Tenía 24 años y estudiaba matemáticas y química en la Universidad de Columbia en Nueva York cuando Mario Laserna fue a un cine en Queens. Era el 10 de abril de 1948, no existía la televisión, así que antes de cada película los cines proyectaban un telediario. Alelado, ese día el joven Laserna vio una noticia que le partió la vida en dos: su casa familiar, en la carrera séptima con 19, ardía. En lenguas de fuego se derretía ante sus ojos. Fue un momento de shock ¿Qué era lo que pasaba? En todo el mundo se difundían las imágenes del estallido popular que se dio después de que Juan Roa Sierra asesinara al líder liberal Jorge Eliecer Gaitán en plena carrera séptima. Era el Bogotazo y Laserna lo veía en un cine. Entonces supo que tenía que regresar a Colombia y que su destino era fundar una universidad, porque la única oportunidad que tenía el país, era con la educación.
Desde que nació estuvo predestinado al viaje, a la aventura. Cuando nació su papá Don Francisco, un propietario de extensas en el Tolima, tomó el rumbo de París donde permaneció cuatro años antes de viajar a Nueva York. Lo matricularon en la escuela pública de Jackson Heights y a los once años, en 1934, cuando la familia regresa a Bogotá empezó a estudiar en el Gimnasio Moderno de donde se gradúo. Hasta acá podía ser la vida de cualquier joven con la suerte de nacer en medio de los privilegios. Pero Laserna estaba lejos de ser alguien común y corriente.
Laserna justo al lado del físico más grande de todos los tiempos
Su papá casi que no lo deja ir a Estados Unidos. Mario le tuvo que prometer que si se iba a estudiar Química y matemáticas a Columbia para prepararse para dirigir un laboratorio. En ese momento, 1944, había entrado a la Universidad del Rosario a estudiar derecho pero la influencia de Nicolás Gómez Dávila, con su portentosa –y algunos dirían diabólica-biblioteca le torció, como a muchos, su vocación; acababa matrimonios porque lo suyo era ayudar a liberar el hombre libre cada quien llevaba adentro.
La universidad soñada
En sus viajes en bicicleta por Europa miraba era el paisaje que él tenía por dentro. Cada quien escoge su forma de meditar, y para el joven Mario el paseo era el medio por el cual le daba rienda suelta a sus sueños más locos. El viaje fue por los Pirineos, la estructura montañosa que separa a Francia de España cuando prefiguró lo que años después sería conocida como la Universidad de Los Andes. Uno de sus amigos más cercanos, Álvaro Castaño Castillo, contó en algún momento cual era el proyecto de universidad en que creía “un plantel con núcleo humanístico, que rectifique las conocidas estructuras de la educación superior de nuestro país, que no dependa del Estado, donde se descarga toda responsabilidad, ni de la Iglesia, y que desde estas alturas de los Andes inicie un diálogo con todos los centros de la cultura universitaria de Occidente”.
A su regreso tenía listo el proyecto, su cercanía con Einstein y la carta con la que recomendaba hacer una universidad como Los Andas fue el espaldarazo con el que lo siguieron los intelectuales, académicos y amigos que la fundaron: Álvaro Ponce de León, José María Chávez, Jorge Franco Holguín, Alfonso Benavidas, José María de la Torre y Roberto Rodríguez, todos egresados de universidades tan importantes como el MIT, Columbi, Harvard o Michigan. Él nunca se graduó de químico sino de matemático y artes liberales.
La libertad como guía en la vida del fundador de los Andes
Nunca fue un educador, fue un hombre libre y por eso dio varios golpes en la mesa a pesar de haber nacido en lo más alto de la pirámide de una sociedad desigual. Despreció eso de vivir al norte de la ciudad porque ese era el lugar que escogían los ricos como él “para estar más cerca de Miami”. Así que se instaló La Candelaria, en pleno centro de su ciudad, allí donde palpitaba la noche, la delincuencia y las conversaciones afiebradas de los ebrios. Un contacto con un mundo cierto, real, duro que unidos a su espíritu libertario incidió en sus posiciones políticas, siempre heterodoxas. Por eso cuando aparecieron los grafitis y mensajes en clave firmados por el M-19 antes que sorprenderse se dejó seducir y la curiosidad lo fue acercando al naciente grupo.
Ahí se hubiera quedado si el espíritu de la aventura no lo poseyera. En 1990, pocas semanas después del asesinato del comandante Carlos Pizarro, Antonio Navarro Wolf lo invitó a ser cabeza de lista al Senado. Y así fue, con el vigor de un joven de 70 años fue entre 1991 y 1994 Senador de la república por la Alianza Democrática M-19.
El cansancio y la enfermedad del olvido lo obligaron a un retiro a sus tierras en el Tolima a donde siempre regresaba después de cualquier andanza. Entre el rio y el sonido de los pájaros, Mario Laserna tuvo la fortuna de volver a ser niño cuando ya la película terminaba. Se fue el 16 de julio del 2013, a sus 89 años, con la cada vez más rara sensación de haberlo hecho todo.