¿Era o no era el hombre indicado para ponerse al frente de una de las peores crisis que ha atravesado Europa en los últimos 70 años, dejando en el borde de la carretera a miles de damnificados que han perdido sus casas, trabajos, pensiones, seguros de salud, a cantidades enormes de titulados universitarios sin futuro, sabiendo que serán más pobres que sus padres, un fenómeno social que se produce por primera vez desde 1945, donde los presupuestos de investigación y desarrollo se han visto adelgazados porque no hay dinero, sin importar el daño que tan magno estropicio provoca en los diversos estratos sociales, culturales y en la vida de las personas? ¿O estamos en un período extraño de mutación donde no se sabe qué tipo de criatura se va a engendrar, que bien podría ser un nuevo Frankenstein cuya naturaleza estaría por aclararse? Es una crisis que ha puesto a tambalear el capitalismo con su sistema neoliberal enfrentado a sus propias contradicciones y causante de numerosas bajas políticas y gobiernos inestables como en Gran Bretaña, Austria, España, Bélgica, y fascistoides como Hungría e Italia. Una crisis económica que ha puesto en solfa a la democracia, vacía de contenido, sin planes ni A, ni B, ni C, como si ya hubiera periclitado, para dar paso a esta kafkiana situación: los políticos, antes han renegado de sus electores —así la democracia pierde su razón de ser—, resignaron sus funciones ante las grandes corporaciones tecnológicas, financieras e industriales, que imponen sus principios económicos de acaparar los mercados y ocasionando lo que, el economista René Passet describe como, el monopolio de la riqueza provoca un grave deterioro y miseria de la masa, que se ve obligada a tomar trabajos cada vez más degradados.
En medio de semejante panorama, llega en 2011 Mario Draghi a la presidencia del Banco Central Europeo, en sus alforjas trae una larga trayectoria económica. Se va a encontrar algo que su bagaje económico no sospecha, ni alcanza a vislumbrar en toda su complejidad. Él no sabe lo que es una crisis. No estoy calificándolo de incauto. Casi todos los economistas que han visto y vivido la crisis financiera de 2008, hablan de la perplejidad de su aparición, afirman que nadie la vio llegar —¿cómo es posible esto si el mundo económico está lleno de eruditos por todas partes?—. Christine Lagarde, directora actual del FMI y ministra de economía, en 2008, del gobierno de Nicolás Sarkozy —confiesa en Paris Match, septiembre de 2018— que ella sintió que “el suelo se movía bajo nuestros pies” ¿De qué se trataba? ¿Por qué caían como moscas bancos y entidades que en apariencia eran solventes? Era un desconocimiento apabullante. “Tuvimos que tomar cursos acelerados de productos financieros sofisticados”, relata Lagarde. La ignorancia y la desfachatez iban de la mano. Solo había ojos para el dinero fácil. Era un mundo artificial, engañoso. Lo que brillaba era ‘la hoguera de las vanidades’, como había dicho el cáustico Tom Wolfe. No había espacio sino para el derroche, con bonificaciones extravagantes y millonarias, yuppies ambiciosos, su ética consistía en manipular la renta variable y la renta fija para lograr botines que hicieran posible la adquisición del Lamborghini y el Rolex, que su codicia les dibujaba como el fin más preciado.
Entonces habría (así en condicional) que exculpar a Draghi de miopía, porque la ceguera fue generalizada. Él había sido amamantado en las teorías del Banco Mundial donde fue, en 1985, cinco años, su director ejecutivo. Ya se sabe que Banco Mundial y FMI son gemelos, nacieron al mismo tiempo en Bretton Woods, y sus préstamos a los países ocurren bajo circunstancias que dejan al deudor en estado cataléptico. Mario se estaba preparando para grandes cosas, menos para una crisis que tenía 10 veces más el poder destructor de un tsunami. Y muchísimo menos para ser quien la dirigiera 26 años después de ingresar al Banco Mundial. Cinco años después de iniciada la crisis, 2013, se manejaban cifras de vértigo tales como que Alemania creó en dicho período 3,6 millones de empleos, mientras que en ese mismo período, España destruyó 3.490.000 empleos. Se marcaba con nitidez la Europa a dos velocidades, o la asimetría entre los países del norte manufactureros y los países del sur rescatados. La solidaridad, uno de los motores de la creación de la Eurozona, hacía agua.
