La semana pasada se realizó el Congreso Nacional de Paz en Bogotá al que fueron invitados los jefes negociadores de los procesos con las Farc y el ELN; los presidentes de Senado y Cámara Mauricio Lizcano, y Miguel Ángel Pinto, en una cuestionada decisión, no autorizaron el ingreso de Iván Márquez y Pablo Beltrán, argumentando que representan grupos que todavía están armados.
Muchas voces se levantaron para protestar, inclusive la de Juan Camilo Restrepo, jefe negociador del gobierno en la mesa de Quito con el ELN. Sin embargo, a pesar del enojo de los organizadores y los reclamos de varios sectores, no se cambió la decisión, así que el cierre del evento se debió trasladar del Salón Elíptico al espacio abierto de la plaza de Bolívar.
Es cierto que la decisión de los congresistas es cuestionable y que en el trámite que vivimos por la construcción de una paz estable y duradera se deben hacer concesiones como la de que en el recinto de la democracia se sienten personas que todavía no han dejado las armas, en especial el delegado del ELN, una guerrilla que sigue en combate, secuestra, vuela oleoductos y matas policías. Pero también es cierto que por los salones del Congreso han pasado peores personas, asesinos camuflados de políticos como Pablo Escobar y políticos alcahuetas o cómplices de mafiosos como Alberto Santofimio, pero ese no puede ser el argumento para solicitar el ingreso a los jefes guerrilleros.
Preocupa que para sustentar la presencia de Márquez y Beltrán en el Congreso
se diga que allí también fueron invitados
los jefes paramilitares Mancuso, Báez e Isaza
Preocupa que para sustentar la presencia de Márquez y Beltrán en el Congreso de la República se diga que allí también fueron invitados los jefes paramilitares Mancuso, Báez e Isaza. Allí frente a un Congreso mayoritariamente arrodillado a los paras, estuvieron esos asesinos para vergüenza de Colombia y detrimento del gobierno de turno. Es más, muchos de los asistentes aplaudieron a rabiar sus discursos llenos de una retórica mentirosa que argumentaba la necesidad de “refundar la patria” para bien de unos pocos matones fascistas.
Medirse con esa bajeza no es un buen parámetro, ni comparar los procesos paramilitares con la lucha guerrillera de las Farc y el ELN resulta favorable o aconsejable para que se entiendan las cosas en su debido significado.
Quienes defienden, con ese argumento, la presencia de Iván Márquez y Pablo Beltrán, están equiparándolos con bandidos, es decir nivelándolos por lo bajo. Mató porque otros mataron, secuestró porque otros lo hacían, violó la ley y pisoteó la democracia porque hubo quienes hicieron lo mismo. Como ese recinto ya fue mancillado pues que lo vuelvan a violar, es lo que quisieron decir los que utilizaron esa comparación para protestar contra la decisión de la cúpula del Congreso.
Precisamente las Farc demoraron cuatro años en La Habana para mostrar que su lucha, así haya sido violenta y causado tanto daño, tenía y tiene una justificativa política. Ese debe ser el principal argumento para estar en el recinto del Congreso, nunca porque otros peores estuvieron allí.
Equipararse con los viles enemigos de la ley, no hace bien a los procesos de paz con las guerrillas. Los paras no son el espejo en el que hay que mirarse, ni justificarse. Si Mancuso y sus aliados llegaron al salón elíptico, no hay por qué basarse en esa vergüenza histórica para justificar la presencia de guerrilleros que, así hayan cometidos tantos crímenes como los paras, tienen una trayectoria distinta y sobre todo, tienen expectativas distintas con relación al futuro de Colombia. ¿O será, que no? ¿Acaso lo que quieren decirnos es que son la misma cosa paras y guerrilleros?
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