Martín, mi amigo de infancia que recogía sobras
Opinión

Martín, mi amigo de infancia que recogía sobras

“Desde el día que Martín timbró en mi casa, marcó mi vida para siempre”

Por:
abril 05, 2017
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 Voy a gobernar para los niños pobres que tienen hambre y los niños ricos que tienen tristeza
Carlos Menem.

 

Con el Mes del Niño y el más reciente informe de Unicef sobre los niños en condición de pobreza en Colombia (2014), encontré la excusa perfecta para contarles de Martín, uno de mis primeros amigos cuando -de casi 8 años- llegué a vivir a Bucaramanga.

Veníamos con mis papás y mis hermanos de Duitama y Tibasosa, en Boyacá. Al cabo de un par de meses, cualquier día después de almuerzo, timbró un niño y yo salí. “¿Tiene sobras del almuerzo?”, me dijo sin saludar. “Un momento”, le respondí, y me fui a llamar a mi mamá: “Mami, hay un niño en la puerta ¡pidieeendo las sooobras del almueeerzo!”, le dije muy sorprendida. Me parecía rarísimo que un niño llegara a pedirlas; jamás había visto algo así y como nos educaron para no desperdiciar, no había sino un poco de arroz y con mucha consideración mi mamá salió y se lo regaló. El niño dio las gracias y me quedé en la puerta viéndolo timbrar en cada casa hasta terminar la cuadra. Desde ese día nunca dejó de venir.

En una publicación de El Tiempo titulada “Tres de cada diez niños colombianos están en la pobreza: Unicef”, se hace el recuento de cómo en 2008 el 43 % de la población infantil en Colombia era muy pobre; de cómo en 2011 se adelantó un estudio basado no en los ingresos del hogar, sino en lo que definieron como “pobreza multidimensional”, (falta de educación, nutrición, salud, agua y saneamiento básico, vivienda, seguridad económica, seguridad, tiempo libre y recreación, y acceso a la información), para llegar al dato más reciente: el del titular del artículo referido al comienzo del presente párrafo.

 

Tres de cada diez niños colombianos están en la pobreza,
y el grupo con mayor nivel de pobreza multidimensional
es el de los niños de 3 a 5 años

 

Dice la información, que Unicef señala que el grupo de edad con mayor nivel de pobreza multidimensional es el de los niños de 3 a 5 años, con un 37 %, seguido de los adolescentes, con un 35,2 %; los niños de 6 a 11 años, con 33,6 %, y los niños de 0 a 2 años, con un 28,6 %.

En 33,6 %, entre 6 y 11 años, estaba Martín, como al cabo de unos días nos contó que se llamaba el niño que pedía sobras. Tenía un año menos que yo, como mi hermano menor; era flaquito, trigueño, de pelo corto y negro, pequeño, pero de ojos graaandes, vivaces, de pestañas largas… y a veces de mirada triste. Venía siempre con zapatos negros viejos, pantaloneta y camiseta descoloridas, pero nunca sucio… Eso debo decirlo.

Dice el estudio de Unicef de 2014, que la mitad de los niños de 0 a 2 años están en hacinamiento crítico, el 60 % no tiene acceso a zonas verdes y el 52 %  carece de sistemas adecuados de eliminación de excretas. Agrega que, en materia de carencias graves por grupos de edad, se encontró que el 80 % de los menores de 3 a 5 años no tiene acceso a educación inicial. En el rango de 6 a 11 años reaparecen el hacinamiento (63 %) y la falta de acceso a actividades de recreación (60 %), como las mayores privaciones. En los adolescentes, el uso del tiempo libre (55 %) y acceso a zonas verdes (56 %) muestran los peores resultados.

Martín vivía en el barrio San Martín, como su nombre, un vecindario muy pobre ubicado bajo el viaducto Benjamín García Cadena, en la vía Bucaramanga-Floridablanca, famoso por los suicidios. Caminaba un largo trayecto para conseguir comida para él y su familia; ya no recuerdo cuántos hermanos tenía, ni si vivía con sus dos papás. Tal vez solo con la mamá, porque hablaba mucho de ella. ¿Estaría entre el 63 % de hacinados a los que se refiere Unicef? ¡Seguramente!

Con los días Martín se volvió parte de nuestra vida y la de nuestros vecinos. Su visita cotidiana se convertía a veces en juego, conversaciones… bromas. Ya era nuestro amigo. Un día, por jugar, le pusimos piedras en la comida. Cuando se dio cuenta se puso a llorar. Nos sentimos tan culpables, que terminamos llorando con él y ayudándole a limpiar la comida. Cómo nos arrepentimos, ¡y nos perdonó!

Hoy quiero rendirles un homenaje a los niños de Colombia a través de Martín. Es como el de la foto que ilustra esta columna; traté de buscarlo lo más parecido y, por lo menos, encontré sus ojos, su expresión y el tarro. Dejé de verlo a los 13 años, cuando nos cambiamos de casa. No sé qué será hoy de su vida; si tuvo oportunidades o suerte, si se quiere. Guardo maravillosos recuerdos. De él aprendí muchas cosas lindas que quedaron para siempre en mi vida, entre ellas la gratitud. Estoy muy conmovida, nostálgica, compartiéndoles esta historia tan personal. Desde el día que Martín timbró en mi casa, marcó mi vida para siempre. ¡Hasta siempre amigo Martín!

¡Hasta el próximo miércoles!

 

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