Draghi se preparó a conciencia. Bebió en las fuentes de la verdad de su momento. Las privatizaciones de Margareth Thatcher y toda su plataforma de política neoliberal, que había sido vendida por Washington como la panacea que llevaba al éxito, al progreso y el desarrollo. Milton Friedman era alabado, condecorado y su palabra tenía la fuerza de una verdad religiosa. La ‘Ley Draghi’ se aprobó en 1998 en Italia. La clase política se felicitó al rentar, por concepto de privatizaciones, más de 100.000 millones de dólares. Dinero con el cual pagó parte de su deuda pública y provocó júbilo en Bruselas. Draghi iba cimentando su leyenda. Sus ribetes de héroe, antes de llegar a la presidencia del BCE, los adquirió en Goldman Sachs, cuyo olfato para oler dónde está el dinero es casi que infalible. Pero la etapa en Goldman tiene nubes oscuras. Siendo Draghi presidente del comité de privatizaciones de su país (Italia), al privatizar la petrolera pública ENI, Goldman se benefició de esa operación al comprar los activos inmobiliarios de ENI. Tiempo después, en 2002, Mario es nombrado por Goldman como su vicepresidente para Europa, cargo que desempeñó hasta diciembre de 2006. ¿Cómo dio ese volantazo de ser funcionario del gobierno italiano a tan alto cargo en el banco? Pero su hoja de vida se emborronó, cuando siendo vice de Goldman, se le acusó de ayudar a disfrazar la deuda griega, para que el país helénico pudiera ingresar al euro, como así ocurrió en enero de 2002. Antes de ingresar al BCE, Draghi fue interrogado al respecto —señor Draghi ha infringido usted alguna ley, le preguntó el Comité Económico del Parlamento Europeo—, negó absolutamente que él tuviera algo que ver con el caso griego. No hubo problemas para que fuera nombrado presidente del BCE. Marc Roche, autor del libro Cómo domina Goldman Sachs el mundo, dice que sí tuvo que ver porque el diseño del plan de Grecia, en su implementación, estaba bajo la competencia de Draghi.
¿Quién recuerda esto? Sobre todo cuando hay una crisis que todo lo ha puesto patas arriba, y ahora de lo que se habla es que Draghi ya finaliza su período de ocho años dirigiendo el BCE, que entregará a su sucesor el próximo 31 de octubre. Llegó en 2011 con la misión de atacar la desaceleración económica. Se va en 2019 con la desaceleración por todo lo alto, hasta el punto de amenazar recesión. De hecho Italia está en recesión técnica. Hizo su tesis de grado sobre las tasas de interés. Esto y las privatizaciones estaban en el eje de su política monetaria. Al llegar al BCE las tasas de interés estaban en 1.5%. Lo que escribió en su tesis de poco le ha servido. Desde el 2014 las tasas en la UE están en 0%. Acaba de anunciar en Sintra, Portugal, el pasado 18 de junio, que es muy probable que para septiembre baje la tasa a tasas negativas, quizás a -0.5%. Quiere dos cosas: estimular el consumo —el motor de cualquier economía—, así fomentar el gasto y aumentar la demanda; porque lo que se ve es un frenazo de la economía europea, su estancamiento. Salvo España que este año crecerá unos 2,5%, el resto de grandes economías del euro están pasmadas, con una Italia y Alemania al borde de la recesión. Increíble, han transcurrido 10 años de crisis y Europa no despega. Al contrario, lo que se pide es apretarse el cinturón.
