Es aguerrida, porfiada, con el toque de obstinación necesario para no claudicar al primer contratiempo. El 26 de mayo se juega su liderazgo político, en entredicho desde las presidenciales de 2017, donde por un aparente error en un debate, cayó frente a Macron. Más bien creo que lo de Macron ya estaba escriturado y escrito así por los tenores que manejan Francia. En México el "dedazo" es infalible; en Francia, el país del charme, es casi invisible. Lo que cuenta para ella es que no mira atrás. Ha reacomodado el partido, lo bautizó con un nuevo nombre, Agrupación Nacional, RN —partido antisistema—. Sin perder su impronta, sabe adaptarse a los nuevos tiempos políticos. En la primavera de 2017 decía que la Unión Europea, UE, iba camino de la extinción. El contexto era el triunfo del Brexit, que generó la crisis del congrio. Hoy ya no habla de abandonar el euro y salir de la UE. Más bien quiere una transformación de las instituciones europeas desde dentro. “Tomamos en cuenta lo que los franceses nos decían. No quieren abandonar el euro, pero eso no quiere decir que no podamos mejorar las cosas", explica.
Ahora parece que las fuerzas se dirimen entre anti-UE y pro-UE. Populistas los primeros y Macron abanderado de los segundos. Estos dos bloques son el efecto colateral del Brexit, que sigue/seguirá gravitando en el futuro de la Unión Europea, del mismo modo que el muro de Berlín marcó por más de 30 años la realpolitik europea. La anti-UE para Marine es la que no solo desprotege a sus naciones: las devora. Principio que los ultraderechistas ventilan en sus discursos para ganar adeptos. Esta es la posición denominada euroescéptica que rechaza la UE por juzgarla ineficiente, debido a su profusa burocratización y a la asunción de una autoridad excesiva, que va en detrimento de las soberanías nacionales.
En el trasfondo de este ceder poder, lo que hay es un "a mí nadie me dice lo que debo hacer". Que es la posición de los partidos soberanistas —que quieren crear sus leyes y controlar sus recursos—, como el de Le Pen, Orban, Salvini, Jarosław Kaczyński. Una de las banderas del RN lepenista es luchar contra una Europa que busca anular a Francia. Delante de la tumba de Juana de Arco, que es uno de los mitos fundacionales de la identidad francesa, Marine habla, a voz en cuello, de recuperar la independencia de Francia. Ven la membresía a la UE como un acto de enajenación. En el mismo lugar también se habla de reivindicar el patriotismo y el espíritu de unidad nacional. Aquí hay dos problemas. Tales palabras siempre salen a relucir en plenas campañas electorales y son empleadas por todos los grupos políticos, sean del signo que sean.
Para el próximo domingo electoral en Francia hay 34 listas aspirando al Parlamento. Por ejemplo, una de las listas es el Partido de los Animales con 79 candidatos. Al final, la gran batalla está entre los liberales de Macron y la ultraderecha de Le Pen. Es posible que el famoso Partido Socialista de Mitterrand desaparezca del Parlamento. Pero todos esos grupos usan un mismo lenguaje, que Francia recupere el honor, el patriotismo, se explayan en la Resistencia como símbolo de una Francia indomable. Ese palabrerío lleva a que la sal pierda sus cualidades, que se vuelva insípida y deje de dar sabor. Marine habla de unir a todos los que quieran defender a Francia, vengan de la derecha o de la izquierda. Le parece inoficioso hablar de izquierda y de derecha por juzgarlo anticuado. “Lo que hay son movimientos que no aceptan el funcionamiento actual de la UE”.
De la misma manera, cuando fundó su grupo político, LREM —partido del sistema—, Macron dijo que no era de izquierda ni de derecha. La diferencia es que él se autoimpuso defender una “Europa de libertad que proteja nuestros valores”. Y se inventó un manifiesto que promulgó en marzo último titulado Por un renacimiento europeo. Que de inmediato fue respondido desde Alemania como un exabrupto.
Marine Le Pen propone que la elección del 26 mayo sea un referendo anti-Macron. Que se convierta en la posibilidad de frenar a Macron que, según ella, ha sido posesionado por el síndrome del "niño rey", una suerte de convicción de ser demasiado poderoso, una intolerancia a la frustración y un deseo absoluto de no respetar ningún límite ni regla alguna. Le Pen, acuciosa, dirige a los franceses su grito de campaña: “¡Frénenlo votando por la única lista capaz de vencerlo!”, dice, refiriéndose a su lista, que busca el primer puesto en las intenciones de voto.
El domingo se sabrá si los $ 17.000 millones de euros -prometidos- que costarán las reformas para contentar a los chalecos amarillos le servirán a Macron para recuperar terreno. También es un misterio saber a quién votarán los Chalecos —movimiento sin signo político—, en caso de que voten. Varios grupos afirman que ellos defienden las demandas de los manifestantes. Le Pen se dirigió a ellos, el martes en hora de la noche, desde Villeveblin, diciéndoles que para “no perder estas semanas de luchas, de combates, y las movilizaciones no sean borradas de un plumazo, lo mejor es ir a votar por la lista del RN”. Otro interrogante grave: ¿Se desentenderán los franceses de estas elecciones europeas, cuyos índices de abstención son bastante altos, y más bien se irán de vacaciones? Un 60% de abstención sería una bofetada soberana a la clase política francesa que se amolda con una facilidad inusual a la corrupción. Y tiene unos colmillos muy grandes para lanzarse sobre los $158 mil millones de dólares, que es el presupuesto anual del Parlamento Europeo.