Nelson Dario Hurtado Simanca era la persona que cuidaba las finanzas del Clan del Golfo. Además era un sádico detrás de la muerte de decenas de líderes sociales a los que odiaba. Se creía invisible y la gente también creía eso porque una bruja lo había hechizado y cada una de las pulseras que llevaba encima significa un contra que lo protegía de sus enemigos.
Para no dejar evidencia alias marihuana llevaba en una libreta los datos de las seis toneladas mensuales de coca que metía a Estados Unidos. Sus ganancias mensuales eran de 1.200 millones de pesos, con las que le pagaba a su personal, y era dueño de apartamentos lujosos en toda la Costa Atlántica. Como tantos otros criminales creía que parte del plan para ganarle la guerra al estado era hacer lo que los gobierno no hacen: ocuparse de la gente.
Por eso, cuando sus familiares retiraron el cuerpo y lo llevaron a su zona de influencia, Chigorodó, el pueblo se aprestaba para agazajarlo con tremenda rumba. El segundo de Otoniel era querido en el municipio por eso era usual encontrar, debajo de las sombras de los raquíticos árboles, a señoras llorando a moco tendido por su partida. "¿Y ahora quien va a cuidar de nosotros" decían. La música -corridos prohibidos- se escuchaba de manera estruendosa.
A Marihuano lo velaban en la sala de una casa pero entró tanta gente que lo sacaron al patio, un amplio solar donde la gente pudo decirle lo mucho que lo quería, dedicarle canciones, tragos y hasta sacarlo del ataúd y abrazarlo. Otra vez para un pueblo colombiano fue más importante el asesinato de un hampón que la muerte de alguno de sus dirigentes. Algo malo está pasando y la culpa es de los políticos.