De ahí que Luigi di Maio, vicepresidente del Ejecutivo de Italia, en noviembre último, con sensatez dijera: “La carnicería social que pide la UE no es posible”. Pedir y pedir austeridad ¿para qué? Hoy los países gastan más que hace 10 años. Veamos dos deudas públicas: En 2008 la deuda italiana era de $ 1,6 billones de euros, en 2018 subió a $ 2,3 billones. La deuda francesa —la segunda economía euro y la quinta más grande del mundo— en 2008 era de $ 1,3 billones y en 2018 llegó a $ 2,3 billones de euros. O son idiotas o nos quieren hacer tragar lo que no es. Evidentemente esto no es problema de Mario Draghi, sino de los gobiernos nacionales. Viene la pregunta dramática, ¿a qué se debe este galimatías, quién da razón? Se comprende perfectamente que los ingleses solo hablen de ‘querer recuperar el control’ de sus asuntos.
La segunda cosa que busca Draghi con dejar las tasas en negativo es atacar la indeseable deflación, que tanto ha azotado a la economía japonesa. Janet Yellen se escandalizaba cuando le hablaban de tasas negativas, porque ella se rige por lo ortodoxo. El BCE busca estabilidad financiera y controlar inflación. El modelo teórico habla de una inflación en Europa hasta de 2%. Pero la inflación se estancó desde hace cuatro años en 1,2% y ha sido imposible hacerla subir. La deflación baja los precios durante mucho tiempo. Nadie compra, nadie gasta. La tasa negativa de Draghi es una medida desesperada. Pero él nunca va a reconocer sus errores. Siempre hay subterfugios. Hoy la causa del estancamiento europeo es la guerra comercial, el Brexit (creo que Draghi todos los días da gracias por el brexit, porque así no saldrá por la puerta de atrás), los aranceles con que Trump amenaza a la UE, que los BRICS ya no son la locomotora de antes.
Una verdad irrefutable. La estabilidad en Europa está en peligro. El sucesor/a de Draghi tendrá que combatir la crisis del crédito —sin crédito las infraestructuras se caen, crece el desempleo—, acallar las crisis bancarias —Deutsche Bank se debate entre ser o no ser, en los próximos días anunciará el despido de 20.000 empleados, sus acciones que en 2007 cotizaban en casi 100 euros, hoy apenas se venden por 6 euros, (esto sucede en la poderosa gestión de Angela Merkel)—, ¿cuánto influyó el señor Draghi en aumentar las tasas de euroescepticismo que han llevado al populismo y a que muchas personas rechacen la moneda común, añorando la lira, el marco alemán, o la peseta? Diez años de empobrecimiento general. Claro que a algunos les ha ido muy bien. Amancio Ortega, el hombre más rico de España, en 2008 contaba con $16.723 millones de euros, y en 2019, la revista Forbes le asigna $55.499 millones de euros. O Bernard Arnault en Francia, acaba de ingresar al selecto Club de los 100.000 millones de euros, donde solo hay tres nombres con esa fortuna, Bezzos, Gates y ahora Arnault. Todas estas dificultades —levantar una economía caída en el Senegal— llegarán a las manos de Christine Lagarde, antigua ministra de Finanzas francesa y actual directora del Fondo Monetario Internacional, que ha sido nombrada sucesora de Draghi este martes (2 de julio). Ella, desde esta posición clave, a partir del próximo 31 de octubre, será la guardiana del euro, la moneda única en vigor en 19 Estados miembros de la Unión Europea. ¡Suerte madame Lagarde!
Después de dejar el cargo del BCE, ¿Mario Draghi volverá al Goldman Sachs? José Manuel Durao Barroso, 2004 a 2014 presidente de la Comisión Europea, año y medio después de salir, fue nombrado presidente de Goldman Sachs en Londres. En la Comisión se ganaba 350.000 euros anuales y en Goldman pasó a ganar $5 millones de euros por año. Goldman es un banco solo preocupado de sus negocios y en que su capital se multiplique, como sea. Hoy el gobierno de Malasia tiene demanda penal contra Goldman Sachs por saqueo de 4.000 millones de euros y cobrar comisiones por 600 millones de dólares. Así se manejan los países y las economías entran en bancarrota.
Nadie vio llegar la crisis económica de 2008, según dicen los economistas. Del mismo modo, esos economistas dicen: Después de la crisis, ya nada volverá a ser como antes. Europa, a las cosas.