El cura se equivocó, sus papas le iban a poner Marlon pero entendió mal e, inexplicablemente, le puso Marlos. Hace 19 años nació en la Medellin que se trataba de sacudir del horror de Escobar. Creció entre la penumbra de una casa con hambre hasta que lo formó Leonel Alvarez y llegó a ser, a sus 14 años, el delantero más joven que debutaba en el Atlético Nacional. Destrozó defensas, se cansó de hacer goles, de quebrar cinturas en el torneo nacional.
Y le llegó la oportunidad en la selección. Corría el minuto 83, Pékerman, como una patada de ahogado, lo metió para salvar un partido que se creía perdido, una lucha que la asfixia había determinado un ganador. Y no era Colombia hasta que entró Marlos por Cuadrado, y se sacó de encima a un volante boliviano, y luego avanzó como si no hubiese altura, como si corriera descalzo por las calles de la 70 y vio a Cardona, su parcero del Nacional, desmarcado, y se la pasó, y lo que parecía imposible a los 3.400 metros de la Paz se transformó en alegría. Y fuimos felices, y gracias a ese pase maravilloso de un joven de 19 años, vemos Rusia más cerquita y nos ilusionamos con un segundo mundial consecutivo.