social nos han sumergido en un ciclo repetitivo de euforias y descontentos que día a día socavan más la unión de nuestro pueblo

Por: Carlos Julio Ramos Ramírez
septiembre 16, 2017
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Más allá del realismo mágico
Foto: AP

“Si el hombre fracasa en conciliar la justicia y la libertad, fracasa en todo” — Albert Camus (1913-1960. Escritor francés)

Colombia sufre uno de los problemas sociales más dañinos y repudiables de las democracias modernas: el desarraigo e indiferencia social de sus ciudadanos a las situaciones de la vida cotidiana en aspectos relacionados con la política, la economía y la cultura.

Esto, nos ha sumergido en un ciclo repetitivo de euforias y descontentos que día a día socavan más la unión de nuestro pueblo. A diario nos enorgullecemos por los aportes que nuestros nacionales realizan en cumplimiento del artículo 95 de nuestra Constitución Política, el cual establece que todos están en el deber de engrandecerla y dignificarla, cuando habla acerca de la calidad de colombiano. Pero, más allá de ser este, motivo de alivio ante la fuerte crisis que ha vivido y que aún vive el país, tiene un efecto negativo similar a la morfina. Nos aleja de la realidad, nos sumerge en la fantasía. Es deseable y noble tener una Colombia mejor, con mayores oportunidades para todos, con políticos serios y responsables, con ciudadanos que más que sean números en campañas electorales sean activistas y precursores de nuevas ideas, con instituciones respetables no por la simple formalidad de “honorable” sino porque de verdad lo son, con un proyecto de país plausible y real; pero aun así hay que tener los pies firmes sobre la tierra y más por la importancia del momento en el cual ahora estamos. Es válido soñar, pero más valido es actuar en pro de alcanzar una meta propuesta.

Como consecuencia de lo anterior le hemos dado la espalda a problemas no menos importantes como: la corrupción en las distintas ramas del poder, la desigualdad discriminada que impide el ejercicio pleno de los derechos de las personas que pertenecen a la comunidad LGTBI, así como también a las personas  afrodescendientes, la falta de protección por parte del Estado y la comunidad de los pueblos indígenas, el precario sistema de salud, la reforma del plan de educación a nivel nacional, la falta de presencia de las instituciones del Estado en todo el territorio nacional, la falta de apoyo y el empobrecimiento de los campesinos, el narcotráfico, el violencia intrafamiliar, los grupos armados, la poca infraestructura para el desarrollo, entre otros.

Como concluiría Ralph Waldo Emerson:

Al tratar del Estado debemos recordar que sus instituciones no son aborígenes, aunque existieran antes de que nosotros naciéramos; que no son superiores al ciudadano; que cada una de ellas ha sido el acto de un solo hombre, pues cada ley y cada costumbre ha sido particular; que todas ellas son imitables y alterables, y que nosotros las podemos hacer igualmente buenas o mejores”

El problema de Colombia transciende más allá de haber o no haber capacidad presupuestal. Es necesario que se reflexione acerca de nuestras acciones como ciudadanos y cómo estamos aportando a eso que tanto queremos.   Porque podemos seguir esperando a que la selección clasifique para el mundial o que Nairo gane el Tour de Francia, hacernos los de la vista gorda sobre lo que pasa en nuestro medio, esperar esperanzados a que el siguiente gobernante de turno “nos dé pasito”, aun así, la responsabilidad por haber permitido que los hechos pasaran de una forma u otra la tenemos nosotros, porque como decía Jaime Garzón, nadie más vendrá a salvar a Colombia, sino son los mismos colombianos.

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