Hoy se conmemoran 51 años del asesinato de uno de los líderes mundiales más preponderantes del mundo Martin Luther King (MLK), quien murió baleado en Memphis, Estados Unidos, el 4 de abril de 1968. Su historia es un legado imborrable de valor y resistencia a favor de los derechos humanos de toda la población estadounidense, en especial la población afroamericana. La importancia de la obra de Luther King supera ampliamente los antagonismos raciales, económicos y/o sociales de discriminación e inequidad que soportó hasta sus 39 años de vida, luchando siempre por la democracia y las libertades civiles en EE. UU.
El trabajo y las ideas de un personaje de tanta altura y dignidad como Luther King son inspiradores y ejemplo para todo nuestro convulsionado contexto nacional donde asuntos fundamentales como la paz, los principios de legalidad, de oportunidad, las acciones afirmativas o el cumplimiento legislativo en favor de la población negra-afrocolombiana son letra bien escrita, pero de mínima aplicabilidad.
MLK es para la humanidad, lo que es Gandhi o Mandela, un proclamador sustancial del bien común que reconocía la relevancia de un mundo global más pluriétnicos y multicultural. Por ello, es supremamente destacable el esfuerzo pacificador, dignificador y proteccionista que ejerció, porque con sus acciones y discursos golpearon el núcleo central de lo que aún hoy sigue en conflictividad la falta de respeto y reconocimiento de la diversidad humana, condiciones que perviven en el continente y que han vuelto a evidenciarse gracias a los brotes xenofóbicos inspirados por el presidente Donald Trump.
Para el caso colombiano, hacer reconocimiento de los aportes históricos, de las condiciones de pobreza, altos índices de vulnerabilidad y de los pocos espacios de bienestar que padece la población negra-afrocolombiana es una exclamación urgente a los gobiernos nacional y/o regionales para desarrollar planes, programas y proyectos étnicos diferenciales en la vía de acercar una ruta real de reconciliación que posibilite la superación de brechas sociales que separan abismalmente a negros de mestizos, a negros de los altos cargos de gestión administrativa o de situaciones que los alejan más o mejor, desplazan de sus derechos ancestrales a la tierra o sus tradiciones culturales.
Ahora bien, ante las prácticas de negación política, de marginalidad territorial, de pocas oportunidades institucionales o de gerenciar grandes empresas e incluso de llegar a corporaciones públicas, algunas salidas están en proponer en 2020 planes de desarrollo étnicos, acompañados de un plan decenal diferencial con acciones de discriminación positiva en educación, en salud, en desarrollo económico y territorial que permita salir de la esclavitud instalada estructuralmente y de la cual es casi imposible superar sin voluntad política o lucha del mismo pueblo. Para cerrar, quiero parafrasear el discurso de MLK, Tengo un sueño: como profesor quiero decir que “tengo un sueño, ver en Colombia la libertad real y la equidad social en la que un niño o niña negra pueda tener igualdad de oportunidades para que sus derechos y sus propios sueños sean posibles”. Claro está, este no es el fin, es el principio para superar los índices de necesidades insatisfechas en la región pacífico donde reside la mayor población de corraciales y en general de más de un 10,62% de colombianos negros víctimas del abandono estatal.
